El Salmista habla de adorar al Señor en “la hermosura de la santidad” (Salmos 29:2; 96:9). Durante años, me pregunté que significaba eso. Parecía haber una promesa en esa frase, y quería entenderla, de modo que continué investigando su significado. Encontré inspiración muy útil en el relato de Juan en el libro del Apocalipsis.
La Biblia relata una experiencia espiritual bastante profunda que tuvo Juan de la presencia de Dios. Una perspectiva trascendental de la belleza de la realidad espiritual inundó su consciencia. Al comenzar a describir lo que percibió, escribió: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apocalipsis 21:1). Mary Baker Eddy escribe acerca de esta experiencia en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El Revelador (el autor del Apocalipsis) estaba en nuestro plano de existencia, aunque ya contemplaba lo que el ojo no puede ver, aquello que es invisible para el pensamiento no inspirado. Este testimonio de las Sagradas Escrituras sostiene el hecho en la Ciencia de que los cielos y la tierra, para cierta consciencia humana, esa consciencia que Dios concede, son espirituales, mientras que para otra, la mente humana no iluminada, la visión es material” (pág. 573).
Es obvio que Juan estaba experimentando “la belleza de la santidad”. Pero ¿qué es? Y ¿cómo podemos encontrarla?
Había estado orando todos los días para percibir más la presencia de Dios, para estar más consciente de la realidad del Alma.
Recientemente, viví un momento transformador que ayudó a responder ambas preguntas. Había estado orando todos los días para percibir más la presencia de Dios, para estar más consciente de la realidad del Alma, y mi oración fue respondida de una forma inesperada. Estaba retrocediendo de un espacio de estacionamiento, cuando vi unas gaviotas “bailando” en el aire mientras revoloteaban sobre un contenedor de basura. Esto no era nada nuevo para mí, sin embargo, de pronto ese momento tan mundano adquirió una apariencia totalmente diferente. Ocurrió algo espiritual y muy convincente. Fue como si una brillante luz espiritual hubiera inundado la escena. Se volvió radiante, gloriosa. Reconocí que esto era una vislumbre de la realidad del Alma. La manera como veía la forma de las alas de las aves, el color de sus cuerpos, la exquisita gracia que caracterizaba sus movimientos, señalaban algo más allá de la apariencia física, hacia las cualidades espirituales de Dios. Fue un momento trascendental. Estaba viendo más allá de su apariencia ordinaria como “simples gaviotas”, y estaba percibiendo “la belleza de la santidad”, o la expresión misma de Dios.
El corazón anhela ver evidencias de Dios. ¿Dónde podemos encontrarlas? La verdad es que ¡en todas partes! Esta experiencia me enseñó que simplemente tenemos que buscarlas, hacer que nuestro pensamiento sea más receptivo a la presencia de la realidad espiritual, y entonces… experimentamos la presencia de Dios allí mismo en medio de nuestra vida diaria.
El estudio de la Ciencia Cristiana revela que “Dios es Todo-en-todo”, como Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud (pág. 113). De manera que, Dios llena todo el espacio, está en todos lados. No es que encontramos a Dios en la materia. En el universo del Espíritu, el único universo que realmente existe, no hay materia. La realidad de Dios es verdaderamente buena, pura, hermosa y espiritual. Incluso donde parece haber evidencias de fealdad, mortalidad, allí mismo está la presencia tangible de Dios.
¿Cómo percibimos esto? La Sra. Eddy da esta maravillosa instrucción para responder justamente a este punto: “Debemos examinar en profundidad el realismo en vez de aceptar sólo el sentido exterior de las cosas” (Ciencia y Salud, pág. 129). Entonces, vemos más allá de la perspectiva material de las cosas, como hizo Juan, y somos testigos de la gloriosa expresión espiritual que sirve de fundamento a toda existencia real. Este es el lugar donde lo divino abraza lo humano, y experimentamos trascendencia, experimentamos la realidad que en verdad está siempre aquí.
Esto no quiere decir que necesitamos salir y tratar de encontrar evidencias de Dios. Al orar, pedimos tener la capacidad de discernir que Dios Mismo se nos está revelando, lo cual está ocurriendo constantemente. Desarrollamos la expectativa de poder presenciar más de la presencia divina. Cultivamos en nuestro corazón el deseo que anhela conocer más de la maravillosa realidad de Dios. Abrimos nuestro pensamiento para percibir más del bien que ya está presente, por ejemplo, encontramos bondad donde parece haber odio, o vislumbres de esperanza donde parece haber desesperación.
