Hace un tiempo le pregunté a mi amigo Julio cuál era el desafío más grande que enfrentaba al vivir y trabajar en los Estados Unidos. "Extraño mucho a mi familia que está en México", me dijo. "Creo que la soledad es lo más difícil".
Al hablar con él y sus amigos sobre esto, unos se quejaron de la discriminación, otros mencionaron que el idioma era una barrera para ellos y que no se sentían cómodos como en su propia cultura. En síntesis: se sentían alienados, aislados de lo que los rodea, apartados de todo lo que les resulta familiar, y a la deriva, sin rumbo definido.
Pienso que me puedo identificar con lo que siente mi amigo. Por mi trabajo, viví en diferentes países por cierta cantidad de años, y con mi familia siempre sentíamos que éramos los recién llegados. Teníamos que hacer nuevas amistades, aprender un nuevo idioma y cultura, probar diferentes tipos de comida, y aprender a manejarnos en el nuevo lugar. Esto nos forzó a encontrar primero nuestra compañía en Dios.
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