Cuando mi hijo tenía un año, le diagnosticaron una hipersensibilidad bronquial. Me dijeron que le duraría, por lo menos, hasta los cinco años, y que tendría varias recaídas. Mi esposo y yo nos negamos a aceptar esto, y comenzamos a orar y a estudiar más a fondo el libro Ciencia y Salud para conocer mejor la identidad espiritual del niño. Insistimos en su inocencia, en su pureza, en la integridad innata que Dios le había dado y que no padío perder.
Me ayudó mucho esta cita: "Cuando la ilusión de enfermedad o de pecado os tiente, aferraos firmemente a Dios y Su idea. No permitáis que nada sino Su semejanza more en vuestro pensamiento" (pág. 495). Poco a poco, la salud del niño comenzó a mejorar hasta que, meses después, sanó por completo. Hoy tiene cinco años y no ha tenido ninguna recaída.
Realmente me impactó poder comprender y probar que el mal no es superior al amor de Dios. Yo siempre había sentido que no estamos aquí para sufrir, sino que tenemos el derecho de ser felices y tener buenas experiencias porque somos Sus hijos. Si bien a veces se manifiestan en nuestra familia síntomas de alguna enfermedad, los mismos desaparecen muy pronto cuando reconocemos el amor tan grande que Dios siente por todos nosotros.