Unos años antes de conocer la Ciencia Cristiana, los médicos me diagnosticaron artritis y artrosis, además de otros problemas relacionados con el sistema óseo. Como los dolores eran muy intensos, tomaba una cantidad excesiva de medicinas. Llegué a ingerir hasta 16 pastillas diarias. Los médicos me habían informado que si bien tendría períodos de mejoría, estas enfermedades eran incurables y que empeorarían con la edad.
Cuando empecé a leer y a estudiar el libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, las verdades divinas que revela este libro fueron penetrando en mi pensamiento, y me embargó una sensación de tranquilidad, de paz, con la certeza de que mi salud estaba mejorando. Finalmente dejé de tomar todas las medicinas y en muy poco tiempo me vi completamente libre de todas esas dolencias y sufrimientos. De esto hace ya más de ocho años, y no he vuelto a padecer de ellas.
Yo estudio la Biblia desde muy niña, incluso cuando cursé en la universidad el profesorado superior en literatura y español, la estudié como el máximo exponente de la literatura hebrea. De manera que estaba segura de que la entendía muy bien. Sin embargo, no fue sino hasta que comencé a estudiar Ciencia y Salud que empecé a comprender y a conocer realmente las verdades que encierra.
Me maravilló entender desde una perspectiva espiritual pasajes muy conocidos, entre ellos, “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32), donde el Maestro Cristo Jesús hace referencia a la verdad acerca de nuestra identidad espiritual como hijos de Dios, a la percepción de que el hombre es el reflejo de la perfección divina, del Principio, la Vida y el Amor.
Las palabras con que comienza el capítulo “La oración” de Ciencia y Salud son también toda una revelación: “La oración que reforma al pecador y sana al enfermo es una fe absoluta en que todas las cosas son posibles para Dios, una comprensión espiritual de Él, un amor abnegado” (pág. 1).
Esto difería totalmente de la manera que me habían enseñado a orar, pidiéndole a Dios que me sanara, que me concediera cosas. Eso era una conversación con Él sin comprensión espiritual alguna. Pero en la Ciencia Cristiana comprendí que la oración es una declaración de lo que Dios ya ha hecho, una afirmación de Su omnipresencia, de la vigencia constante del bien, de que la Mente infinita todo lo sabe. Uno ora con la certeza de que el Amor divino todo lo puede.
En el primer capítulo del Génesis leemos que Dios creó al hombre y a la mujer a Su imagen y semejanza, y vio que todo era bueno en gran manera. Es decir que, como Dios es Espíritu, Su creación tiene que ser totalmente espiritual y perfecta. Esto me ayudó a comprender que Dios jamás creó las enfermedades, los males ni nada que nos pueda hacer sufrir. Yo, por ser Su hija, no podía experimentar ninguna de esas dolencias, que no son otra cosa más que una ilusión, una imposición de la mente mortal, y no forman parte de la creación perfecta del Espíritu divino.
Este cambio de pensamiento transformó radicalmente mi manera de ver las cosas, incluso mi forma de ver el mundo, y no sólo me benefició a mí, sino también a otras personas a mi alrededor.
Me siento muy agradecida por el regalo inmenso que Dios me ha dado de ser estudiante de la Ciencia Cristiana.
