Hace años, trabajé de aeromoza de la línea aérea Aviateca. Un día, mientras volábamos en un avión DC-6 de cuatro motores rumbo a la ciudad de Nueva Orleáns, con pasajeros y otras dos aeromozas, de pronto los motores empezaron a fallar. Era una situación extremadamente difícil, y los pasajeros empezaron a preocuparse.
Las otras aeromozas estaban fuera de sí, de modo que empecé a hablarles del amor portector de Dios. En ese momento, me acordé de un artículo titulado "La Ley de Dios que todo lo ajusta", de Adam H. Dickey, donde dice que aunque uno esté un una situación peligrosa —ya sea en medio del mar, ahogándose, en un foso de leones, u otra circunstancia— siempre está en operación una ley de Dios que nunca nos deja caer.
En ese momento, yo no tuve ninguna duda de que Él estaba en completo control de ese avión. Que si Dios había creado el universo y las estrellas, y nos había creado a nosotros y tantas otras cosas bellas y diferentes en el mundo, era capaz de mantenernos en el aire y a salvo.
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