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Mi desayuno espiritual

Del número de marzo de 2010 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un domingo por la mañana, apurada porque tenía que salir, me tropecé en el primer peldaño de una escalera empinada de madera y caí desde más de dos metros de altura, golpeándome fuertemente en la cabeza. Perdí la consciencia y mi yerno me levantó del suelo y me acostó en un sillón del salón. Mi hija inmediatamente comenzó a orar y llamó a una practicista de la Ciencia Cristiana para que nos apoyara con su oración. Luego volvió a llamarla porque yo no reaccionaba. A los pocos minutos abrí los ojos pero estaba totalmente confusa; no sabía dónde me encontraba, no recordaba lo que había ocurrido y tampoco recordaba nada de lo que había sucedido en los últimos meses de mi vida. Pero a pesar de la aparente confusión había algo firme en que apoyarme: sabía que Dios estaba conmigo, cuidando de mí todo el tiempo. No podía soltarme de Su mano, no podía separarme ni por un instante de Su abrazo tierno y protector.

Durante varios días continué orando como he aprendido a hacerlo en la Ciencia Cristiana; estableciendo en el pensamiento que mi verdadera identidad, por ser espiritual, nunca se había golpeado. Yo era una idea de Dios, y una idea no podía haberse caído. Luego me fue fácil rechazar la sugestión de que pudiera haber alguna consecuencia de algo que realmente nunca había sucedido.

Poco a poco los recuerdos fueron viniendo (aunque el accidente en sí nunca lo pude recordar), desapareció el dolor, y después de algunos días también desapareció un ruido intenso que había quedado en mis oídos. A la semana siguiente tuve que viajar y para entonces ya no quedaba ningún vestigio de lo ocurrido.

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