Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

sanemos el resentimiento

Rompamos las Cadenas del resentimiento

Del número de mayo de 2012 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

CHRISTIAN SCIENCE SENTINEL


El suave brillo de la luz de la calle iluminaba el dormitorio. Miré el reloj y vi que era bien pasada la medianoche. No me resultaba fácil dormir. Estaba pasando otra noche más enojada, preguntándome si podría alguna vez perdonar a la persona que había sido mala conmigo. Repasaba mentalmente lo sucedido, pensando en lo que debería haberle dicho o podría todavía decirle. Esperaba que se arrepintiera, o mejor aún, que se disculpara por haber sido tan cruel.

Sin embargo, lo que realmente no me dejaba dormir era saber que la disculpa nunca vendría. Tendría que enfrentar el difícil desafío de perdonar a alguien que al parecer no sentía remordimiento alguno.

Nunca me había resultado fácil perdonar. En el pasado, siempre que había perdonado me había sentido herida una vez más. Llegué a suponer que perdonar significaba, “por favor, continúa siendo cruel conmigo; soy cristiana, así que con mucha alegría acepto la persecución”. Yo no quería eso, y como resultado sentía que era mucho más seguro apartar a la persona de mi vida para que no me hiciera más daño en el futuro. Pero allí, en el silencio de aquella noche, supe que mi vida sólo estaría completa cuando mi pensamiento estuviera en paz y recurriera a Dios para encontrar esa paz. Estaba percibiendo más claramente que necesitaba progresar y tratar de comprender mejor lo que significa perdonar.

Al principio pensaba que perdonar no significa excusar el error, sino no sentirme enojada por su causa. Me sentía como prisionera, sirviendo una condena de ira y resentimiento hacia esa persona. Esto era una tortura mucho mayor que todo lo que se me hubiera hecho, porque me hacía revivir esos momentos una y otra vez en mi pensamiento. De modo que empecé a ver que el perdón era una senda de tolerancia que debía seguir por mi propio bien, así como por el de los demás. No obstante, todavía me sentía disconforme, y continuaba esforzándome por comprender esta idea.

Pensaba con frecuencia en discípulo pedro, quien le preguntó a Jesús cuántas veces debía perdonar a su hermano: “¿Hasta siete?” A lo que Jesús le respondió, “Hasta setenta veces siete”. Mateo 18:21, 22. Yo con descreimiento pensaba que esto le daba a esa persona 490 oportunidades para corregirse, y que luego podía apartarme de ella. Pero, por supuesto, Jesús le estaba diciendo a este discípulo, y a todos nosotros, que no hay que poner condiciones para perdonar ni llevar la cuenta de cuántas veces perdonamos. En el reino de Dios no lo echan a uno después de acumular cierta cantidad de puntos. Es mucho más gratificante perseverar en nuestro amor hacia aquel que comete cientos de errores que castigarlo por un solo error.

Llegado este punto, sentí que había progresado mucho. Pero me pareció que el conflicto no había terminado, y pensé que era importante que esta persona fuese castigada de alguna manera por lo que había hecho. ¡Sería suficiente que por lo menos se sintiera culpable! Cuando esto ocurriera, pensé, me sentiría bien al perdonarla.

Fue entonces que encontré una frase en la Biblia que justo se aplicaba a esta situación: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor”.Filipenses 2:12. Allí vi que yo sólo podía ser responsable de mis propias acciones y pensamientos, y tenía que dejar a los demás en manos de Dios para que se ocuparan solos de su propia salvación con Él. Empecé a comprender que al pensar que debían existir ciertas condiciones para encontrar paz y perdón, yo estaba tratando de establecer los términos de la salvación para mí misma y para los demás. Creía que yo era la que estaba en control en esta situación, como si tuviera el perdón en mis manos, y recién cuando todos respondieran a mis exigencias, yo con toda benevolencia los perdonaría todas las veces que quisiera. Básicamente estaba desempeñando el papel de un dios mortal, con un falso sentido de responsabilidad y poder. Era necesario que cambiara mi pensamiento y viera que, como nos dice el Padre Nuestro, perdonar a mis deudores era la forma en que el reflejo de la naturaleza de Dios perdona mis errores.

