Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

Una respuesta sanadora a los sucesos mundiales

Del número de octubre de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 7 de agosto de 2017 como original para la Web.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Febrero de 2017.


Los avances en la divulgación y las comunicaciones han tenido el efecto de achicar el mundo, trayéndonos las noticias del día más rápida y gráficamente que nunca. Hoy en día, la cobertura mundial de un suceso puede ser casi instantánea. No obstante, a pesar de que los cambios tecnológicos han hecho que las noticias estén fácilmente disponibles, las mismas no han alterado la perspectiva mental desde la cual percibimos y respondemos a los acontecimientos, y esto es lo que en resumidas cuentas determina el impacto que tienen en nosotros. 

¿Cuál es esta perspectiva? La humanidad en general ha aceptado el punto de vista acerca de la existencia que parece evidente a los sentidos físicos: que la vida está en la materia, y es producto de la materia, y que el mal es tan real y tan probable como el bien, sino más. Es por esta razón que las noticias sobre disensión, violencia, sufrimiento y corrupción parecen naturales e inevitables. Reaccionar a ellas con ira, temor o aflicción también parece normal desde esta perspectiva material. Pero dichas reacciones solo sirven para apoyar las pretensiones del mal. La esperanza más grande que puede ofrecer esta manera material de pensar es idear formas de contener el mal y manejar sus efectos.

La Ciencia Cristiana ofrece un punto de vista radicalmente diferente, una base espiritual de la existencia que proviene de la Palabra inspirada de la Biblia. Esta Ciencia reconoce que Dios es el único creador y gobernador de la existencia, y que la verdadera naturaleza de lo que Él creó es totalmente espiritual, y expresa Su naturaleza como Espíritu (véase Juan 4:24). Afirma que la vida, la sustancia la inteligencia son en realidad divinas y que solo el bien es real (véase Génesis 1:31). Su autenticidad se demuestra en el efecto directo y sanador que tiene en la vida humana; esta curación se produce cuando la mente humana obtiene la percepción y el sincero reconocimiento de las verdades de la Ciencia, respecto a asuntos específicos.

Si volvemos el pensamiento hacia el Ser Divino, y basamos nuestras conclusiones totalmente en la realidad espiritual de la bondad omnipotente de Dios y la perfección de Su creación espiritual, podemos percibir que las pretensiones del mal no tienen fundamento alguno. Llegamos a comprender que no tienen base en el Espíritu divino, y, por lo tanto, ninguna base en la realidad. A medida que percibimos cada vez más la verdad del modelo espiritual, las pretensiones del mal que se nos presentan parecen menos y menos creíbles hasta que dejamos de aceptar que puedan ser legítimas.

Esto de ningún modo quiere decir que descuidamos aquello que claramente necesita curación en el mundo. Más bien, estamos enfrentándolo directamente mediante una creciente comprensión de Dios.

El Cristo revela un fundamento firme desde el cual responder a los asuntos mundiales con compasión, valor, amor y curación.

Si nos resulta difícil aferrarnos firmemente al punto de vista espiritual, podemos ceder más plenamente al poder del Cristo, la idea divina de Dios que Jesús ejemplificó. El Cristo es la influencia de la Verdad divina que está siempre presente en el pensamiento humano para guiarnos y poner de manifiesto la presencia divina. El Cristo revela un fundamento firme desde el cual responder a los asuntos mundiales con compasión, valor, amor y curación. Nuestras oraciones, fundadas en una comprensión de Dios como el bien omnipotente, y el mal como carente de poder, puede ayudar a disminuir el mal en el mundo, no simplemente capacitarnos para manejar sus efectos.

En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy presenta una ilustración que me ha resultado útil para ver que no podemos confiar en lo que nos informan los sentidos materiales. Ella escribe: “Un mensaje disparatado, anunciando equivocadamente la muerte de un amigo, ocasiona el mismo pesar que traería la muerte verdadera del amigo. Piensas que tu angustia es ocasionada por tu pérdida. Otro mensaje, corrigiendo la equivocación, sana tu pesar, y aprendes que tu sufrimiento fue meramente el resultado de tu creencia. Así es con toda aflicción, enfermedad y muerte. Aprenderás a la larga que no hay causa para el pesar, y la sabiduría divina será entonces comprendida. El error, no la Verdad, produce todo el sufrimiento en la tierra” (pág. 386).

Aunque la Sra. Eddy aquí se refiere a un informe que no es real, no solo desde un punto de vista espiritual, sino de la percepción humana también —puesto que el individuo no había muerto— hallo que es útil recordar el concepto del “mensaje disparatado” cuando nos enfrentamos con evidencias del mal en nuestra propia vida o en el mundo. La frase puede recordarnos que, cuando se considera correctamente desde una perspectiva espiritual, la supuesta acción del mal en verdad no tiene fundamento en la realidad, porque no se origina en Dios. Y esto es verdad a pesar de la magnitud o fuerza de la evidencia que proporcione el sentido material en apoyo de la pretensión del mal. Entonces, en cierto sentido todo informe del mal puede considerarse como un mensaje disparatado.

Hace unos años tuve una experiencia que me ha ayudado a entender esto más claramente. En aquel entonces, yo trabajaba para una pequeña firma constructora de casas. Una de mis responsabilidades era coordinar nuestra atención al cliente, desempeñándome como contacto con los dueños de las casas, y trabajando para resolver cualquier asunto que ellos tuvieran con las mismas. Recuerdo una ocasión cuando nuestro equipo de mantenimiento me avisó que teníamos un propietario “difícil”; estaban seguros de que la dueña de una casa, a quien describieron con un lenguaje bastante colorido, me traería un sinfín de problemas. Tomé a risa el comentario, pero inconscientemente acepté la idea de que en algún momento tendría problemas con esta mujer.

