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Original Web

La oración persistente sana tumor facial

Del número de octubre de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 16 de julio de 2020 como original para la Web.


Cuando leí los testimonios del número de enero de 2020 de esta revista, me di cuenta de que era hora de compartir mi propia curación trascendental. 

Hace unos cinco años, me apareció un pequeño crecimiento en el centro de la frente. Al principio no me alarmé, pero cuando comenzó a crecer y tuve que vendarlo ocasionalmente, supe que no podía quedarme sin hacer nada y simplemente desear que desapareciera. 

Lo primero que hice fue pedirle tratamiento metafísico a un practicista de la Ciencia Cristiana. Determinamos que era necesario que yo alcanzara una mejor comprensión de Dios, la única fuente de mi vida y salud. Sabía que toda acumulación de materia, tal como un tumor en el cuerpo, era la falsificación del crecimiento espiritual, el único crecimiento verdadero, el que proviene al comprender que Dios es Espíritu, y que lo que el Espíritu crea es espiritual, como él mismo, y, por lo tanto, no tiene defecto alguno. El Espíritu, por ser Todo-en-todo, demuestra que la materia, a diferencia de él, es nada; la materia no tiene sustancia ni realidad.

El practicista y yo oramos por unos meses de esta forma. Aunque el tumor no disminuía, la confianza que yo estaba obteniendo en la capacidad de Dios para eliminar todo lo que sea desemejante a Su bondad estaba reemplazando gradualmente el temor y el desaliento.

Alentada por mi progreso espiritual, oré por mi cuenta durante unos meses más. Pero cuando, incomprensiblemente, caí en un estado de inercia, pedí nuevamente ayuda mediante la oración a un practicista de la Ciencia Cristiana, cuyo contagioso entusiasmo por la práctica sanadora infundió en mí el deseo de dedicarme de manera más constante a la Palabra de Dios.

Después de varias semanas, me sentí bastante inspirada espiritualmente como para proceder por mi cuenta otra vez. Reanudé mi antigua práctica de leer a diario consecutivamente de la Biblia, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras y otros escritos por Mary Baker Eddy, y los himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana. Pasé los siguientes seis meses como una diligente y disciplinada estudiante de estos libros. Sus inspiradoras ideas me reconfortaban y fortalecían. Además, encontré muchos artículos y testimonios en las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana que parecían haber sido escritos para mí. 

Uno podría llegar a la conclusión de que la curación física tiene que haber ocurrido en este punto elevado de inspiración espiritual y estudio sistemático. ¡No fue así! Al pensar en ello, veo que, si bien valoraba todo lo que estaba aprendiendo, consideraba que yo era de alguna manera diferente de los testificantes de las publicaciones periódicas; que no merecía sanar.

Anhelando liberarme de la baja autoestima, procuré purificar mis motivos y sentido de identidad. ¿Oraba para liberarme de la enfermedad? O ¿estaba agradecida de que Dios me hubiera creado a Su imagen y, por ende, estaba en realidad libre de la enfermedad? Orar por el primer motivo sería inútil, porque estaría basado en una premisa falsa basada en la materia; es decir, que yo era mortal y debía liberarme de una enfermedad real. Mientras que orar por estar agradecida por la naturaleza inmortal del hombre —el más puro de los motivos— me liberaría para que no sintiera otra cosa más que amor de y por Dios. Así que me esforcé por hacer constantemente eso, adorándolo a cada paso del camino.

Un día, le pregunté a una amiga que es enfermera de la Ciencia Cristiana cómo proteger mejor el área manchada en mi frente. Su respuesta manifestaba tanta compasión cristiana que el sangrado ocasional se detuvo de inmediato, y nunca volvió. La molestia también desapareció para siempre. Pero la protuberancia permaneció.

En un momento dado, fue evidente para mí la necesidad de alcanzar una comprensión espiritual aún más grande, así que le pedí ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana, quien percibió que necesitaba vencer un falso sentido de identidad, que se manifestaba en voluntad propia, en creerme mejor que los demás y justificación propia. Debía en cambio, expresar más de mi identidad real siendo más abnegada, dejando de lado la voluntad propia y renunciando al yo. Cristo Jesús consideraba que renunciar al yo es esencial para la curación, y ¡él era, por excelencia, la persona más abnegada! Les dijo a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24).

¿Cómo podía negarme a mí misma? Por un lado, negando, como debe de haber hecho el maestro Metafísico, un sentido mortal e irreal de identidad y afirmando la verdadera identidad inmortal y espiritual del hombre. Por otro, viviendo el amor que impregna el Sermón de Jesús en el Monte. He aprendido que la verdadera obediencia a la voluntad del Divino requiere de profunda humildad; como la que Naamán sintió después de haberse resistido inicialmente a cumplir el mandato de Eliseo de sumergirse siete veces en el río Jordán. Para mí, en mi situación esto significaba prestar atención al pedido del practicista de resistir la tentación de tocar el tumor o mirarlo en el espejo. Una vez que logré dominar esas tendencias rebeldes, dejó de preocuparme cuándo se disolvería la imperfección.

Unos meses después, un pequeño crecimiento en la clavícula, que antes estaba inerte, de pronto se inflamó. Fortalecida por el continuo estudio espiritual, no tuve ningún temor. Decidí no hacer nada cada noche excepto estar quieta y escuchar a Dios. La primera noche, el crecimiento de la clavícula cesó. La segunda noche, se cayó, dejando la piel suave. Me sentí tan maravillada por la omnipotencia del Amor divino, que me olvidé del tumor facial. Unos meses después, este también desapareció, y mi piel quedó limpia y normal.

Estoy profundamente agradecida a los leales practicistas que trabajaron para mí en diferentes ocasiones, dándome tratamiento en la Ciencia Cristiana, alentando mi devoción a Dios y ayudándome a probar la veracidad de estas palabras de Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud: “Quienquiera que desee demostrar la curación por la Ciencia Cristiana, tiene que atenerse estrictamente a sus reglas, tener en cuenta cada declaración, y avanzar desde los rudimentos establecidos. No hay nada difícil ni penoso en esta tarea, cuando el camino está señalado; pero sólo la renuncia al yo, la sinceridad, el cristianismo y la persistencia ganan el premio, como generalmente lo hacen en todas las actividades de la vida” (pág. 462).

Susan Hill Clay
Houston, Texas, EE.UU.

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