No tenía la energía para llorar, pero de todos modos, las lágrimas corrían por mi rostro mientras miraba fijamente el cielo estrellado. En el pasado, me había encantado pensar en el cielo como un símbolo de la infinitud de Dios. Pero ahora representaba un vacío abrumador.
Como la mayoría de los estudiantes del último año de la universidad, yo estaba muy feliz de graduarme. Pero cuando regresé a casa para comenzar el próximo capítulo de mi vida, me sorprendió el vacío que sentía. La incertidumbre me llenó de temor. Las preguntas acerca de una carrera se transformaron en preguntas sobre mi identidad e incluso nuestra propia existencia. ¿Por qué vivimos sólo para morir? ¿Por qué importa la vida? Comencé a sentir que todas las actividades y personas que había amado en mi vida eran efímeras y no tenían sentido alguno.
La oscuridad pareció apoderarse de mí al punto de que pensaba que nunca volvería a encontrar propósito o estabilidad. Por primera vez, incluso cuestioné si creía o no en Dios. Sin embargo, ese día, al mirar el cielo con lágrimas en los ojos, algo dentro de mí me dijo que llamara a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!