El libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras fue publicado por primera vez en 1875. Cuatro años después, su autora, Mary Baker Eddy, fundó La Primera Iglesia de Cristo, Científico, con el fin de difundir las enseñanzas de este libro. No obstante, muy pronto se dio cuenta de que la personalidad y la política —todo tipo de opiniones y prejuicios humanos— podian influenciar a los miembros de cualquier denominación religiosa. En consecuencia, en 1894, designó un pastor impersonal —único en su género, compuesto por dos libros, la Biblia y Ciencia y Salud— para que enseñara, mantuviera, guiara y apoyara la Iglesia que ella fundó, para siempre.
Hoy en día estos dos libros siguen ofreciendo a sus lectores, a cada instante, mensajes sanadores que nutren, consuelan, brindan energía y sanan a todo aquel que los estudia. Si se los considera juntos, estos dos libros ofrecen una ayuda práctica e inmediata, así como respuestas espiritualmente satisfactorias que ningún pastor humano podría proporcionar. También dan respuestas científicas sobre cómo sanar todos los problemas que enfrenta la humanidad. Estos libros son realmente un pastor universal, siempre al alcance de todo el mundo, todos los días, las 24 horas del día, ahora y por toda la eternidad.
Estos dos libros colaboran juntos. Ciencia y Salud “abre” las Escrituras a través de la revelación divina, y la Biblia apoya el fundamento y la existencia misma de Ciencia y Salud. Precisamente, debido a que este último ahonda en el significado espiritual de la Biblia, los Científicos Cristianos han obtenido profundas vislumbres que amplían y enriquecen los conceptos cristianos tradicionales que han estado en práctica por miles de años.
Esta última entrega de “Cinco conceptos cristianos” presenta un artículo de Ann Kenrick sobre la resurrección. Después de siglos de tradiciones religiosas, tales como la comunión compartiendo el pan y el vino, el bautismo con agua, y la conmemoración anual de la resurrección de Jesús durante la Pascua, la Ciencia Cristiana dilucida los ritos religiosos y abraza sus significados más profundos. De modo que lo invitamos a explorar lo que estos dos libros tienen que decir.
El año pasado en Semana Santa, fui a visitar a una querida amiga que cumplía 100 años. Me saludó con las palabras de un himno muy querido, “Hoy cantemos a la Pascua; su alegría eterna es”. Frances Thompson Hill, Himnario de la Ciencia Cristiana N° 171. La alegría y calidez que expresó en aquella tarde fría, me hizo pensar más en la Pascua misma, su significado e importancia no sólo para nosotras dos, sino para el mundo. Me sentí inspirada a pensar más detenidamente en el profundo impacto que ha tenido la resurrección de Jesús en la humanidad, y lo que se requiere para seguir a Cristo en nuestra vida diaria.
El mensaje del Evangelio
Por medio de su resurrección, Cristo Jesús nos ha dado a cada uno de nosotros prueba de que Dios es una realidad, que es la única Vida y que una comprensión de esta gran verdad vence la muerte. Pensemos por un momento en la historia de la resurrección de Jesús como la relata el Evangelio según Juan. Presenta la escena diciendo que cerca del lugar donde Jesús fue crucificado había un jardín y que dos amogos leales, José de Arimatea y Nicodemo, habían puesto el cuerpo de Jesús en un sepulcro nuevo. Véase Juan 19:38-42. El relato continúa diciendo que cuando todavía era de noche, María Magdalena, quien con valentía se había quedado vigilando junto a otros pocos al pie de la cruz, corrió al sepulcro amanecer del tercer día. Véase Juan 20:1-18. Para su sorpresa, la enorme roca que bloqueaba la tumba había sido movida. María se apresuró a ir a contarle lo sucedido a Pedro y a otro de los discipulos, quienes fueron a ver la tumba vacía por sí mismos. Ellos regresaron a sus hogares maravillados, pero ella se quedó allí.
Llorando, María se inclinó a mirar dentro de la tumba, preguntándose qué había pasado con el cuerpo de Jesús. Al apartarse de la tumba, vio a un hombre y pensó que era el cuidador del huerto, así que le preguntó a dónde lo habían llevado. Entonces Jesús mismo le respondió con una palabra: “María”. Ella se volvió y reconociéndolo, maravillada respondió: “Maestro”. Para recompensar su lealtad, Jesús entonces le dejó un preciado encargo: “Ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Sólo podemos imaginarnos cómo el dolor de ella se transformó en enorme alegría: ¡ella fue la primera en ver al Cristo resucitado!
Nuestra vida espiritual está en Dios.
Encontremos al Cristo resucitado
Pienso que todos podemos aprender de la experiencia de María. Antes de poder ver al Cristo resucitado, nosotros también tenemos que apartarnos de la oscuridad del sentido errado de vida en la materia más allá del supuesto carácter inevitable y concluyente de la muerte. Esto sólo puede lograrse espiritualizando la consciencia a diario y esforzándose por comprender que la vida es inmortal. Hacer todo lo posible por percibir este hecho, nos ayuda a discernir que la resurrección de Jesús demostró que la vida no comienza ni termina en la materia, sino que es espiritual y, por lo tanto, eterna.
