Una noche, hace más de treinta años, abrí la puerta de mi casa y vi a mi hija y sus tres niños pequeños con sus maletas, pidiendo que los alojáramos.
Debo decir que mi corazón dio un salto de alegría cuando me di cuenta de que finalmente se había liberado de un matrimonio que había sido difícil desde el principio. Ella había permanecido en esa unión mientras hubo esperanza, y ahora el esposo se había ido. En aquel entonces pareció muy duro, pero demostraría ser una bendición.
Por supuesto, mi esposo y yo estábamos felices de recibir a nuestra hija y nietos. Sin embargo, era todo un desafío tener a tres niños en el medio cuando mis propios hijos ya eran adultos y vivían solos. Como mi hija tenía un trabajo de tiempo completo, los niños estaban conmigo muchas horas todos los días. Los despedía cuando se marchaban para ir a la escuela por la mañana y estaba allí cuando regresaban a casa por la tarde. Además de tener que cocinar más, estaban también todas las otras exigencias que entraña vivir con otras cuatro personas.
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