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Protección durante un secuestro

Del número de julio de 2008 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un día, tomé un taxi en el centro de la ciudad con destino al apartamento de mi madre. Cuando iba a mitad de camino, el conductor avisó por su radio, o celular, lo siguiente: "Esta noche hay rumba de mariachis".

Fue entonces cuando me puse a observar al conductor por el espejo retrovisor y percibí algo que me inquietó. Empecé a orar con la idea de que Dios me estaba protegiendo. Cuando Ilegué a mi destino y le indiqué al conductor dónde debía detenerse, pareció no escucharme. Siguió unos metros y se detuvo. En el momento en que le estaba entregando el dinero, un hombre abrió sorpresiva y bruscamente la puerta del lado derecho, subió y se sentó a mi lado, amenazándome con un arma corta punzante, diciéndome que cerrara los ojos, de otro modo me mataría. El carro continuó andando, seguido de otros dos hombres que se transportaban en motocicleta.

Desde ese momento pareció que yo no tenía salida, que no podía escapar, correr ni lanzarme del auto. No puedo negar que al principio sentí miedo. Pero luego pensé en todo lo que me podría pasar si no colaboraba con ellos, y reanudé mi oración en silencio. Pensé en el Padre Nuestro con la interpretación espiritual de Ciencia y Salud, que dice en parte: "Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Capacítanos para saber que —como en el cielo, así también en la tierra— Dios es omnipotente, supremo”. Ciencia y Salud, pág. 16.

Esto me ayudó a tranquilizarme. Pensé que lo único que se estaba manifestando en ese momento era el bien omnipresente. Comencé a pensar en ellos como hijos de la creación divina. Todos estábamos en presencia de Dios, o sea, que nada malo podía suceder.

A veces intentaba abrir los ojos y el hombre que estaba a mi lado y el conductor me amenazaban con quitarme la vida y sacarme los ojos. Entonces empecé a orar con firmeza pensando: "No hay víctimas, ni victimarios. Todo lo que existe es Dios y Su idea: el hombre hecho a imagen y semejanza del Amor divino”.

Pasó lo que a mí me pareció una eternidad. De pronto recordé el relato de Daniel en el foso de los leones, en la Biblia. Me di cuenta de que Daniel se salva de ser devorado, por el pensamiento espiritual que tuvo de ellos. Es decir, vio a los leones como criaturas inocentes, inofensivas, amorosas, y eso mismo empecé a ver yo en esos hombres. Percibí su inocencia. Sentí mucha compasión por ellos pues hacían este tipo de secuestros y delitos porque no conocían su verdadera identidad espiritual y eso les impedía obrar mejor para conseguir alimento para sus familias.

Entonces encontraron en mi cartera la tarjeta profesional de abogada y el carné de funcionaria de una institución nacional de carácter penal, donde me encontraba trabajando en aquel tiempo. Ellos se atemorizaron más y empezaron a tratarme peor, aumentando las amenazas. Pero para entonces, yo ya estaba muy tranquila y empecé a decirles que se Ilevaran los objetos de valor —el celular, el dinero que encontraron en mi cartera y el dinero que retiraron del cajero automático, ya que me habían obligado a darles las claves de las tarjetas— pero que, por favor, no lesionaran mi integridad física. Les comenté que como abogada, yo muchas veces había ayudado a personas como ellos sin cobrarles honorarios y sacándolos de situaciones muy difíciles. Entonces, les pedí un trato también especial para mí.

Me dijeron que si colaboraba con ellos no me harían daño. Me pidieron que les prometiera que cuando me liberaran yo no los acusaría en ninguna parte.

Esa odisea duró unas cuatro horas hasta que a las doce de la noche me dejaron en un lugar muy solitario cerca de una iglesia. Allí, me pidieron disculpas, me devolvieron mis documentos y la tarjeta del celular para que no perdiera la información que tenía. Además, me entregaron el equivalente de tres dólares para que tomara un taxi de regreso a casa.

Cuando pienso en lo sucedido, veo lo agradecida que tengo que estar a Dios por tener esta arma poderosa que es la oración para superar cualquier obstáculo imprevisto que se presente en nuestra vida. Para mí fue una evidencia del poder divino que nos protege dondequiera que estemos, bajo cualquier circunstancia. De hecho, durante todo ese tiempo yo no tenía quién me rescatara, ni autoridades policiales, ni mis padres; nadie estaba presente para ayudarme. El único que podía salvarme era Dios. De hecho, es la ayuda más inmediata que podemos tener ahora y siempre.

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