¡Cuán cierto es que "cuando uno se muda a otro país siempre lleva en su valija lo que tenía en su propio país"!
Salí de Argentina con mi madre hace unos ocho años, para radicarme en los Estados Unidos, donde vivían mi padre y mis hermanos. Si bien al principio tuve algunos contratiempos, pude encontrar un buen trabajo, y progresé bastante profesionalmente. Pero en otro aspecto, estaba como estancada, no me sentía feliz, sin saber por qué. Era algo muy sutil, tanto que un día recibí un aumento de sueldo y aún así me embargó una profunda tristeza porque no estaban conmigo todos mis amigos y familiares con quienes compartir esa noticia.
Sucedió que conversando con una amiga me di cuenta de que odiaba a todo el mundo. Cuando afloró ese sentimiento le pedí a Dios, literalmente de rodillas, que me mostrará cómo librarme de ese odio. Leyendo el libro Escritos Misceláneos, de Mary Baker Eddy, encontré este pasaje en el capítulo "Amad a vuestros enemigos": "El Amor no mide con la vara de la justicia humana, sino de la misericordia divina".Escritos Misceláneos, pág. 11. Esto me ayudó a ver que aunque yo tuviera una actitud negativa, Dios nunca me condenaría, sino que me ayudaría a encontrar una solución.
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