Mi madre era una dedicada Científica Cristiana. Para ir a la Iglesia de Cristo, Científico, más cercana, me ponía en un cochecito de bebé y me empujaba por más de tres kilómetros hasta el camino principal, donde tomábamos un autobús para ir a la ciudad. Allí me inscribieron a muy tierna edad en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.
Cuando era un poco más grande, uno de los requisitos de mi maestro de la Escuela Dominical fue memorizar cada semana el Texto Áureo de la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. ¡Qué maravilloso fundamento han sido estas citas de la Biblia para mí a lo largo de los años! Fue en la Escuela Dominical que aprendí: “Para Dios todo es posible” (Mateo 19:26). He podido probar esta verdad muchas veces.
Cuando estaba en séptimo grado, una mañana estaba jugando béisbol con unos amigos antes de la escuela. Uno de los chicos hizo un movimiento con su bate, y mi dedo quedó atrapado entre su bate y el mío. El dedo estaba sangrando y era muy obvio que estaba quebrado. El director de la escuela lo miró y dijo que no lo iba siquiera a tocar. Llamó a mi mamá y le pidió que me viniera a buscar.
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