Hace varios años, durante unos cinco meses, experimenté una dolorosa y alarmante dolencia física.
Mientras oraba, me di cuenta de que sin saberlo había estado albergando estrés y resentimiento. Mi futuro esposo y yo estábamos planeando nuestra boda, y a mí me preocupaba mucho cómo se llevarían algunos de los invitados durante el casamiento después de no haberse hablado entre ellos en décadas. Además, en el trabajo, un colega era desagradable conmigo, y a su vez tenía otra situación con unos amigos, pues sentía que me habían ofendido y dado una imagen falsa de mí. Aunque no había pensado en estas cosas con frecuencia, era obvio que tenía resentimiento.
En medio de esta perturbación, un día iba manejando por la autopista, y estuve en un accidente de tres autos. Vi que algo ocurría con dos autos y no pude evitar el choque. Pero momentos después de que esto ocurriera, me vino el reconfortante mensaje de que yo estaba bien bajo cualquier circunstancia porque Dios, el Amor divino, estaba siempre conmigo. El auto quedó destrozado, pero yo logré empujar y abrir la puerta lo suficiente como para salir sin un rasguño, excepto por las menores lesiones producidas por la bolsa de aire. Los agentes encargados se sorprendieron al ver que estaba bien. Las otras personas envueltas en el accidente también estaban bien, aunque muy enojadas por el accidente y la condición en que quedaron sus automóviles.
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