¡Cuán cierto es que "cuando uno se muda a otro país siempre lleva en su valija lo que tenía en su propio país"!
Salí de Argentina con mi madre hace unos ocho años, para radicarme en los Estados Unidos, donde vivían mi padre y mis hermanos. Si bien al principio tuve algunos contratiempos, pude encontrar un buen trabajo, y progresé bastante profesionalmente. Pero en otro aspecto, estaba como estancada, no me sentía feliz, sin saber por qué. Era algo muy sutil, tanto que un día recibí un aumento de sueldo y aún así me embargó una profunda tristeza porque no estaban conmigo todos mis amigos y familiares con quienes compartir esa noticia.
Sucedió que conversando con una amiga me di cuenta de que odiaba a todo el mundo. Cuando afloró ese sentimiento le pedí a Dios, literalmente de rodillas, que me mostrará cómo librarme de ese odio. Leyendo el libro Escritos Misceláneos, de Mary Baker Eddy, encontré este pasaje en el capítulo "Amad a vuestros enemigos": "El Amor no mide con la vara de la justicia humana, sino de la misericordia divina".Escritos Misceláneos, pág. 11. Esto me ayudó a ver que aunque yo tuviera una actitud negativa, Dios nunca me condenaría, sino que me ayudaría a encontrar una solución.
Recordé que ese sentimiento tan amargo ya lo sentía en mi país. Veía que en cuestiones de gobierno y de comercio había mucha corrupción, donde también sentía que no había honestidad; esto me llevaba a pensar que cuando todo eso se solucionara yo podría progresar y ser feliz. Este sentimiento me impedía ver todo el bien y todas las hermosas cualidades que había en lo que me rodeaba.
Además, leyendo la Biblia, pude comprender lo que en el libro de Joel dice cuando afirma que Dios restaura los años que se comió la oruga.Véase Joel 2:25. El hecho es que Dios nunca nos priva del bien—de alegría, armonía, provisión—sino que nos da todo dondequiera que estemos, y ese bien también incluye nuestro derecho a tener amistades verdaderas.
Fue así como empecé a apreciar y a valorar lo que la gente hacía y tenía. Esto me ayudó a sentir amor por las personas que me rodeaban y a hacer amigos.
Esta experiencia fue trascendental para mí y me trajo ideas para resolver una situación que tenía con una compañera de trabajo con la que me llevaba muy mal. Ahora entiendo que era una cuestión de orgullo; que yo me sentía cómoda con los chismes que escuchaba acerca de otras personas. Me resultaba fácil pensar que el error estaba en otro, en lugar de aceptar que la que tenía que cambiar era yo.
Días después, en una reunión de testimonios de una iglesia de la Ciencia Cristiana, escuché la experiencia de un señor que había tenido un problema con un vecino, dueño del departamento que él alquilaba. El hijo del señor había estado haciendo ruido y el vecino lo había maltratado. Si bien el señor perdonó al vecino inmediatamente, éste se sentía muy avergonzado por lo que había hecho, y estuvo tres o cuatro días sin salir de su casa. Así que el testificante se puso a orar y le vino la idea de comprar un ramo de flores y llevárselo en señal de que todo estaba bien. El vecino se sintió tan feliz que no sabía cómo agradecerle. Poco después, el señor tuvo la oportunidad de comprar su propia casa, y estaba convencido de que había sido el resultado de haber obrado bien.
Cuando escuché este testimonio pensé en qué distinta era mi experiencia con mi compañera, porque yo había estado reaccionando, e incluso había tenido una pelea con ella. Oré pidiendo a Dios de todo corazón que me ayudara a cambiar mi actitud. Pensando en la experiencia de este señor, vi que él no había aceptado la agresividad de su vecino, sino que había reconocido el bien en él. Esto mismo podía hacer yo. La actitud que manifestaba mi compañera sólo estaba en mi conciencia, y sólo allí residía toda reacción.
Darme cuenta de esto me trajo una gran sensación de paz. Pensé que Dios ama y da el bien a todos Sus hijos y que todos somos receptivos al bien. Somos nosotros los que tenemos que cambiar nuestra actitud e incluir a quienes nos rodean en el amor de Dios.
Así fue como la situación con mi amiga se solucionó. Desde entonces ella ha sido muy generosa conmigo, y yo sigo aplicando lo que aprendí de esa experiencia en cada aspecto de mi trabajo y con todos los que comparto mi diario vivir. El cambio me ha bendecido mucho y sé que me va a seguir bendiciendo.