Pero, ¿qué ocurre cuando alguien hace algo realmente cruel? Todavía seguía pensando en cómo podía perdonar una acción que para mí había sido tan equivocada. En un momento dado, leí una frase de Mary Baker Eddy de mucho valor para mí: “Si has sido injuriado profundamente, perdona y olvida: Dios recompensará este agravio y castigará, más severamente de lo que podrías hacerlo tú, a quien ha procurado perjudicarte”.Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 12.

Al principio, estuve tentada a sentirme aliviada pensando que esta persona ciertamente sufriría porque Dios castigaba mejor que yo. Sin embargo, la Sra. Eddy claramente tenía algo más en su pensamiento cuando escribió esto. Es decir, yo podía olvidarme del asunto y dejar que Dios lo corrigiera, y no tenía que preocuparme de qué forma se corregiría. Cada uno de nosotros tiene que ocuparse de su propia relación con Dios, y sólo puede ser responsable de corregir su propio pensamiento.

Sintiendo un renovado entusiasmo de ocuparme de mi salvación, pensé detenidamente en lo que yo necesitaba corregir en mis propias acciones. Mi equivocación era que había aceptado que podía existir una persona cruel y poco amable, y que podía ocurrir una acción dañina a causa de dicha persona. Yo no lograría sentirme en paz cuando otro fuese castigado, mi pensamiento sólo se tranquilizaría cuando me diera cuenta de que Dios jamás hizo a una persona cruel y, por lo tanto, no podía existir fuente alguna de donde pudiera surgir una acción dañina.

Tan pronto como pudiera reconocer que el hombre es el reflejo perfecto del Amor, yo dejaría de lamentarme por los errores de otra persona, y me liberaría del resentimiento. Comprendí que esta era la verdadera naturaleza del perdón; dejar de lado las mentiras acerca del hombre y negarme a aceptar que alguien pudiera expresar algo externo a la naturaleza de Dios. Yo no estaba excusando el comportamiento pecaminoso, me estaba liberando de creer una mentira acerca de mi prójimo.

Todas estas ideas me hicieron progresar y me ayudaron tremendamente, pero pasó otro año antes de que comenzara a manifestarse la etapa final de mi curación. Durante ese tiempo, dos ideas importantes me vinieron al pensamiento. Primero, percibí que cada momento que pasaba negándome a perdonar, era un instante en el que no estaba agradecida. Al no perdonar, yo estaba viendo algo malo en mi vida, que algo me faltaba. Eso ciertamente no era una postura que reflejara un reconocimiento de la gran bondad de Dios. Estar lleno de gratitud es no tener lugar alguno para la ira o el resentimiento, entonces el perdón se manifestaría naturalmente.

La segunda idea fue que el perdón no es una posesión que se puede dar y recibir; es una cualidad de Dios que se expresa. Yo había estado tan ocupada pensando en el perdón como algo que yo debía otorgar o hacer que otros me dieran, que no me había dado cuenta de que es un atributo del Amor divino. Nadie puede impedir que yo lo sienta, así como yo no puedo impedírselo a nadie. Ya es nuestro, sin importar lo que piense otro. El perdón no era una recompensa limitada porque se hizo una corrección, como tampoco era una herramienta para hacer que se produjera la corrección; era mi peldaño para alcanzar una comprensión más elevada del Amor y de los hijos de Dios; era mi “propia salvación”. Eso fue lo que soltó las cadenas, y me dio la libertad que yo había buscado durante tanto tiempo.

Ahora la vida es mucho más agradable y los días transcurren mucho más fácilmente. Yo sé cómo pasar mejor mi tiempo descubriendo al hombre verdadero, en lugar de poner mi atención en el comportamiento imperfecto. A veces resulta bastante difícil, pero me siento mejor equipada que antes para afirmarme en la verdad acerca del hombre de Dios. Aprendí que el Amor es la única promesa y certeza que habremos de necesitar jamás, y que el perdón es la puerta para comprender esa promesa de paz.

PUBLICADO ORIGINALMENTE EN EL CHRISTIAN SCIENCE SENTINEL,

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / mayo de 2012

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.