A menudo, cuando oro para sanar, le pregunto a Dios qué discernimiento o lección espiritual debo aprender. Sin embargo, recientemente, enfrenté una dificultad física y no tuve necesidad de plantear esa pregunta al orar. La inspiración me vino instantáneamente, y me brindó la verdad misma que necesitaba para sanar.
Había estado sentada en el piso de mi casa, y cuando me puse de pie repentinamente sentí un dolor fuerte en la rodilla. Entonces me di cuenta de que no podía poner ningún peso en esa pierna.
Mi primera reacción fue de sorpresa, pues, no me había movido de ninguna forma extraña. ¿Qué lo habrá causado? De inmediato, me vino al pensamiento una frase de la Biblia: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres” (Lucas 18:11). Para otros, probablemente sea extraño que ese pasaje me haya venido al pensamiento dadas las circunstancias, pero yo en realidad me reí entre dientes. Supe al instante por qué me había venido ese versículo.
Unas semanas antes de este incidente, había estado realizando intensas actividades físicas que incluían correr rápidamente y trepar un andamiaje. En cada instancia, la gente que me observaba se había sorprendido de mi agilidad.
Me di cuenta de que había empezado a tener sentimientos de orgullo e incluso de vanidad por mi destreza atlética. Me había dicho a mí misma: “La verdad es que estoy en muy buena condición física en comparación con mis compañeros”. Pero, como ahora me daba cuenta, debajo de esa preocupación por el cuerpo material y el orgullo por la habilidad física, estaba al acecho la aceptación de las limitaciones del cuerpo material, de su vulnerabilidad a tener lesiones y accidentes. Como escribe Mary Baker Eddy: “El único hecho concerniente a cualquier concepto material es que no es ni científico ni eterno, sino que está sujeto a cambio y disolución” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 297).
Durante las siguientes semanas, la dificultad en mi rodilla persistió, lo que me obligó a evitar toda actividad física enérgica, e incluso a caminar rengueando. Pero utilicé esa pausa en los deportes, para dedicar tiempo a orar y a profundizar en lo que yo sabía que tenía que hacer: apartar mi atención del cuerpo físico con sus limitaciones y distracciones, y volverme hacia la Verdad divina. Me estaban codeando suavemente para que obtuviera una percepción más esclarecida de que la identidad que Dios me ha dado, o cuerpo verdadero, es espiritual. Debía conocerme a mí misma como la expresión espiritual y perfecta de Dios, el Espíritu, de la forma como mi Padre-Madre me creó.
El artículo de la Sra. Eddy “El camino” me resultó sumamente útil (véase Escritos Misceláneos 1883–1896, págs. 355–359). Ilustra que el desarrollo mental debe pasar por tres etapas de desarrollo para poder efectuar curaciones rápidas con más eficacia: Primero, el conocimiento de sí mismo; segundo, la humildad; y tercero, el amor. Mientras estudiaba y oraba me sentí guiada hacia la segunda etapa, la humildad, puesto que la humildad contrarresta muy claramente el sentimiento de orgullo personal que se había apoderado de mi pensamiento.
Empecé a mantenerme alerta a las formas en que podía expresar humildad más plenamente. Resistí el impulso de ser obstinada y creerme superior a los demás en mi rutina diaria. Oré para sentir y obedecer la dirección de Dios en mi vida. Para ser sincera, me sorprendió mucho ver cuánto requería esto que disciplinara mi pensamiento, pero me comprometí a mantenerme vigilante. Me sentí animada por algo que escribió la Sra. Eddy acerca de la humildad en ese artículo: “Esta virtud triunfa sobre la carne; es el genio de la Ciencia Cristiana. Uno jamás puede ascender hasta que no haya descendido en su propia estimación” (pág. 356).
Después de dos semanas de trabajar y orar sinceramente de esta forma, el dolor en la rodilla cesó, ya no rengueaba, y recuperé totalmente la movilidad. Muy pronto estaba nuevamente jugando deportes con total libertad. Y sumada a la alegría estaba mi nuevo aprecio por las maravillosas cualidades de gracia y habilidad que mis compañeros atletas expresaban. Además, he sentido que mis días son mucho más ligeros, pues, ahora recurro cada vez más a Dios como mi Pastor, y permito que Él esté al mando de mi vida.
Elaine F. Zavodni-Sjoquist
Portland, Maine, EE.UU.
Apareció primero el 21 de agosto de 2017 como original para la Web.
Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 26 de junio de 2017.