Cuando mi hija Anna era pequeña, desarrolló un caso grave de eczema. Estaba tan incómoda que se despertaba de un sueño profundo para rascarse la piel, por lo que descansaba muy poco.
No parecía estar progresando con mis oraciones por mi hija, así que decidí llevarla a un pediatra. Sin embargo, lo único que ellos podían ofrecer era una crema de esteroides que proporcionaba solo alivio temporal, y tenía malos efectos secundarios.
Me dediqué nuevamente a orar por Anna. Recordé otras curaciones que yo había tenido a través del tratamiento de la Ciencia Cristiana, como fue la curación de una infección crónica en los oídos. Esto me animó. Sabía que Dios amaba a Anna y que ella también sería sanada. Declaré con firmeza su perfección como la imagen y semejanza de Dios, y el hecho de que ella nunca podía estar separada de Él y Su infinita bondad.
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