Las flores silvestres de vívidos colores, la majestuosidad de las poderosas cataratas, la tranquila reflexión del cielo en un pequeño manatial, son tan solo unas pocas de las muchas formas en que la naturaleza expresa la belleza, frescura y continuidad de la Vida divina. Las mismas nos dan inspiración para que tengamos la expectativa de ver esas mismas cualidades manifestadas en nuestra propia vida. Cuando las encontramos nos embarga la alegría y un sentido de realización. Pero otras veces parece como si nuestra existencia pudiera estar privada de la fortaleza, salud y promesa que naturalmente nos pertenecen.
Los medios de comunicación a menudo contribuyen a que sintamos esa sensación de incertidumbre y temor acerca de nuestra vida, cuando informan que la violencia, las enfermedades, los desastres naturales y muchos otros desafíos, son una amenaza perpetua para nuestro bienestar. No obstante, antes de aceptar este punto de vista negativo de la vida, necesitamos considerar más profundamente lo que constituye su verdadera naturaleza.
A lo largo de las épocas, pensadores y científicos han desafiado la evidencia que tenían ante sus ojos. Han cuestionado lo que a veces se consideraba incuestionable. Como resultado, encontraron que, después de todo, la tierra no es plana. También que lo que vemos como materia inerte es, en realidad, la expresión de fuerzas de energía que están en constante movimiento. Incluso las nociones de tiempo y espacio han sido radicalmente redefinidas desde el 1800.
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