¿Se ha preguntado qué está pasando en el mundo? Yo sí. Desastres naturales, guerras, hambre, enfermedades, economías decadentes, actos terroristas, accidentes fatales... Muchas veces cuando veo las noticias siento como si alguien hubiera abierto la caja de Pandora y dejado escapar todos los males del mundo. Pero analicemos por un momento la raíz del problema.
El libro Ciencia y Salud ha enseñado a lo largo de muchos años una realidad espiritual indudablemente práctica y sanadora, y ha revelado que su opuesto —como son todos estos sucesos que parecen totalmente arbitrarios— tienen su origen en la influencia destructiva del mal en el pensamiento del mundo.
Muchos problemas sociales, como son los actos de terrorismo y la violencia, parecen tener su origen en la pobreza, el desprecio, la arrogancia, el odio, la falta de propósito, básicamente, en la falta de amor y respeto mutuos.
Pienso que estos sentimientos se van acumulando hasta que se transforman en un resentimiento de tal magnitud, que termina por verse manifestado en los desastres naturales y males que nos aquejan.
De ahí la importancia de estar alerta y analizar los conceptos y comentarios (grandes y pequeños) que escuchamos o que nos vienen al pensamiento, partiendo de la base del bien, o sea, de un Dios que no sólo es el Amor mismo, sino que es omnipotente. Se requiere de valor para hacerlo.
El Apóstol Pablo nos alienta diciendo: "Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio". 2º Timoteo 1:7. Estas palabras nos dan la fortaleza espiritual y la valentía necesarias para orar por un mundo mejor.
En la Biblia hay muchas experiencias de personas que tuvieron la fe que se requería para enfrentar grandes desafíos, como es la de David y Goliat. Aunque David era solo un muchachito y el gigante era un hombre entrenado y armado para la guerra, el joven pudo vencerlo con una pequeña piedra que lanzó con su honda. 1º Samuel 17:37-50. Pienso que no se debió tanto a que la piedra fue certera, sino a que David tenía una convicción tan grande de que Dios estaba con él y es el único poder que existe, que nunca se sintió atemorizado. Nunca dudó de que vencería a Goliat.
Aunque a veces sintamos que no estamos en posición de prevenir los males del mundo, la verdad es que podemos ayudar a sanar las diferencias y problemas que surgen, venciendo poco a poco, en nuestro propio pensamiento, esos gigantes del odio, la codicia, la envidia y el resentimiento, reconociendo que el hombre —es decir, la naturaleza espiritual de cada uno de nosotros— es el hijo perfecto de Dios, capaz de expresar comprensión, amor y sabiduría. Esto quiere decir, básicamente, que estamos todos a un mismo nivel de igualdad; que somos esencialmente buenos e inteligentes, creados por un mismo Dios y que, por ende, compartimos el mismo anhelo de vivir en paz.
Este número de El Heraldo publica varias experiencias de personas que recurrieron al Amor divino y fueron protegidas en circunstancias difíciles. Una colaboradora cuenta cómo oró durante un secuestro, mientras que otra nos invita a orar por la paz del mundo, con la certeza y la expectativa de que nuestras oraciones pueden tener un efecto positivo y contribuir a lograr la armonía universal que el amor de Dios ofrece.
Según la mitología griega, en la caja de Pandora sólo quedó la esperanza, es decir, lo único que nunca debemos perder.
Con afecto,