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Original Web

La duda quedó atrás con la ayuda de la Biblia

Del número de octubre de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 21 de agosto de 2017 como original para la Web.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Junio de 2017.


Pertenezco a una tercera generación de Científicos Cristianos que ha tenido grandes modelos a seguir y muchas curaciones, de manera que nunca esperé tener dudas tan intensas acerca de mi fe. Pero hace unos diez años, y en medio de importantes cambios, mi confianza en la verdad del descubrimiento de Mary Baker Eddy comenzó a tambalearse, y luego prácticamente se derrumbó. 

No obstante, en el curso de unos años, varios ángeles —pensamientos espirituales provenientes de Dios— comenzaron a llegar. Primero me reconfortaron. Luego me ayudaron a ver que podía aceptar con confianza y entusiasmo la promesa de salvación de Dios aquí y ahora, como la Ciencia Cristiana la revela de manera tan única. Muy pronto mi fe fue restaurada, y, de hecho, se profundizó. A lo largo del camino, aprendí cinco grandes lecciones, que comparto en este escrito, con la esperanza de que puedan ayudar a otros.

1. Yo no soy de ninguna manera el único que alguna vez ha tenido dudas.

Piensa en los doce apóstoles. Durante tres años, día tras día, los seguidores más cercanos de Cristo Jesús lo vieron sanar enfermos, resucitar muertos y dar sermones que cambiaron el mundo. Muchos de ellos no captaron lo que todo eso significaba, por lo menos, no de inmediato. Pedro lo negó tres veces. Nadie le creyó a María Magdalena cuando les dijo que Jesús había resucitado de la tumba, de acuerdo con el evangelio de Lucas. E incluso después de haberlo visto resucitado, muchos inicialmente regresaron a sus antiguos trabajos. Ciertamente, la mayoría de ellos con el tiempo se convencieron y aceptaron sus enseñanzas. Pero si aquellos que fueron testigos directos del ministerio de Jesús dudaron, yo no necesitaba sentirme tan alarmado de tener algunos problemas.

Esto no resolvía mi duda, pero era un contexto reconfortante.

2. La compasión de Jesús derritió la duda de Tomás.

En los días después de la resurrección, Jesús se dirigió a encontrarse con sus discípulos. Justo antes de la reunión, Tomás, que solo había escuchado de los otros que Jesús había resucitado, declaró con escepticismo propio del pensamiento materialista: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”.

Una figura menos espiritualmente elevada que Jesús podría haber reaccionado contra Tomás y dicho: “¿Estás bromeando? Tú has visto todo lo que he hecho, escuchado lo que he dicho, y aun así, ¿no les creíste a los que me vieron?” La respuesta que Jesús dio a Tomás sirvió como un importante reproche a su escepticismo, pero también demostró increíble compasión. Esencialmente dijo: “Si esto es lo que necesitas para poder creer, adelante, tócame”.

El amor incondicional del Maestro se abrió paso, como vemos en la respuesta de Tomás, que indica el despertar de la fe: “¡Señor mío, y Dios mío!” (véase Juan 20:24–29).

Si el amor del Cristo fue lo suficientemente fuerte como para derretir la duda de Tomás, deduje que podía eliminar la mía también.

3. Para crecer espiritualmente se requiere trabajar duro y ser humilde.

Sinceramente, hasta ese momento de mi vida, yo no había vivido totalmente la exigencia de la Sra. Eddy de “trabajad — trabajad — trabajad — velad y orad” (Mensaje de La Iglesia Madre para 1900, pág. 2). Sí, había estudiado la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, leía con frecuencia la Lección Bíblica semanal de la Ciencia Cristiana, y asistía a la iglesia con regularidad. Pero mentalmente yo no había asumido plenamente el compromiso. Un contundente pensamiento angelical aclaró este punto, y me hizo detener allí mismo donde estaba: “¿Realmente vas a darte por vencido en relación a la Ciencia Cristiana, antes de haber leído por completo Ciencia Salud?

