Recientemente, mi esposo y yo estuvimos hablando sobre el uso de una aplicación computarizada de servicios financieros, que hemos usado en los últimos años, para supervisar con regularidad nuestras finanzas. Nos dimos cuenta de que, por varias razones, el asesoramiento que la aplicación sugería ya no era pertinente o útil. La situación nos pareció graciosa y nos hizo cuestionar nuestro continuo uso de la aplicación.
Fue un buen recordatorio de que, si bien esas aplicaciones pueden ser útiles y convenientes, no lo saben todo. Por el contrario, he descubierto que recurrir a Dios, el Espíritu, siempre nos brinda soluciones en todas las áreas de la vida, incluidos los asuntos financieros.
Al pensar en esto recordé una experiencia que tuve cuando estaba estudiando mi postgrado. Durante el primer año del programa, tuve que hacer frente a dos cuentas con el mismo monto. Una era mi factura del impuesto federal; la otra, el registro estatal de mi auto. Tenía fondos suficientes para pagar una cuenta, pero no ambas. Parecía que tendría que elegir entre demorar el pago de los impuestos e incurrir en una multa o manejar mi auto ilegalmente.
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