Preguntas como ¿Quién soy yo? ¿Cuál es mi propósito en la vida? vienen resonando en la humanidad desde hace siglos. La mayoría de las respuestas ofrecidas nunca han logrado satisfacer ese anhelo, pues siempre han identificado al hombre como un ser material, expuesto y propenso a toda clase de males.
Mary Baker Eddy, siguiendo las enseñanzas y obras del gran Maestro Cristo Jesús, identificó al hombre desde una perspectiva totalmente espiritual, e insistió en que todos somos los hijos amados de Dios y tenemos la capacidad de percibir y demostrar nuestra filiación divina.
En su libro Escritos Misceláneos, ella escribe: “El nuevo nacimiento no es obra de un momento. Empieza con momentos y continúa con los años; momentos de sumisión a Dios, de confianza como la de un niño y de gozosa adopción del bien; momentos de abnegación, consagración, esperanza celestial y amor espiritual”.Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 15.
El saber quiénes somos, al alcanzar una comprensión más espiritual de nuestra verdadera naturaleza, nos trae protección en la vida y nos brinda una libertad infinita.
Nuestra defensa consiste en saber que vivimos, nos movemos y somos ahora mismo en Dios, como el apóstol Pablo afirma en la Biblia. Es la luz del Cristo en nuestra consciencia lo que nos aleja de las mentiras sobre nuestra naturaleza y nos conduce hacia la verdad de que nuestro ser es enteramente espiritual ahora y para siempre. Fue esta acción del Cristo lo que produjo mi despertar a las verdades de la Ciencia Cristiana, mi renacer espiritual, y me impulsó a aplicar esta renovada comprensión en mi vida diaria.
Hace unos años, estaba en una reunión de amigas y en el tapeoTapeo: En España, práctica de probar distintas tapas (o pequeñas porciones de comida) en diferentes bares de la ciudad. abundaban unos sándwiches especiales. Disfruté de la reunión y llegué algo tarde a casa.
A la mañana siguiente, cuando desperté para ir a la iglesia, comencé a sentirme algo rara, con un cierto malestar y algunos mareos. Al ponerme de pie y empezar a caminar, la situación parecía empeorar. Lo primero que hice fue acallar el temor pensando que mi identidad como hija de Dios no es material, sino espiritual. En esos momentos recibí la llamada de una amiga que había estado en la misma reunión, quien me comentó que tenía síntomas similares. Allí nos dimos cuenta de que parecía ser una intoxicación por los sándwiches que habíamos ingerido.
Mi amiga es estudiante de la Ciencia Cristiana y recuerdo que le dije que esto no era parte de nuestra realidad y que de ninguna manera íbamos a aceptar una mentira que pretendiera contradecir nuestro estado armonioso sostenido por Dios. Decidimos orar juntas y luego de unas horas volveríamos a hablar. Me recosté y traté de alinear mi pensamiento con la Mente divina. Comencé a establecer mi relación indestructible y sagrada con Dios y a reconocer y afirmar mi identidad, y la de mi amiga, como hijos espirituales de Dios, perfecta, completa, sana y exenta de toda discordancia y temor.
Los ángeles, o intuiciones, de Dios comenzaron a alborear en mi pensamiento. Yo sabía que Dios es mi apoyo y fortaleza y recordé esta cita de Ciencia y Salud: “Una idea espiritual no tiene un solo elemento de error, y esta verdad elimina debidamente todo lo que es nocivo”.Ciencia y Salud, pág. 463.
Me mantuve en esta línea de pensamiento para percibir la naturaleza espiritual que yo expresaba y así sentir la presencia de Dios. A medida que reflexionaba sobre estas verdades me fui sintiendo mejor y al cabo de unas horas estaba completamente bien y los síntomas habían desaparecido. Más tarde supe que mi amiga también había sanado.
Eddy es aún más taxativa en su reclamación de los derechos divinos cuando declara: “La Ciencia Cristiana es absoluta; no está detrás del punto de la perfección ni avanzando hacia él; está en ese punto y desde él se debe practicar. A menos que usted perciba plenamente que es el hijo de Dios, y por lo tanto perfecto, no tiene Principio que demostrar ni regla para su demostración”.La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 242.
Es muy importante reconocer que ahora mismo somos hijos de Dios y defender nuestra verdadera identidad, la que nunca ha estado separada de su fuente perfecta y divina. En realidad, solo podemos ser testigos de la presencia y del poder de la única Mente, y este poder es lo que nos sana y salva.
La Ciencia Cristiana no sólo ha traído paz a mi vida, sino también la oportunidad de descubrir y gozar de mi naturaleza espiritual. Me ha bendecido muchísimo aceptar y comprender que todo lo que realmente somos, es decir, nuestra verdadera identidad, es el reflejo del Amor divino.
