Hace unos años, mi esposo y yo tuvimos uno de nuestros mayores desafíos personales. Él es un contratista de construcción independiente, y decidió emprender y administrar un negocio del que prácticamente no sabíamos nada: un centro de bolos de 26 carriles. Nuestra comunidad tenía gran necesidad de algunas actividades recreativas positivas para la familia, y pensamos que esto ayudaría a satisfacer esa necesidad. Mi esposo pasó años investigando y estudiando la industria, y finalmente construyó y abrió el centro, para deleite de la comunidad. Sin embargo, este resultó ser un desastre administrativo y monetario para nuestros socios y para nosotros.
Pronto nos encontramos hasta el cuello de obligaciones financieras, relaciones difíciles entre empleados y clientes, y tensiones en las relaciones entre nuestros socios comerciales. Mi esposo trabajó 15 horas al día, siete días a la semana durante cinco años para mantener la integridad del negocio. Cuando no estaba trabajando, a menudo se sentaba desesperado. Temíamos ir a la bancarrota y que ejecutaran la hipoteca.
Concentré todos mis esfuerzos y energías en mantener a nuestra familia unida, haciendo todo lo posible por guardar un sentido de equilibrio y orden dentro del hogar para nuestras dos hijas pequeñas. Y lo más importante: ¡oré! Establecí un período regular de dos a tres horas por día dedicado al trabajo metafísico específico en apoyo de nuestro negocio y nuestra familia, buscando “seguridad en la Ciencia divina” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 494).
La historia de Daniel en el foso de los leones (véase Daniel, cap. 6) resultó ser de gran consuelo para mí. Daniel, un profeta hebreo, había sido nombrado por el rey Darío para ocupar un puesto alto en el reino de Babilonia. La Biblia dice que Daniel tenía un “espíritu superior”, y que “era fiel, y ningún vicio ni falta fue hallado en él”. Pero hubo una conspiración para sacar a Daniel de su puesto de poder y favor con el rey. Los conspiradores persuadieron a Darío para que estableciera un decreto que prohibiera, por un período de treinta días, orar a “cualquier Dios u hombre” que no fuera el rey. La historia continúa diciendo que Daniel siguió adorando al Dios viviente, y debido a esto, fue arrojado a un foso de leones. Sin embargo, no sufrió ningún daño.
Pensé en la inocencia de Daniel y su obediencia a Dios, cualidades que ciertamente lo protegieron. De hecho, Daniel le explica al rey Darío que Dios lo protegía debido a su inocencia. La palabra inocente significa libre de falta, daño o culpa. Sabía que el motivo de mi esposo para emprender el negocio era proporcionar una actividad comunitaria que valiera la pena, y que lo administraba con sinceridad, honestidad e integridad. Yo comprendía que, al mostrar estas mismas cualidades de inocencia y obediencia, él no podía ser castigado ni devorado por ningún “león” del pensamiento material: temor, desesperación, ira, etc. Y así como Daniel había estado protegido y a salvo, nosotros también lo estaríamos.
Durante ese período, cada vez que enfrentábamos una nueva preocupación o amenaza, sentía que recurría a Dios con todo mi ser, buscando seguridad y protección en la roca de la Ciencia divina. Con esto quiero decir que me volvía de todo corazón a las verdades de la Ciencia Cristiana, incluido el hecho fundamental de que Dios es del todo bueno y omnipotente, y que Su creación espiritual (incluidos todos nosotros) es armoniosa. Mary Baker Eddy escribió sobre esta roca de la Verdad en su poema “Cristo, mi refugio”:
A Cristo veo caminar, venir a mí
por sobre el torvo y fiero mar; su voz oí.
Me asienta firme la Verdad en roca fiel,
se estrella el bronco vendaval en su poder.
(Escritos Misceláneos, pág. 397)
Sin embargo, cuestionaba por qué continuaban las tormentosas pruebas, cuando sabía que habíamos construido nuestras vidas sobre una base espiritual. ¿Por qué éramos bombardeados por tantas tempestades de desafíos y tribulaciones?
Un día, abrí mi Biblia para leer la parte del Sermón del Monte donde Jesús compara a quienes obedecen sus enseñanzas con un hombre prudente que construyó su casa sobre una roca, y aquellos que no lo hacen con un hombre insensato que la construyó sobre la arena (véase Mateo 7:24–27).
Obtuve un nuevo discernimiento al leer este versículo: “Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca”. Me di cuenta de que, evidentemente, las tormentas de nuestra experiencia humana vendrán y se irán, pero Jesús promete protección completa a aquellos que han construido sobre la roca de la Verdad. Nuestra “casa”, nuestro verdadero ser espiritual, no puede caer ni ser destruida. Había estado tan preocupada por saber cuál sería la próxima tormenta, que me concentré más en las tormentas que en lo que sabía que era la Verdad indestructible. No estábamos haciendo nada malo para causarlas, así que dejé de preocuparme por ellas y descansé con seguridad y serenidad sobre la roca.
A partir de ese momento, ¡las “tormentas” ya no me mantuvieron cautiva! Obtuvimos nuestra paz. Aunque requirió de perseverancia y continua oración y paciencia durante unos años, fuimos liberados de nuestra situación comercial pacíficamente sin tener que ir a la bancarrota. Fuimos bendecidos por esta resolución y guiados a nuevas oportunidades de negocio que no podríamos haber previsto o definido por nosotros mismos, y que han sido sumamente exitosas y gratificantes. Sentí que finalmente había comprendido este versículo de la Biblia: “Antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído” (Isaías 65:24).
La promesa de Dios “os compensaré por los años que ha comido la langosta, … Tendréis mucho que comer y os saciaréis” (Joel 2:25, 26, LBLA) se ha cumplido en nuestras vidas.
Ann Little
Atascadero, California, EE.UU.
