Desde que tenía dos años, la gimnasia fue mi amor, mi pasión y mi vida. Tan pronto tuve la edad suficiente, comencé a estar en el gimnasio cuatro horas y media al día, cinco días a la semana haciendo piruetas, balanceos y rotaciones. Sin embargo, para cuando llegué a décimo grado, ya no me entusiasmaba tanto como antes debido a la enorme cantidad de tiempo que debía dedicarle y al estrés que me provocaba.
La gimnasia hacía que me destacara entre mis amigos, así que me aterrorizaba pensar que perdería esa parte de mi identidad. ¿Es que instantáneamente sería una más del montón? Después de meses de una tremenda lucha interna para decidir si debía continuar o renunciar, decidí que necesitaba recurrir a Dios en busca de guía, tal como la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana me había enseñado. Sentía que no tenía una idea clara de lo que debía hacer, pero sabía que la oración me guiaría en la dirección correcta.
Una noche, en la que me sentía muy decepcionada, abrí al azar mi ejemplar de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, para obtener algo de inspiración para orar. En el Prefacio, leí este pasaje: “Para aquellos que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones” (pág. vii). Había estado luchando para ver qué camino me llevaría a recibir más bendiciones, pero después de leer esa frase, se me ocurrió que cualquiera fuera el camino por el que Dios me guiara, aun así sería bendecida. Puesto que Dios es infinito, realmente no podía haber limitaciones en el bien que estaba preparado para mí.
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