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Original Web

Sana de dificultad para respirar y dolores en el pecho

Del número de octubre de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 3 de agosto de 2020 como original para la Web.


Estaba en un pequeño museo cuando tuve náuseas, me costaba respirar y sentí un dolor en el pecho. Podría haber sentido una urgencia si hubiera aceptado que mi estado era potencialmente mortal, pero sabía que podía considerar en silencio lo que la presencia de un Padre-Madre Dios amoroso significaba para mí, y que esto traería curación. Cuando mi esposo me llevó a casa, respondimos como yo más quería: sumergirnos en lo que habíamos estado aprendiendo sobre la Vida, Dios, y lo que somos por ser Su imagen y semejanza.

Una vez en casa, sentí que la situación parecía lo suficientemente grave como para llamar a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me diera tratamiento. Me pareció útil que ella me dijera que la condición no era física, porque vivimos en Dios, que es Espíritu, y esto significa que nosotros mismos somos espirituales, no físicos. También me pareció muy útil que me dijera que la condición no tenía nombre. Dios, que es del todo bueno, no puede conocer nada aparte del bien, de modo que, en la realidad espiritual, la condición no tenía nombre alguno. A veces sentía la tentación de dar nombre a lo que estaba experimentando, pero comprendí que dar crédito a los síntomas sería totalmente contraproducente, pues abriría la puerta a todo tipo de sugestiones de que algo estaba mal conmigo y que sería necesario algún tipo de tratamiento médico para manejar el problema. Yo quería tener una curación completa a través de mi comunión con Dios. Quería saber lo que estaba bien conmigo: la verdad espiritual acerca de mí.

Durante esa llamada telefónica, la practicista también me recomendó orar con “la declaración científica del ser” de la página 468 del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, y con la Lección-Sermón semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, una guía de estudio compuesta de pasajes de la Biblia y de Ciencia y Salud. Las acertadas y seguras instrucciones de la practicista sirvieron para desviar mi atención de simplemente buscar alivio a tener una profunda curiosidad y aprecio por lo que estas referencias podían enseñarme: ideas poderosas para refutar las suposiciones erróneas acerca de la vida.

Me encanta leer. Me encanta aprender. Y la idea de que aprender más acerca de Dios transforma la experiencia humana en algo más positivo, no es extraña para mí. Así que me acomodé lo más posible y me concentré en lo que le dijeron a Job: “Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; y por ello te vendrá bien” (Job 22:21).

La segunda noche, sentí que las cosas empeoraban, así que le pedí a mi esposo que me leyera la Lección-Sermón en voz alta. Me senté y cerré los ojos, y mientras él leía, parecía como que estaba absorbiendo su significado con más diligencia que nunca. Me sentí rodeada, sostenida y reconfortada por la convicción de que el dolor desaparecería. Y eso no era lo más importante que estaba ocurriendo. Anhelaba crecer espiritualmente, y poder discernir mi salud y bienestar.

Como dice Ciencia y Salud: “Mantén tu pensamiento firmemente en lo perdurable, lo bueno y lo verdadero, y los traerás a tu experiencia en la proporción en que ocupen tus pensamientos” (pág. 261). En ese momento, descubrí que “mantener el pensamiento firmemente” no tiene por qué ser arduo. Me encantaba, lo absorbía, estaba sentada prestando atención, escuchando atentamente, profundamente, a mi esposo leer las inspiradas palabras de la Biblia y los pasajes correlativos de Ciencia y Salud.

Me gusta pensar que lo que sentía en ese momento eran las “corrientes calmas, poderosas, de la verdadera espiritualidad” que describe Mary Baker Eddy: “Las corrientes calmas, poderosas, de la verdadera espiritualidad, cuyas manifestaciones son la salud, la pureza y la inmolación del yo, tienen que profundizar la experiencia humana, hasta que se vea que las creencias de la existencia material son una flagrante imposición, y el pecado, la enfermedad y la muerte den lugar eterno a la demostración científica del Espíritu divino y del hombre de Dios, espiritual y perfecto” (Ciencia y Salud, pág. 99). Después de estas lecturas, me sentí mejor y dormí bien esa noche.

A partir de ese momento hubo un progreso considerable para avanzar y volver a la normalidad. Me inspiró para que centrara mi atención en todo lo que la practicista me pidió que hiciera. Después de todo, le había pedido ayuda y confiaba en su competencia. Al consultar con ella todos los días, ya sea por teléfono o por correo electrónico, compartía conmigo ideas pertinentes y artículos de la Ciencia Cristiana que me daban indicaciones que yo recibía con mucho agrado.

Un artículo que me recomendó me pareció irrelevante al leerlo por primera vez, pero cuanto más pensaba en él, más me daba cuenta de que tenía que cambiar mi actitud hacia un miembro de la familia. Mi recuperación no se trataba simplemente de volver a la normalidad física; se trataba de amar mucho más y progresar espiritualmente. Al volverme más alerta a las ideas del artículo, me liberé y dejé de juzgar a ese individuo.

Ser obediente a las indicaciones de la practicista cambió mi pensamiento, y como resultado se produjo la curación. Al cuarto día pude dormir en una cama, en lugar de estar apoyada en el sofá. Y mi querido esposo y mi dulce hijo me acompañaron en mis lentas caminatas por el vecindario para que pudiera salir y moverme un poco. Ellos me alentaban. 

A sugerencia de ellos, vimos una antigua comedia para romper la rutina de la noche y aligerar la seriedad, pero descubrí que me dolía al reír. ¡Sabía que esta sugestión agresiva que se interponía en el camino de las caminatas y risas normales tenía que acabar!

Al quinto día le escribí lo siguiente a la practicista: “Cada día tengo menos dolores y más progreso para moverme y volver al trabajo. Tengo una oficina en casa y, curiosamente, cuando me concentro en el trabajo de mi carrera, el dolor desaparece. Además, y esta es, ciertamente, la mejor parte, pensé que se podría decir que soy perezosa para hacer mi estudio de la Ciencia Cristiana habitualmente. Sí, esto es difícil de confesar. No me gusta pensar que soy perezosa, y no es la verdad espiritual sobre mí. Sin embargo, estoy consciente de la diferencia y de que mi estudio en esta ‘crisis’ está muy por encima de mi estudio diario. Esta experiencia me ha inspirado a pensar más profundamente en la ilusión del sentido material y comprender la razón de porqué soy libre, libre, libre de toda pretensión de enfermedad. Como me recordaste, es una sugestión sin nombre, y el mundo nos necesita ahora, necesita mi testimonio y mi negocio para seguir adelante. Así que, ¡manos a la obra!”

Al final de la semana estaba completamente libre del problema. Fui útil y pude realizar muchas actividades, entre ellas, participar en alegres bailes de swing y en línea en una reunión para recaudar fondos, sin tener rastro alguno de las limitaciones de la semana anterior.

Esto sucedió a principios de noviembre de 2018, y la dificultad no ha regresado en lo más mínimo. En el tiempo transcurrido desde entonces, cuando tengo dolores menores en otras partes del cuerpo, vuelvo a lo que aprendí de esta curación, y no duran mucho tiempo. Estoy profundamente agradecida por cada comprensión de esta Ciencia del Cristo, y por la confianza en la respuesta y la fidelidad de la practicista.

Trish Hatfield
St. Albans, Virginia Occidental, EE.UU.

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