Recientemente, durante un examen físico requerido para mi empleo, la doctora escuchó mi respiración a través del estetoscopio y comentó: “Ese es un sonido hermoso. No escucho nada”. Me subí a la bicicleta de un salto y me fui a casa, disfrutando del ejercicio y el aire puro. No siempre había sido así. Esta revisión me recordó cuán agradecido estoy por una curación de problemas respiratorios que tuve hace más de cuarenta años.
Crecí asistiendo a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Todos los domingos durante el recorrido hasta la iglesia, mis padres ponían un programa radial de la Ciencia Cristiana en el que la gente hablaba sobre las curaciones que habían tenido al aplicar las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. En mi clase de la Escuela Dominical, leíamos historias de la Biblia sobre las curaciones que se lograron al orar y apoyarse únicamente en Dios: Jesús sanaba; los profetas sanaban; los apóstoles sanaban. Mary Baker Eddy, quien descubrió el Principio en el que se basan estas curaciones espirituales y nombró su descubrimiento Ciencia Cristiana, sanó gente y enseñó a sus estudiantes a sanar. Y sus oraciones sanaban a otros.
Mis clases de la Escuela Dominical me enseñaron que yo también podía orar para sanar, y que no era la voluntad de Dios que yo estuviera enfermo. El primer capítulo del Génesis afirma: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; … Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (versículos 27, 31). Comprendí que Dios no me hizo enfermo y que yo tenía el derecho divino de estar bien.
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