Cuando estudié economía en la universidad, aprendí acerca de los conceptos básicos de los mercados financieros cuando responden a la oferta y la demanda.
Una de las formas de aumentar la acción económica era aumentar la demanda de productos y servicios, lo cual servía para estimular la oferta. ¿Pero qué ocurre cuando la demanda es artificial? Toda economía estable con crecimiento constante es el resultado de una demanda real que estimula correctamente la oferta y, por ende, produce un bienestar económico a largo plazo.
La verdadera demanda puede que no se mida por la cantidad de unidades que se vendan o los contratos que se firmen. El empuje artificial para crear demanda, sin tener en cuenta la habilidad que tiene el cliente para pagar, es uno de los factores que ha contribuido a la caótica situación hipotecaria que enfrentamos actualmente. Limitar la oferta o acaparar productos puede inflar los precios mucho más allá del verdadero valor de los mismos.
A mí me gusta pensar que la verdadera demanda es moral y espiritual. Dios regula naturalmente el sistema y responde a las necesidades individuales, a la par que brinda una estabilidad y progreso a largo plazo. Al cumplir las demandas de Dios de elevar más nuestro pensamiento y acción, podemos encontrar seguridad económica.
Los Diez Mandamientos son un ejemplo de las demandas morales y espirituales que purifican el pensamiento y mejoran la acción.Véase Éxodo 20:3–17.
Al cumplir las demandas de Dios de elevar más nuestro pensamiento y acción, podemos encontrar seguridad económica.
Por ejemplo, el primer mandamiento — tener un solo Dios — se puede entender como el imperioso mandato espiritual de elevar nuestro pensamiento por encima de las condiciones materiales hacia la verdad espiritual. Moisés ciertamente percibió que la adoración de un solo Dios, el Espíritu divino, era la manera de superar las limitaciones materiales y responder a las necesidades humanas. Cuando estaba en el desierto, Moisés adoró al único Dios y el maná alimentó al pueblo que lo seguía durante cuarenta años. Al apoyarse en Dios, como Espíritu divino, ¡Moisés descubrió que brotaba agua de la roca!
Si Moisés hubiera magnificado la provisión material, el cambio climático o incluso la habilidad humana de la mano de obra que tenía disponible, la crisis que tuvieron en el desierto podría haber derrotado a los hijos de Israel. Moisés demostró provisión respondiendo a la demanda divina de adorar a un solo y único Dios.
El segundo mandamiento —no construir imágenes— es todo un desafío para nosotros hoy en día. El dios del dinero en papel y los bienes tangibles no nos pueden salvar cuando las monedas se devalúan, aumentan los precios o caen las inversiones. Mientras que poner nuestra confianza en la moneda espiritual de la inspiración divina y hacer el bien puede darnos la inspiración necesaria para proteger nuestros bienes. El dinero no siempre es necesario para responder a las necesidades. Hace unos años, durante una depresión económica, mis entradas se redujeron considerablemente. De manera inesperada, un pariente comenzó a enviarme ropa nueva. A medida que mis entradas comenzaron a aumentar, los regalos poco a poco fueron cesando, aunque ella no tenía cómo saber de mi anterior necesidad o de que mis circunstancias habían mejorado. Para mí ese ha sido siempre un ejemplo de que no se necesita dinero para responder a la demanda. Dios tiene formas infinitas de satisfacer las necesidades humanas "sin dinero y sin precio".Isaías 55:1.
El tercer mandamiento —no tomar el nombre del Señor tu Dios en vano— me recuerda que debo estar agradecida por el bien ya recibido. Mary Baker Eddy escribe: "¿Estamos realmente agradecidos por el bien ya recibido? Entonces aprovecharemos las bendiciones que tenemos, y eso nos capacitará para recibir más".Ciencia y Salud, pág. 3. Los ojos permanecen cerrados cuando nos concentramos en la escasez, mientras que la gratitud los abre para que percibamos nuevas oportunidades.
El cuarto mandamiento —guardar el día de reposo— nos recuerda que tenemos que trabajar lealmente los otros seis días. Dios es el Empleador universal y ofrece oportunidades para brindar un servicio productivo y mejorar espiritualmente. Elevarse por encima del desaliento y la inactividad durante los seis días, es tan importante para la santidad y nuestra unión con Dios, como descansar el séptimo día.
El quinto mandamiento —honrar a nuestro padre y a nuestra madre— nos recuerda el mandato de Dios de mantener un equilibrio adecuado entre la familia y el trabajo. Cuidar de la familia y regocijarse en el amor que ella expresa nos renueva y bendice.
El sexto mandato —no matar— no quiere decir ignorar las actividades ilícitas. No somos engañados por el comportamiento falto de ética que pudiera perjudicar nuestros mejores esfuerzos. No matar incluye la necesidad de defendernos contra las prácticas engañosas. Protegemos cada paso de prosperidad para que no sea eliminado por la envidia.
El séptimo mandato —no cometer adulterio— purifica las relaciones comerciales. En varias ocasiones me amenazaron con perder mi trabajo si no respondía a los avances sexuales. Como me mantuve humildemente en la ley divina, me negué a sentirme amenazada. En cada caso, el avance fue descubierto por la gerencia o simplemente desapareció.
El octavo mandamiento—no robar—incluye no dar ni aceptar sobornos. El progreso económico depende de la honradez y de la integridad. Esta demanda divina protege a la persona de cometer errores y establece un vínculo estrecho donde lo que bendice a uno bendice a todos.
El noveno mandamiento —no hablar falso testimonio— consiste en no representar erróneamente a uno mismo o a los demás. Los que decimos de otras personas a menudo nos refleja más a nosotros mismos que a la otra persona. Buscar las buenas cualidades en nosotros mismos y en los demás y promoverlas, puede fortalecer el carácter y aumentar las oportunidades. Estamos defendiendo nuestro propio carácter moral y nuestra identidad espiritual.
El último mandamiento —no codiciar— es no desear las posesiones, el trabajo o las habilidades de otra persona. Dios nos exige que cultivemos el valor el moral y el discernimiento espiritual, y pongamos estas cualidades en práctica en nuestra vida diaria. La envidia resta importancia a la inactividad. Apreciar los logros de otra persona promueve nuestro éxito creciente. Es como cuando seguimos a Cristo Jesús, ejemplo del Hijo perfecto de Dios, y llegamos a tener más posibilidades ilimitadas.
Cumplir las demandas morales y espirituales de Dios obedeciendo los Diez mandamientos puede satisfacer las necesidades humanas más urgentes y construir el fundamento para el progreso económico y el éxito.