Por ser hijo espiritual de Dios, es natural para mí ser atraído por —y aceptar— la verdad.

La verdad era que nunca había leído el libro de texto de la Ciencia Cristiana de tapa a tapa. Así que después de volverme un poco más humilde, lo hice. A lo largo de sus setecientas páginas, indiqué con un círculo todas las veces que aparece la palabra Espíritu, que es un sinónimo de Dios. Para mí el Espíritu indica la acción de Dios, como cuando el Cristo ilumina la consciencia humana. Elegí al Espíritu por su conexión con Génesis 1:2: “Y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”. Quería que el Espíritu se “moviera” e iluminara mi consciencia. A medida que avanzaba con la lectura del libro, podía sentir realmente la actividad del Espíritu, eliminando la oscuridad de mis dudas.

Y una curación ayudó. Un día, cuando de pronto enfermé con agresivos síntomas de gripe, me senté para llamar a una practicista de la Ciencia Cristiana. Pero antes de llamar, me prometí a mí mismo que seguiría humildemente las indicaciones de la practicista, algo que antes sutilmente resistía. Ella respondió el teléfono y escuchó mi petición, y dijo: “El Primer Mandamiento es su medicina. Tome su medicina”.

Seguir el Primer Mandamiento quería decir poner a Dios primero. Para poder comprender mejor cómo es que Dios, el bien, tiene el control completo, recurrí a la “declaración científica del ser” de Ciencia y Salud, que comienza: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia”. Y continúa diciendo en parte: “Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-todo” (pág. 468). Razoné: si esas cosas son verdad, entonces las leyes materiales que mandan que haya enfermedad y sufrimiento, no tienen poder, y, por lo tanto, no tienen poder sobre mí. Empecé a aceptar esto y sané por completo en tan solo unas horas.

El trabajo duro, la humildad y una curación fueron otros pasos para disolver mi duda.

4. Dios cumple sus promesas, lo que quiere decir que puedo confiar en Él.

Si alguien nos promete algo y lo mantiene, empezamos a considerar que es una persona en quien podemos confiar. Si alguien constantemente cumple sus promesas, ¿por qué habremos de dudar de él?

En dos formas específicas, empecé a ver con mayor claridad que Dios cumple constantemente Sus promesas de dar salvación a la humanidad, y a cada uno individualmente.

Primero, me di cuenta de que María de Betania, hermana de Martha, es un sorprendente ejemplo de confianza en el advenimiento del Mesías. Al ungir a Jesús con aceite, María mostró su confianza pura en que Dios había enviado a Jesús para mostrarnos el camino de salvación (véase Juan 12:1–8). María usó nardo índico, un costoso aceite de lavanda, el nombre del cual es traducido en parte de una palabra griega cuya raíz significa “convicción moral (de la verdad religiosa, o la verdad de Dios como maestro religioso); especialmente, apoyarse en el Cristo para tener salvación” (Strong’s Exhaustive Concordance of the Bible). No sabemos si el nombre del aceite era significativo para ella, pero ciertamente simbolizaba la profunda confianza y reverencia que sentía hacia Jesús. 

Otra mujer creyente, María Magdalena, también me dio mucha inspiración (véase Juan 20:1–18). En la tumba de Jesús, después de la crucifixión, Pedro y Juan se fueron antes de ver a Jesús resucitado. “Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos”. Pero tal vez María Magdalena conocía la gran promesa de salvación que Dios dio a la humanidad (véase, por ejemplo, Job 19:25–27, Salmos 16:10, Isaías 53:10–12 y Zacarías 12:10). Por esperar, ella fue la primera en ver y reconocer el regreso de Jesús. Por estar preparada para aceptar la reaparición de Jesús y la ascensión que él experimentaría, el corazón de María probó estar lleno de fe. La duda quedó totalmente afuera.

