Estando de vacaciones con unos amigos en la playa, decidí entrar en el mar, aprovechando que la marea estaba bastante baja. Ya mar adentro, notamos que había mucha corriente. Unos surfistas se acercaron a aconsejarnos que saliéramos del agua cuanto antes ya que estaba muy fuerte, y que nadáramos en cierta dirección. Cuando quisimos hacerlo, comenzaron a venir grandes olas, una tras otra. Nos resultaba prácticamente imposible nadar. Sentía cómo las olas me sacudían. Cuando lograba salir para tomar aire, me cubría otra ola. Apenas abría la boca para intentar respirar lo que entraba era agua.
De pronto empecé a tener miedo, porque sentí que sólo tenía agua dentro de mí en lugar de aire. Entonces vino una ola muy alta, y ya no logré salir a la superficie. Cuando uno retiene la respiración debajo del agua siempre tiene una reserva de aire. Pero yo ya había agotado cualquier reserva.
De pronto pensé: "Bueno, aquí me quedé". No obstante, algo dentro de mí se rebeló: "No, yo no me puedo quedar aquí". Al instante recordé cuál era la fuente espiritual y verdadera de mis pensamientos. Pensé que no era yo quien luchaba contra la ola, después de todo, yo contra la ola sola no podía. Sólo hay una fuerza que es más poderosa que la ola, y de hecho es la fuerza que controla todo, porque es todopoderosa. Esa fuerza es Dios y así mismo Dios es fuerza: omnipotencia. Además, Dios es omnisciencia, y yo no necesitaba contarle o pedirle nada, porque ya lo sabe todo. Y Él estaba allí conmigo porque es omnipresente.
Al reconocer estos pensamientos y entender que mi bienestar no dependía de mí, sino de una ley más elevada y más fuerte que yo, de pronto sentí una calma, una total confianza en que Dios siempre me había provisto y me brindaría todo lo que yo necesitara ante cualquier situación. Todo esto ocurrió en segundos, pero fue un momento de completa confianza, de saber que no dependía de mí, que yo estaba en Sus brazos.
En cuanto reconocí esto, la respuesta fue instantánea. Una ola me arrastró hacia atrás y salí a la superficie. Justo en ese momento los surfistas y un amigo—quien según me dijo después había tenido mucha dificultad para salir—se disponían a entrar en el agua para buscar, según ellos, un cuerpo, pues consideraban que había pasado demasiado tiempo como para que yo todavía estuviera viva debajo del agua.
Siento que lo que me ayudó fue reconocer la fuerza y el poder superior del Principio divino que gobierna el universo; fue tomar consciencia de que hay un Dios omnipotente, omnipresente y omnisciente que lo controla todo.
Esta experiencia ocurrió hace unos seis años y me demostró la importancia de orar a diario reconociendo nuestra conexión con Dios y las hermosas cualidades espirituales que reflejamos de Él.
El estudio de la Ciencia Cristiana realmente nos da las herramientas para resolver cada problema sabiendo que nuestro Padre-Madre nos trae sólo el bien, que no se trata de una divinidad contradictoria que produce tanto el bien como el mal, sino de un Dios tierno y poderoso que sólo crea y da el bien a todos Sus hijos, a cada instante. Nuestra labor consiste en reconocer esta fuerza y este Principio divino cada día y a cada instante, sin importar lo adversa que parezca una situación.
El hermoso Salmo 139 de la Biblia me viene a la mente, y en parte dice: "¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? ¡Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra". Mi corazón se llena de gratitud al pensar que Dios me protegió y guió en aquel momento en el mar y me sigue guiando en mis actividades diarias.