Al poco tiempo de casada, descubrimos que no podía quedar embarazada. Hicimos algunas consultas médicas y nos dijeron que mi esposo tenía dificultades para engendrar un hijo, a pesar de que él ya había tenido dos en un matrimonio anterior. Nos dijeron que probablemente se debiera al estrés y al hecho de que mi esposo ya había superado cierta edad. Él incluso se había sometido a una intervención quirúrgica y los resultados habían sido muy desalentadores. Entonces los médicos nos ofrecieron la alternativa de la fertilización in vitro para la que incluso yo debía hacerme una serie de exámenes.
La situación no era nada fácil. Me sentía muy angustiada y no me daba cuenta de que estaba obsesionada con el tema. Yo era una profesional y había obtenido un importante ascenso en la empresa donde trabajaba, y estaba progresando económicamente. No obstante, lo único que tenía en el pensamiento era esta imposibilidad de ser madre, y me sentía víctima de una injusticia. Para mi esposo también era una situación difícil porque de algún modo se sentía responsable y esto comenzaba a incidir en la relación.
Hacía tiempo que yo estaba estudiando la Ciencia Cristiana, así que decidí orar por la situación sobre todo cuando me dijeron que me tenía que hacer esos exámenes.
Yo consideraba que cualquier esfuerzo era poco porque el deseo de ser mamá era importante. Así que en un primer momento pensé que debía hacerme esos exámenes e incluso reservé el turno en una clínica. Sabía que el tratamiento médico era muy costoso y que no siempre daba resultados de modo que quizás tendría que hacer diferentes intentos.
No obstante, no me sentía cómoda con esa decisión. Recuerdo que el día que reservé el turno, regresé a casa y me vino muy fuerte y claro al pensamiento la historia de la Biblia cuando David se tiene que enfrentar a Goliat. (1° de Samuel, cap. 17) Israel estaba luchando contra los filisteos, y la cita dice que Saúl vistió a David con sus ropas y que puso sobre su cabeza un casco de bronce y le armó de coraza. David ciñó la espada sobre sus vestidos y probó andar, porque nunca había hecho la prueba. Y le dijo David a Saúl: “Yo no puedo andar con esto porque nunca lo practiqué. Y David echó de sí aquellas cosas”.
De pronto me di cuenta de que yo había construido mentalmente como un Goliat, porque sentía que estaba luchando contra un gigante, con toda esa cantidad de argumentos de que no podía ser mamá.
Hacía años que yo no recurría a la medicina y obtenía curación a través de la Ciencia Cristiana. De pronto comprendí que no deseaba hacerme todos esos exámenes ni acudir a ese tipo de ayuda profesional. Por ello, decidí continuar orando y profundizando el tema.
Me acordé que en esa historia David le dice al filisteo: “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina, mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano”. (ibíd.) Esto me hizo ver que no estaba sola para enfrentar a este Goliat. Entonces Ilamé a una practicista de la Ciencia Cristiana, como había hecho en otras situaciones, para que me ayudara por medio de la oración. Ella fue muy comprensiva conmigo y me dio varias citas para leer, entre las cuales se encontraba la historia de Ana, en el Antiguo Testamento, quien recurrió a Dios por que no podía tener un hijo y cómo ella había escuchado a Dios. (1° Samuel cap. 1)
Al orar me di cuenta de que yo no dudaba del poder de Dios, sino de mi capacidad para escucharlo. Así se lo manifesté a la practicista y ella, con toda tranquilidad y certeza, y con una sonrisa me dijo: “Alicia, yo le digo sencillamente que ni usted ni nadie puede impedir la manifestación de Dios. Eso ya fue hecho, todo está bien hecho, no es que nosotros tengamos que estar empujando para que se desarrolle. Nosotros tenemos que escuchar y saber que esta manifestación se ve y se da”.
Y yo acepté eso y continué en oración. Tiempo después quedé embarazada sin recurrir a ningún medio artificial. Tuve un embarazo sin problemas y un parto natural. Mi hijo, Lautaro, tiene hoy 13 años. Han sido años de mucha alegría y gratitud.
Para mí fue importante darme cuenta de que no necesitaba de una coraza, no necesitaba de nada a lo que yo no estuviese realmente acostumbrada, como decía David, y, como él, recurrí a lo único que realmente conocía, a Dios. Fue así como ese gigante quedó en la nada y desapareció para mí. Cuando me di cuenta de que podía contar con el poder de Dios y que yo no tenía que hacer nada más que ser Su expresión, Su manifestación amorosa, la situación cambió, y lo que para mí era esa terrible y gigante dificultad, quedó en la nada.
Buenos Aires, Argentina