A medida que cedemos para tener más consciencia espiritual de la presencia de Dios, aumenta nuestra percepción del bien, y disminuye la evidencia del mal en nuestra experiencia. ¿Cuál es, entonces, el resultado inevitable? Transformación, renovación, reforma y curación. Cuando experimentamos la presencia de Dios, cuando nos sentimos sumergidos únicamente en la exquisita presencia del Amor, tomamos consciencia a sabiendas de nuestra unicidad con la Divinidad, con Dios. Dicha consciencia solo conoce la luz, la armonía, la pureza, el amor, la salud y la vida. Experimentamos el reino de los cielos aquí mismo, y glorificamos y adoramos a Dios a medida que reconocemos la inmensa santidad de Su creación. Es decir, adoramos a Dios “en la belleza de la santidad”.
Hay dos cosas que me han ayudado a examinar “en profundidad el realismo”, a fin de experimentar más de esta “belleza de la santidad”. Una es prestar atención. Mantener el pensamiento lleno del bien, en vez de permitir que sea arrastrado hacia la negatividad, la apatía, la voluntad humana, etc., es estar preparado para dejar que entre el influjo del Espíritu. Permitir que este sentido espiritual gobierne nuestro enfoque respecto a los distintos aspectos de nuestra vida, hace que encontremos evidencias de Dios en todas partes.
Por ejemplo, yo crecí junto al océano, y ver cómo las gaviotas salían disparadas y se sumergían en el agua en busca de comida, era algo que ocurría a diario y como mucho era entretenido, pero de ninguna manera inspirador. Sin embargo, en esta ocasión fue diferente. Esta vez las cualidades de Dios brillaron a través del movimiento de las aves y revelaron la exquisita “belleza de la santidad” que sostiene toda la realidad. Me sentí conmovida, me sentí maravillada; tuve un sentimiento indescriptible de santidad.
El hecho de esperar ver evidencias de Dios en todas partes, en lugar de estar a la espera de un día aburrido, siempre ha sido muy útil en mi experiencia de progreso espiritual. Esforzarme por mantenerme mentalmente en puntillas para ver qué maravillas de Dios se están revelando, ha hecho una diferencia. Al hacerlo, podemos empezar a ver la realidad espiritual dondequiera que estemos, discerniendo incluso la realidad de la existencia en los lugares más inesperados, y con frecuencia de formas muy agradables.
Cada vez que percibimos nuevas vislumbres de la verdad radiante de la magnificencia del Alma, somos vigorizados por el Espíritu, inspirados por el Amor, y capaces de sentir tangiblemente la unidad del bien que existe en todo el universo de Dios. Pero si no vemos esta perspectiva fácilmente, no nos sintamos desalentados. No siempre se manifiesta fácil o rápidamente. Se requiere de disciplina y perseverancia, así como amor por Dios. La promesa está allí para cumplirse para cada uno de nosotros.
Las consecuencias de experimentar más de la presencia de Dios son enormes. El resultado final de adorar a Dios en “la belleza de la santidad” es la curación. Cuando cedemos a la luz del Cristo, la luz de la Verdad, la luz de la realidad spiritual que inunda nuestro pensamiento, la oscuridad se desvanece. Cuando reconocemos que somos creados, como reflejo espiritual de Dios, para ser testigos de “la belleza de la santidad”, podemos elevarnos por encima del dolor, la tristeza y el pecado. Reconocer que estos no son otra cosa más que sombras, y no la realidad espiritual que es realmente nuestra, las priva de su aparente poder. Entonces, comienzan a desaparecer, y experimentamos curación.
A medida que extendemos nuestros momentos de ser testigos de “la belleza de la santidad”, traemos curación, no solo a nuestras propias vidas, sino al mundo. Cada vez que experimentamos conscientemente la presencia de Dios, permitimos que entre la luz que disminuye la oscuridad. Los momentos se van sumando, y realmente hacen una diferencia. Somos capaces de percibir cada vez más a Dios, y los efectos de este discernimiento se sienten. Transformación del carácter, curación de enfermedades y sentir a Dios directamente, son la promesa. Nuestra adoración de Dios “en la belleza de la santidad”, ilumina los lugares oscuros, y ¡la promesa se cumple!
Apareció primero el 10 de agosto de 2017 como original para la Web.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Julio de 2017.
Apareció primero el 10 de agosto de 2017 como original para la Web.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Julio de 2017.
