Como mucha gente, anduve a lo largo de las orillas del Sena para ver cómo estaba Notre-Dame al día siguiente, después de luchar toda una noche contra el fuego.
La multitud era realmente impresionante; no solo gran cantidad de parisienses y gente de los suburbios alrededor de la capital, sino también muchos turistas. Había dulzura y reverencia en el aire, un sentido palpable de afecto, una inclinación a hablar con extraños como si fueran vecinos, un sentido de pertenencia, de cuidado.
La solidaridad expresada entre creyentes y no creyentes mostró que algo profundo dentro de la humanidad había sido conmovido. Los amantes del arte estaban de luto, los religiosos se vieron afectados hasta el corazón mismo de su fe, y ciudadanos y visitantes quizás se daban cuenta de que algunas cosas ya no serían las mismas. Obras de arte culturales e históricas humanamente irremplazables se han ido para siempre. La fragilidad de lo que alguna vez pensamos que estaría allí perpetuamente de pronto captó nuestra atención.
Podemos responder al mandato de “reconstruir” como una oportunidad de renovación espiritual que haga surgir lo mejor de nosotros.
Al pensar en esto después de mi caminata, comenzaron a aparecer señales de que habría una renovación. Expresiones de apoyo financiero comenzaron a fluir de muchas personas en Francia y el mundo, y el Presidente francés también anunció: “Reconstruiremos”.
Quizás la razón por la que gran diversidad de individuos se reunió espontáneamente compartiendo un sentido de reverencia, sea que un sentido similar de pérdida irreparable y a gran escala se ha experimentado de una forma u otra en la vida de muchas personas. Tantas han sentido en algún momento que tocaron fondo y que sería difícil recuperarse.
En mi propia experiencia, he apreciado una frase en el poema de Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, que dice simplemente: “…la pérdida es ganancia” (Escritos Misceláneos, pág. 389, según original en inglés). Es obvio que esto no es literalmente verdad respecto a lo que nunca más vamos a volver a ver o tocar. Pero las circunstancias extremas pueden impulsarnos a valorar de una forma nueva lo que alguna vez tuvimos; a considerarlo más allá de la apariencia o meramente de lo que el ojo ve, y atesorar los sentimientos de majestad, belleza y permanencia que continúan en nuestros corazones cuando analizamos más profundamente la verdadera sustancia que representaba aquello que “perdimos”.
La Sra. Eddy hace esta pregunta directa en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “¿Qué es la sustancia?” Y a continuación ofrece la siguiente respuesta: “La sustancia es aquello que es eterno e incapaz de manifestar discordia y decadencia. La Verdad, la Vida y el Amor son sustancia, como las Escrituras usan esta palabra en Hebreos: ‘la certeza [la sustancia]* de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve’. El Espíritu, el sinónimo de la Mente, el Alma, o Dios, es la única sustancia verdadera. El universo espiritual, incluyendo el hombre individual, es una idea compuesta, que refleja la sustancia divina del Espíritu” (pág. 468).
Puesto que “la Verdad, la Vida y el Amor” —los cuales como explica la Ciencia Cristiana son sinónimos de Dios— “son sustancia”, los tenemos para siempre con nosotros, sin importar lo que pueda parecer para los sentidos materiales. Podemos pensar en “la convicción de lo que no se ve”, por ejemplo, como la inspiración del Espíritu divino que nos anima y nos da el valor para comenzar de nuevo, la energía de la Vida infinita que nos da la fortaleza para seguir adelante, y el abrazo universal del Amor ilimitado que nos consuela y nos alienta.
Así como alguien que llega al fondo de una piscina puede impulsarse hacia arriba para llegar a la superficie, nosotros podemos volvernos hacia el Divino —la sustancia inquebrantable y permanente— para encontrar nueva inspiración que nos impulse y nos guíe hacia adelante. El amor de Dios nos llama a todos a contemplar con renovado entusiasmo los tesoros de nuestros corazones. Y cuando recurrimos al Espíritu, Dios, como la única sustancia verdadera, encontramos que el verdadero tesoro se encuentra en las cualidades que Dios nos da, tales como alegría, fortaleza, majestad e inteligencia. La madera puede ser destruida, pero las cualidades que representa jamás pueden perderse porque Dios está expresándolas en Su creación espiritual a cada momento. De modo que no solo podemos recordar y apreciar las manifestaciones pasadas de estas cualidades, sino también vivirlas activamente y ver evidencia de ellas en nuevas formas cada día.
Considero que la historia de Nehemías en la Biblia es una gran inspiración en este sentido. Nehemías se siente sumamente triste cuando se entera de que partes de la ciudad ancestral donde nació yacen en ruinas. Pero su confianza en Dios lo capacita para dejar de lado los lamentos y promover activamente el proceso de reconstrucción: “El Dios del cielo nos dará éxito; por tanto, nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos” (Nehemías 2:20). Y así lo hicieron.
Una dulce parisina, mientras miraba lo que quedó de la Catedral de Notre-Dame, me dijo llena de esperanza: “Ellos tienen todos los diseños del techo que se perdió guardados en las computadoras…. Va a tomar tiempo, pero si quieren, la pueden reconstruir”.
El tiempo dirá si esto es lo que va a suceder. Pero sea lo que sea que ocurra a la estructura física, cuando lidiamos con pérdidas a gran escala, ya sean personales o colectivas, podemos responder al mandato de “reconstruir” como una oportunidad de renovación espiritual que haga surgir lo mejor de nosotros. Esta es una prometedora y fortalecedora posibilidad que yace en el corazón de cada uno de nosotros, dondequiera que estemos en el mundo, porque la verdadera sustancia —la eterna expresión de la Vida y el Amor divinos— jamás puede extinguirse.
“Vida que todo renovó:
La tierra, el hombre y su pensar;
…………………………………….
El libre paso, el respirar, del
Horizonte el resplandor; la Vida
Que es inmortal, Vida que todo renovó”
(Samuel Longfellow, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 218).