 No mucho después, recibí una llamada de ella. Muy pronto se transformó en un ataque verbal contra nuestra compañía y nuestros empleados, y terminó cuando la mujer abruptamente colgó el teléfono. Me quedé perplejo ante este ataque tan severo, pero sabía que mi trabajo era resolver el asunto. Debía tomar una decisión. Podía aceptar el “mensaje disparatado”, por así decirlo, la apariencia exterior de una mujer llena de ira y odio; o bien, podía volverme en oración a Dios, reconociendo la verdadera naturaleza de ella como Su hija amada, que solo era capaz de expresar la mansedumbre del Padre-Madre divino, el Amor. 

Oré. Y cuando me sentí listo para devolverle la llamada, sonó el teléfono. Era nuevamente la dueña de la casa. Ahora estaba tranquila y sumisa, preparada para trabajar conmigo para encontrar soluciones a los problemas que tenía en su propiedad. El poder del Cristo me había impulsado a reconocer la identidad espiritual y verdadera de esta mujer como expresión de Dios, y disolvió el estado de pensamiento anormal y odioso, que no formaba parte de su verdadero ser. El efecto de la oración fue inmediato y permanente. Mantuvimos una cordial relación de cooperación con esta mujer durante todo el término de su garantía, que se extendió por dos años.

Esta experiencia ha sido de gran ayuda para mí, y he podido aplicarla en situaciones más grandes. Cuando me enfrento con informes de sucesos lamentables a nivel mundial o local —ya sean enfermedades, desastres, violencia, corrupción— mentalmente rotulo el informe como un “mensaje disparatado”. Si bien hay evidencias materiales que apoyan lo que afirma, no tiene fundamento alguno en la realidad espiritual. Me veo realmente enfrentado a la misma opción que tuve en mi oficina: ¿Voy acaso a aceptar como decisiva la evidencia de que el mal es una realidad sobre la cual tengo poco o ningún control, o voy a mantenerme firme en la convicción de que la bondad de Dios es todopoderosa y está siempre presente, y yo puedo demostrar ese hecho, aunque sea modestamente?

 Si permitimos que la perfección espiritual sea nuestra norma —lo que aceptamos como genuinamente verdadero— no seremos mesmerizados para creer las fábulas de un sentido de la existencia basado en la materia, y estaremos en mejor posición para ayudar a la humanidad con la oración. Pero el aceptar pasivamente que el pecado y el sufrimiento son normales e inevitables no puede hacer nada para traer curación al pensamiento individual o mundial, y nos deja librados a los caprichos de la opinión general.

Aceptar que la causa o efecto material tiene autoridad no era la práctica de nuestro Maestro, Cristo Jesús. El más grandioso demostrador del poder del Cristo nos mostró su método de la práctica con el ejemplo. En el Evangelio de Lucas, por ejemplo, nos cuentan que Jairo le imploró que fuera a su casa a sanar a su hija, que se estaba muriendo (véase 8:41, 42, 49–56). Cuando Jesús iba de camino, llegó un mensajero con terribles noticias, quien le dijo a Jairo: “Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro”. ¿Acaso Jesús creyó ese mensaje? No. Él percibió claramente que esa no era la palabra final, y respondió con consuelo y curación derivados de su percepción semejante al Cristo de los hechos espirituales. Aun ante lo que parecía ser la muerte, él se mantuvo firme en su convicción de que la vida de la niña estaba intacta, indestructible en Dios, que es la Vida omnipresente. Su correcta evaluación de la situación le permitió restaurar a la niña, demostrando que el hecho espiritual de la Vida omnipresente está siempre disponible para que se la perciba.

La percepción que tenía Jesús de la naturaleza espiritual de la realidad era la base de sus enseñanzas y obras sanadoras, y es la esencia de lo que nosotros llamamos el evangelio. El evangelio, o buenas nuevas, que él predicó podría resumirse en estas palabras: “El reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 10:7). Para Jesús, la regla de la armonía que caracteriza este reino no era simplemente cierto estado futuro. Sus palabras y obras indican que el reino de los cielos es la realidad espiritual de la existencia aquí y ahora. ¿Qué mejores noticias podría haber? Sin embargo, sus enseñanzas también indican claramente la necesidad de regeneración, de que el pensamiento sea purificado y nos permita percibir cada vez más los hechos espirituales que pertenecen a cada situación, y de esa forma ayudar a traer curación a la humanidad. 

Entonces, ¿cómo vamos a percibir las noticias? ¿Vamos a aceptar la evidencia de los sentidos materiales, los mensajes disparatados del pensamiento mortal? ¿O vamos a ser guiados por el sentido espiritual para aceptar las “buenas nuevas” que Jesús trajo al mundo, y abrazar a la humanidad en el amor sanador del evangelio de la Verdad? El evangelio nunca está rancio, nunca es obsoleto, nunca son las noticias de ayer. Es siempre fresco y pertinente, la perspectiva inspirada mediante la cual podemos bendecir grandemente a nuestro mundo.

Apareció primero el 7 de agosto de 2017 como original para la Web.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Febrero de 2017.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / octubre de 2017

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.