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Original Web

Enfrenta la superstición con hechos espirituales

Del número de septiembre de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

 Apareció primero el 10 de julio de 2017 como original para la Web.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Junio de 2017.


Hace unos años, yo vivía en el piso 25 de un edificio de apartamentos muy alto, y a mis nietos les encantaba visitarme. Una de las cosas que más les gustaba era andar en el ascensor, y nunca dejaban de notar que después que llegaba al piso 12, saltaba al número 14. Al principio, se sintieron un poco confundidos. 

Les hablé acerca de las supersticiones y de que mucha gente creía que el número 13 era un número de mala suerte, al punto de que muchos edificios altos ni siquiera tenían un piso 13. “Pero se están engañando”, exclamó uno de ellos, “¡No importa cómo lo llamen, sigue siendo el piso 13!”

Esto me hizo pensar más profundamente en qué consiste una superstición. Noté que todas ellas tienen algo en común: la ecuación que dice “si… entonces”.  “Si vives en el piso 13, vas a tener mala suerte”. O, “Si un gato negro se te cruza en el camino, vas a tener un día terrible”. Empecé a preguntarme si muchas de las afirmaciones de la mente humana basadas en la ecuación “si… entonces” no podrían calificarse como algún tipo de superstición; que a pesar de que yo no creo que los gatos negros y los pisos 13 traigan mala suerte, ¿no estaba, acaso, creyendo en las formas de creencias supersticiosas más modernas? 

 Por ejemplo, ¿seguía teniendo la preocupación latente de que si me acercaba a alguien con síntomas de gripe, yo también podía enfermarme? ¿Pensaba acaso que si mis ancestros habían tenido ciertos rasgos de carácter, yo también los tendría? O bien, ¿creía acaso que si oraba y estudiaba lealmente la Ciencia Cristiana por la mañana, solo entonces tendría un buen día?

Me di cuenta de que estas afirmaciones se basaban en factores y variables que realmente podían permitir que tanto el bien como el mal fueran una realidad, y esto era contrario a lo que había aprendido que es verdad en la Ciencia Cristiana. 

La Ciencia Cristiana, basada firmemente en las enseñanzas de la Biblia, me habían enseñado que la realidad se basa en lo que podría describirse como una ecuación de “dado que… entonces”, indicando que no existen variables de la casualidad y las circunstancias, como tampoco existe la dualidad del bien y el mal en sus premisas y conclusiones. Comenzando en el Génesis, leemos: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (1:31). Nos da la sensación de que Dios está diciendo: “Dado que Yo soy el único creador, y soy Todo, entonces todo es bueno, como Yo”.

 Uno de los temas de la Biblia es la declaración que hace Dios de Sí Mismo en primera persona, tal como: “Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí” (Isaías 45:5). Aprecio especialmente la forma como Dios se revela a Sí Mismo a Moisés en primera persona como “YO SOY EL QUE SOY” (Éxodo 3:14). Al hablar con Dios, Moisés continúa expresando todo tipo de temores basados en las ecuaciones de “si… entonces”. Si bien, el relato de la Biblia no indica sus preocupaciones necesariamente de esa forma, esto me ayudó a entender que la base del temor puede haber sido esto: “¿Qué pasa si la gente no cree que Tú me has enviado para que los guíe?”, y “¿Qué pasa si no logro superar los problemas que tengo para hablar en público?” Pero Dios le asegura a Moisés: “Yo estaré con tu boca” (Éxodo 4:12). Finalmente, comprende que, dado que Dios es el gran YO SOY, él logrará hacerlo. 

Toda la misión y ministerio de Cristo Jesús proclamaron que el reino de los cielos, o el buen gobierno de Dios, está siempre aquí, siempre a nuestro alcance, y está siempre dentro de nuestra propia consciencia, ahora y eternamente.

La Biblia pone de relieve la omnipotencia de Dios, y el Nuevo Testamento en particular está lleno de declaraciones de Su naturaleza afectuosa y generosa, entre ellas la siguiente: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). Y en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, dice: “No está bien imaginarse que Jesús demostró el poder divino de sanar sólo para un número selecto o por un limitado período de tiempo, puesto que, a la humanidad entera y a toda hora, el Amor divino suministra todo el bien” (pág. 494). La verdad espiritual en todo momento es que no puede haber excepción alguna para el Dios infinito único, del todo bueno. 

