Cuando mi hijo tenía 4 meses se le desarrolló una infección en la garganta. Al principio pensamos que era algo pasajero y lo llevamos a un médico que le recetó unos medicamentos. Como el niño no sanaba, consultamos con varios doctores, pero ninguno de los medicamentos que recetaron dieron resultado. Por último, lo llevamos a un pediatra otorrinolaringólogo. A esta altura el problema se había ido acrecentando al grado que comenzó a tener una supuración por el oído.
El doctor decidió hacerle una serie de estudios muy sofisticados y al mostrarnos la radiografías nos informó que la condición era bastante grave y que era necesario hacerle urgentemente una cirugía en el cráneo. También nos dijo que a consecuencia de esa intervención el niño podría quedar con la boca un poco torcida. Cuando me enteré de esto me invadió una profunda preocupación y me sentí muy triste por mi hijo. Además, este procedimiento iba a costar una considerable suma de dinero.
Al comentarle a un vecino este problema, me preguntó si creía en Dios. Cuando le respondí afirmativamente me dijo que él lo podía ayudar. Yo le pregunté si era médico. Entonces me dijo que no, que él trabajaba por medio de la oración y que Dios era el que lo sanaría, sin el uso de medicamentos. Le mencioné esto a mi esposa y ella me dijo que puesto que lo habíamos intentado todo, si esa era una forma de solucionar la situación, que lo hiciéramos.
De inmediato regresé a ver a mi vecino y le pedí que orara por el bebé. Él entonces empezó a hablarme de Dios, que Él es Todo-en-todo, que es omnipotente y que está siempre presente. También, refiriéndose al niño, me habló de su pureza e inocencia, de su perfección innata como hijo de Dios. Me habló de aferrarnos a Dios, que es nuestro Padre-Madre, y sugirió que guardáramos esta curación por medio de la oración en lo íntimo de nuestro corazón evitando hacer comentarios ante los demás. Yo sentí una gran tranquilidad.
Muy pronto el bebé comenzó a mejorar, al grado que a los quince días aproximadamente la supuración había desaparecido. Se veía muy contento y perfectamente bien.
En aquel entonces, nuestro hijito acudía a una guardería del gobierno donde lo habían rechazado debido a la infección. Para que lo volvieran a aceptar tuvimos que llevarlo a un médico clínico, quien le hizo análisis y comprobó que el niño estaba totalmente sano. De este modo, fue recibido en la guardería nuevamente. Hoy en día mi hijo tiene dieciséis años y jamás ha vuelto a tener ese problema.
A partir de entonces vengo estudiando la Biblia y el libro Ciencia y Salud. La interpretación espiritual de las historias bíblicas me ha traído mucho progreso. Una de ellas se refiere a la mujer que tenía una hemorragia de sangre y había gastado cuanto tenía en médicos. Cuando vio a Cristo Jesús pensó que con tan solo tocar el borde de su manto sanaría. y al hacerlo fue sanada instantáneamente. Al vivir las enseñanzas de la Ciencia Cristiana me he esforzado por tocar ese manto que, según entiendo, es comprender mi identidad espiritual como hijo de Dios. De igual manera, cuando Jesús dice: "Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan 8:32), para mí se estaba refiriendo al conocimiento de nuestro origen espiritual y de la realidad espiritual siempre presente.
Asimismo, el estudio de esta Ciencia ha tenido un efecto maravilloso en mi vida matrimonial, en mi trabajo y, sobre todo, en la relación con mis hijos. Ahora tengo tres, nacieron dos niñas más después del niño, y llevamos una vida muy armoniosa. También quiero agregar que desde que empecé a estudiar la Ciencia Cristiana me apoyo únicamente en el poder y en el amor de Dios para sanar.