Segundo, empecé a ver que la promesa de Jesús se cumplió cuando Dios envió el Consolador, la Ciencia divina, o la Ciencia del Cristo (véase Juan 14:16). En el capítulo dieciséis de Juan, Jesús describe varios elementos esenciales de la venida del Consolador, para que no dejáramos de verlo cuando llegara. Por ejemplo, él dice: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (16:12, 13). Esto se relaciona con la declaración de la Sra. Eddy que dice: “Nuestro Maestro sanó a los enfermos, practicó la curación cristiana, y enseñó las generalidades del Principio divino de dicha curación a sus discípulos; pero no dejó ninguna regla precisa para demostrar este Principio de la curación y prevención de la enfermedad. Esta regla habría de ser descubierta en la Ciencia Cristiana” (Ciencia y Salud, pág. 147).

Jesús también dijo que cuando viniera el Consolador “pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama” (Juan 16:26, 27). En otras palabras, él prometió que tendríamos acceso directo y constante a Dios. Realmente, “el pastor dual e impersonal” (Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 322) de la Ciencia Cristiana, la Biblia y Ciencia y Salud, confirman de forma extraordinaria nuestra conexión inquebrantable —y eterna— con la verdad.

Cuando vemos que el cristianismo y la Ciencia Cristiana representan el cumplimiento de dos promesas importantes de Dios —el Mesías y el Consolador— podemos aceptarlas sin dudar. Su valor está marcado con sello en nuestros corazones. Y fueron marcados con sello cada vez más en el mío.

5. La duda no es natural. La fe y la comprensión lo son.

La Sra. Eddy caracteriza un capítulo en Ciencia y Salud llamado “El magnetismo animal desenmascarado” con una cita de Jesús: “Porque del corazón salen los malos pensamientos… estas cosas son las que contaminan al hombre (Mateo 15:19, 20). En el original en griego, la palabra “pensamientos” incluye el significado de debate, y se traduce a veces como “disputa” o “dudar” (Strong’s Exhaustive Concordance). También significa “cuestionar la verdad” (Thayer’s Greek Lexicon). Empecé a ver que los pensamientos llenos de duda susurran (a veces en lo que parece ser nuestra propia voz): “No soy fuerte ni tengo la certeza suficiente”. O bien, “Otros tienen más fe que yo”. O, “Tal vez algún día voy a creer más”.

He llegado a comprender que estas son simplemente sugestiones de lo que Pablo llama “la mente carnal” (Romanos 8:7, según versión King James), o como la define la Sra. Eddy científicamente “la mente mortal” (Ciencia y Salud, pág. 311). Y este es el aspecto liberador: Esos pensamientos no son nuestros. Tampoco tienen sustancia o realidad. La Sra. Eddy los identifica como magnetismo animal: “…la creencia falsa de que la mente está en la materia, y que es tanto mala como buena; que el mal es tan real como el bien y más poderoso. Esta creencia no tiene ni una sola cualidad de la Verdad” (Ciencia y Salud, pág. 103). Me he dado cuenta de que jamás pueden engañarme para que tenga un interminable diálogo interno falsificando lo que es realmente verdad, un diálogo que, como dijo Jesús, me puede “contaminar”.

En cambio, por ser hijo espiritual de Dios, es natural para mí ser atraído por —y aceptar— la verdad.

Después de digerir estas lecciones, continúo la travesía hacia lo que considero que es el tipo de fe de María Magdalena. A medida que avanzo, estoy atento para escuchar el amor a semejanza del Cristo que envuelve en la gracia todo indicio de dudas como las de Tomás. Me mantengo humilde y estoy trabajando más duro para vigilar y orar. Recuerdo que Dios mantiene Sus promesas, por esa razón, vale la pena confiar. Y sé que yo y todos nosotros, poseemos naturalmente la claridad y la certeza que nos capacita para percibir la Ciencia Cristiana en la luz completa de su verdad confiable y demostrable.

Apareció primero el 21 de agosto de 2017 como original para la Web.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Junio de 2017.

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