Entonces las supersticiones pueden verse como una negación directa de la totalidad de Dios. Lejos de ser simplemente creencias tontas e inofensivas, pueden enfrentarse como sugestiones mentales perniciosas de que existe otro creador, otra causa y otro efecto. Toda la misión y ministerio de Cristo Jesús proclamaron que el reino de los cielos, o el buen gobierno de Dios, está siempre aquí, siempre a nuestro alcance, y está siempre dentro de nuestra propia consciencia, ahora y eternamente. 

El Apóstol Pablo dijo: “Varones atenienses, en todo observo que sois muy [supersticiosos]; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio” (Hechos 17:22, 23, según versión King James).

Una traducción moderna de la Biblia interpreta las palabras “muy supersticiosos” como “extremadamente religiosos” (J. B. Phillips, The New Testament in Modern English), y Pablo estaba señalando lo que se podría llamar la superstición religiosa más básica de todas: la falsa noción, que es aún hoy ampliamente aceptada, de que Dios es en resumidas cuentas desconocido, y que debemos aceptar que Dios es un misterio. Partiendo de esa premisa, también podríamos resignarnos a la presencia del mal y creer que las cosas malas simplemente ocurren, incluso a veces aceptándolas como “la voluntad de Dios”. Pablo desafió esto cuando explicó que literalmente vivimos y nos movemos y tenemos toda nuestra existencia en la totalidad del Amor, y, por lo tanto, no hay ninguna ecuación adversa y supersticiosa de “si… entonces”. En la Mente no hay bien que sea desconocido. 

Hace algunos años, cuando Collin, uno de mis nietos, estaba en la escuela primaria, su mamá me llamó una mañana temprano. Me preguntó si el niño podía pasar el día conmigo mientras ella estaba en el trabajo. Me explicó que él tenía síntomas de una enfermedad contagiosa que había en el colegio. Los niños habían traído una nota para los padres el día anterior, indicando que más del 60 por ciento de los niños no estaba asistiendo a la escuela, y que la condición era muy contagiosa. 

Acepté muy contenta de que Collin viniera a casa, y pasamos un día maravilloso y muy tranquilo. Lo primero que hicimos fue leer en voz alta la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. No recuerdo las ideas específicas que leímos, pero estoy segura de que hablamos que él estaba totalmente a salvo porque era hijo de Dios, y que todos los otros niños también estaban bajo Su cuidado en la totalidad de Dios. Después, juntos armamos rompecabezas, hicimos sándwiches de queso asado para el almuerzo, y vimos una película.

Cuando su mamá lo pasó a recoger, él estaba perfectamente bien y feliz. Pero aquella noche, cuando me disponía a preparar la cena, empecé a sentir los síntomas de esa condición. Me senté de inmediato y simplemente recurrí a Dios orando para escuchar. Y lo que oí fue mi propia certeza de “dado que… entonces”.

“Yo soy cien por cien perfecto, así que tú eres cien por cien perfecta”. Comprendí que esto era una declaración directa de Dios, la Mente. Desafiaba específicamente la pretensión de que la enfermedad pudiera incluir la necesidad de que hubiera una estadística expresada a través de la supuesta ley del contagio. La verdad absoluta de que Dios es cien por cien perfecto, y mi perfección espiritual como reflejo de Dios, triunfaron sobre la pretensión del mal circunstancial, variable y casual. 

Pasé tan solo unos pocos momentos aceptando y regocijándome en este hecho espiritual de la perfección invariable de todo, me levanté de la silla completamente libre de los síntomas, y continué mis actividades de esa noche. Además, después mi hija me contó que el contagio se había detenido abruptamente, y los niños habían regresado muy pronto a la escuela.

Podemos detectar rápidamente cualquier superstición de las proposiciones de “si… entonces” y ver que esas creencias no son espirituales y carecen totalmente de autoridad: no provienen de Dios. Entonces, podemos fortalecernos al ver que no son de ninguna manera una ley, por ende, no puede creerse en ellas, porque no son otra cosa más que supersticiones, tales como los gatos negros y los pisos 13. Y lo mejor de todo es que podemos recurrir a Dios para escuchar la estruendosa voz de la Verdad que por siempre proclama: “Seréis, pues, santos, porque yo soy santo” (Levítico 11:45).

Somos perfectos y armoniosos porque Dios lo es; ¡y eso es todo!

 Apareció primero el 10 de julio de 2017 como original para la Web.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Junio de 2017.

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