Un domingo por la mañana, apurada porque tenía que salir, me tropecé en el primer peldaño de una escalera empinada de madera y caí desde más de dos metros de altura, golpeándome fuertemente en la cabeza. Perdí la consciencia y mi yerno me levantó del suelo y me acostó en un sillón del salón.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!