CUANDO SÓLO EL ESPÍRITU SANA
TESTIMONIOS DE TODAS PARTES DEL MUNDO
Con un corazón rebosante de amor y alegría recibí el nacimiento de mi hijo mayor. Durante el embarazo, yo había estado estudiando la Ciencia Cristiana, así que cuando nació el bebé lo vi perfecto.
A los pocos días, mi suegro que es pediatra, me preguntó si le permitía llevar una especialista para tratar las piernas del niño que estaban torcidas. Accedí con renuencia. Después de verlo, la doctora me dijo que el niño tenía una malformación en las piernas y que debería usar, a partir de los tres meses de edad y durante un año, una férula para enderezarlas. Ese aparato mantendría sus piernas abiertas y totalmente rígidas, y debería tenerla puesta inclusive por las noches.
Yo veía como el niño movía sus piernitas y tan sólo imaginar que mi hijito no podría moverse ni expresarse con la alegría de todos los bebés, me pareció absolutamente cruel.
Desde ese mismo instante me esforcé por ver a mi hijo como una idea de Dios, creado perfecto y recto, y a rechazar cualquier imperfección en él. Mi madre me ayudó en esta labor de recurrir a Dios, el divino Padre, en oración. Así que cada vez que lo bañaba o cambiaba sus pañales yo le hacía saber que él era el hijo perfecto de Dios.
Jamás le puse esa férula. No obstante, a los 6 meses el pediatra me dijo que sería preferible que el bebé usara un pañal ortopédico para que no tuviera problemas con sus caderas. Eso me llenó de temor así que accedí a ponérselo. Recuerdo que esa tarde fui a visitar a mi mamá, quien me dijo: "Hija, ¿en qué estás creyendo? Recuerda que a tu hijo lo hizo Dios, y Él jamás algo defectuoso". Me dijo que el nombre de mi hijo, que es Mateo, significa regalo de Dios. Así que inmediatamente le saqué el pañal ortopédico, continué orando, afirmando en mi corazón todas las verdades que había estudiado, y dejé de mirarle las piernas.
A los pocos días se convirtió en el bebé más rápido en gatear. Con el paso de los meses, aprendió a desplazarse a gran velocidad en su andador, pero no caminaba, ni un solo paso. Cuando cumplió su primer año, le regalamos un caminador para motivarlo, pero nunca lo usó. Al mes siguiente, el día de mi cumpleaños, abrí la puerta del jardín de la casa de mi mamá y Mateo vino caminando hacia mí a abrazarme. Sin duda alguna, fue el regalo más hermoso que he recibido en mi vida.
Mi hijo ya tiene 12 años, jamás ha tenido problemas con sus piernas ni sus caderas; es un jugador de fútbol muy dedicado y sus piernas son hermosas y perfectas.
Quito, Ecuador
