Desde el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi, hasta la limpieza étnica de los musulmanes rohingya, a la consolidación de poder en manos del presidente de China, y tantas otras alarmantes acciones alrededor del mundo, es como si el dominio del hombre fuerte pareciera avanzar. Sin embargo, cada 27 de enero, Día Internacional de la Conmemoración del Holocausto, se nos recuerda cuán trágicamente puede apartarse de su curso la nave del estado cuando un “hombre fuerte” autoritario asume el mando.
Yo crecí bajo la sombra de esa historia. Mi padre, que era judío, se escapó de la Alemania de Hitler, solo para terminar prisionero en el régimen de un hombre fuerte en el otro lado del espectro político: la Unión Soviética de Stalin. A medida que fui creciendo y estuve cada vez más consciente de cuán susceptible seguía siendo el mundo, a tener gobiernos de dirigentes autocráticos, me sentí impotente ante el curso de la historia. Estaba mentalmente bajo el yugo del factor miedo con el que prospera el gobierno del hombre fuerte, aunque vivía en una de las naciones más libres del mundo.
Lo que lentamente, pero con seguridad, cambió eso fue la nueva comprensión de la naturaleza del bien y del mal que he adquirido por medio del estudio de la Ciencia Cristiana. La misma saca a la luz la verdad de que la bondad de Dios está siempre presente y es todopoderosa, y enseña cómo probar esto poco a poco. A medida que cedemos a la comprensión de esta realidad divina, surgen las soluciones: la enfermedad sana, la escasez desaparece y se tiene lo suficiente, la alegría y la bondad aumentan en nuestras relaciones. Cuando se acumulan pruebas como estas de que el bien estaba presente allí mismo donde el opuesto parecía estar, se vuelve más claro que esta verdad debe aplicarse para todos, bajo cualquier circunstancia. En consecuencia, sentimos que es natural ayudar a los demás a ser libres al comprender y experimentar esta presencia divina tan liberadora.
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