Juego fútbol desde que pude patear una pelota. Así que quedarme sentado en el banco de suplentes no era exactamente la forma como esperaba comenzar la temporada de fútbol de otoño en mi segundo año de bachillerato.
Era un estudiante nuevo en un colegio de internos, y deseaba ansiosamente participar en todas las actividades, entre ellas, jugar en el equipo de fútbol juvenil. Sabía que debía mejorar mi juego para poder tener una buena temporada. Me dediqué a hacer todo lo mejor en cada práctica, trabajando duro y jugando lo mejor que podía. También era importante para mí apoyar a mis compañeros de equipo de cualquier forma que pudiera.
Un día, de pronto me empezaron a doler el pie y el tobillo; me dolían mucho cuando corría. Me tomó de sorpresa porque fue algo repentino. Confiaba en volver a jugar, pero esto no ocurrió. Pasó un día, una semana, y aún no podía correr. Me encontré sentado en el banco de suplentes, mirando jugar al equipo y sintiéndome muy frustrado por no poder jugar con ellos. Me di cuenta de que necesitaba recurrir a Dios en busca de ayuda, y practicar la Ciencia Cristiana como nunca antes lo había hecho.
La llamé a mi mamá, que es practicista de la Ciencia Cristiana, y le pedí que orara por mí. Como tenía mucho tiempo durante las prácticas, le mandaba mensajes con frecuencia para poder compartir ideas. Recuerdo que lidié con dos preguntas que me venían siempre al pensamiento: “¿Por qué me está pasando esto?” y “¿Cuándo va a terminar?”.
Una de las ideas que mi mamá compartió conmigo fue esta cita de la Biblia: “Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1). Esta fue una idea interesante, porque me sentía muy impaciente con toda la situación. Yo realmente quería correr totalmente libre de cualquier dolor. Y aunque sabía que Dios no creó el dolor, y confiaba en que la curación era inevitable, me resultaba difícil apartar mi pensamiento de algo que físicamente se sentía tan real.
Sin embargo, durante ese tiempo, gradualmente empecé a entender que lo importante era que estaba aprendiendo acerca de Dios, en lugar de centrarme en el problema o en que se produjera rápido la curación. Mi mamá me exigió empezar mi oración con mi gratitud y mi perfección como reflejo de Dios, en vez de empezar pensando que era necesario arreglar algo. Para mí ese era un concepto difícil, pero a medida que empecé a entenderlo, realmente me ayudó a apartar mi pensamiento de mí mismo y de mi cuerpo, y a centrarme más en Dios. Una vez que empecé a orar de esta forma, me sentí más tranquilo y menos frustrado.
Busqué definiciones de la palabra perfecto, y una que encontré fue: “Tan bueno como puedo ser”. Esto me recordó unas líneas de un himno:
Ningún defecto pudo dar Dios
al hombre, Su modelo infinito,
nada profano podía Él planear;
el Amor formó y ajustó.
(Himno 51, traducido literalmente de la versión en inglés por La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, y la versión autorizada de este himno se puede encontrar en el Himnario de la Ciencia Cristiana).
Me encantó la idea de que el modelo de Dios es infinito, porque explica que la fuente de nuestra perfección nunca puede cambiar y nunca lo hará. Este fue un discernimiento clave en mi curación.
No recuerdo exactamente cuándo mejoró mi pie, pero un día volví a jugar y estaba corriendo fuerte otra vez. No hubo ningún proceso gradual en la mejoría. El dolor simplemente desapareció, y me sentí totalmente libre. Jamás me reconfortó tanto poder apoyar a mis compañeros de equipo en el campo y volver a meter goles.
Al pensar en esto, estoy muy agradecido porque esta experiencia me dio la oportunidad de crecer en mi práctica de la Ciencia Cristiana, y aprender más acerca de “correr con paciencia”, aun cuando las cosas no sucedan tan rápido como quisiéramos.
Apareció primero el 21 de agosto de 2017 como original para la Web.
Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 17 de julio de 2017.
    