La segunda lección que aprendió María fue que cuando se apartó de su sentido personal del hombre Jesús, encontró al Cristo —la divina manifestación de Dios, la verdad que Jesús vivió día a día, al recorrer los polvorosos caminos de Galilea, predicar a las multitudes y sanar a los enfermos.
La Ciencia Cristiana enseña que el Cristo es el eslabón de vida que nos demuetra nuestra eterna unicidad con Dios. Así como María Magdalena fue capaz de hacerlo, nosotros también podemos liberarnos de los lazos y dependencias personales, a medida que recurrimos cada vez más a Dios, el Amor divino, como la fuente de toda felicidad y realización verdaderas. Con la resurrección y su ascensión final Jesús de ningún modo se apartó de la compañía de los seres que amaba, sino más bien, fue una nueva especie de presencia con ellos: el Cristo eterno, que nos aparta de un sentido limitado de nosotros mismos —de nuestro ser humano con sus muchas insuficiencias y temores— a un mayor reconocimiento de nuestro verdadero ser como hijos e hijas de Dios.
Cuando vivimos las cualidades semejantes al Cristo de mansedumbre, amor y pureza como hizo María, expresamos nuestra propia resurrección fuera de la materia día a día. Sentimos el poder del Cristo resucitado en nuestros corazones a medida que nos esforzamos por llegar a los demás con amor. Empezamos a impartir el ministerio respondiendo a sus necesidades como Jesús enseñó a sus discípulos a hacer. Y encontramos la alegría de compartir la verdad viviente del Cristo resucitado, por el amor que expresamos en nuestra vida diaria.
La perspectiva de la Ciencia Cristiana
Mary Baker Eddy explica el profundo significado de la resurrección de esta manera: “RESURRECCIÓN: Espiritualización del pensamiento; una idea nueva y más elevada de inmortalidad, o existencia espiritual; la creencia material sometiéndose a la comprensión espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 593. La espiritualización del pensamiento es una disciplina constante, o podríamos decir, un verdadero discipulado. Como seguidores de Cristo Jesús, tenemos que poner a cada momento nuestros pensamientos y acciones de acuerdo con el espíritu de Cristo que animaba a nuestro Maestro. Aprendemos paso a paso a sacrificar nuestros intereses materiales centrados en nosotros mismos, y a asumir un compromiso más profundo con la curación. Incluso hasta la más pequeña vislumbre que tengamos de nuestro verdadero ser, que se encuentra en Cristo y es uno con Dios, brinda nuevo impulso a nuestro ministerio sanador. Cuando oramos partiendo de la base de que Dios es Todo, estamos equipados para demostrar, poco a poco, que el poder espiritual de la Verdad y el Amor triunfa sobre la carne.
M. B. Eddy habla del profundo efecto que tuvo la resurrección de Jesús en los discípulos cuando caminó, habló y comió con ellos después de este importante suceso. Ella escribió: “Por todo lo que experimentaron los discípulos se espiritualizaron más y comprendieron mejor lo que el Maestro había enseñado. Su resurrección fue también la resurrección de ellos. Les ayudó a elevarse a sí mismos y a elevar a otros del embotamiento espiritual y de la fe ciega en Dios a la percepción de posibilidades infinitas”. ibíd., pág. 34.
Después que Jesús resucitó de la tumba, los discípulos finalmente percibieron que la vida del Maestro tuvo el propósito de enseñarnos que nuestra vida espiritual está en Dios —en el Espíritu, no en la materia— y que nuestra vida, por emanar de la Vida divina misma, no está sujeta a la muerte y la tumba. Esta nueva visión dio renovado impulso a la obra de los discípulos, y fueron leales a lo que Jesús les había demostrado. Transmitieron las buenas nuevas del Cristo resucitado y demostraron su profundo significado realizando notables curaciones. Fueron testigos de que el poder del Espíritu está presente y activo en la vida de la gente. Nosotros también necesitamos obtener esta percepción y este mayor reconocimiento del poder del Cristo en nuestras vidas si hemos de cumplir con el mandato del Maestro de sanar en su nombre.
La Ciencia del Cristianismo activa en esta era, está probando una vez más que el Cristo está todavía presente para consolar y sanar. Como escribió Mary Baker Eddy: “No hay más que un Cristo. Y por los siglos de los siglos este Cristo jamás está ausente”.Mensaje a La Iglesia Madre para 1900, pág. 7. En las iglesias de la Ciencia Cristiana no se celebra la Pascua de manera especial. Esto se debe a que no esperamos un día determinado en el año para sentir el gozoso mensaje del Cristo resucitado desbordando en nuestros corazones. Cada día puede ser una celebración del significado universal de la resurrección fuera de la materia, a medida que seguimos a Cristo con lealtad y aprendemos a cada momento más de la nada de la materia y de la totalidad del Espíritu. Y probamos esta verdad mediante la curación.
Nosotros, por lo tanto, tomamos parte activa en nuestra propia resurrección a medida que permitimos que el Cristo resucitado espiritualice nuestro pensamiento, ayudándonos a comprender cada vez más plenamente lo que Jesús probó: que Dios es la única Vida, ahora y para toda la eternidad.
