Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

Una perspectiva más generosa del hogar

Del número de octubre de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 6 de agosto de 2020 como original para la Web.


Una noche, hace más de treinta años, abrí la puerta de mi casa y vi a mi hija y sus tres niños pequeños con sus maletas, pidiendo que los alojáramos.

Debo decir que mi corazón dio un salto de alegría cuando me di cuenta de que finalmente se había liberado de un matrimonio que había sido difícil desde el principio. Ella había permanecido en esa unión mientras hubo esperanza, y ahora el esposo se había ido. En aquel entonces pareció muy duro, pero demostraría ser una bendición.

Por supuesto, mi esposo y yo estábamos felices de recibir a nuestra hija y nietos. Sin embargo, era todo un desafío tener a tres niños en el medio cuando mis propios hijos ya eran adultos y vivían solos. Como mi hija tenía un trabajo de tiempo completo, los niños estaban conmigo muchas horas todos los días. Los despedía cuando se marchaban para ir a la escuela por la mañana y estaba allí cuando regresaban a casa por la tarde. Además de tener que cocinar más, estaban también todas las otras exigencias que entraña vivir con otras cuatro personas.

Antes, mi vida había sido agradablemente atareada. Era feliz haciendo lo que amaba. Mis días estaban plenamente ocupados con mi trabajo como practicista de la Ciencia Cristiana, además de las labores de la iglesia y las actividades cotidianas del hogar. Todo eso continuaba sin disminuir, pero ahora incluía los deberes adicionales. Pronto comencé a experimentar una sensación de carga, junto con el sentimiento de que mi casa y mi vida estaban abarrotadas. Y sin un fin aparente a la vista; esto podía extenderse por años.

La primera mañana después de que se mudaron, llevé a los niños en el auto a dos lugares diferentes para que se adaptaran a sus nuevas escuelas. Cuando regresé a casa, un paciente me llamó para pedir una cita esa tarde, y acepté. Metí un pavo en el horno por la mañana, y esa noche en la cena, el niño mayor comentó: “¡Esto es como el Día de Acción de Gracias!”. Eso me hizo sonreír y me hizo ver que los niños se sentían felices y amados en su nuevo entorno. Pero con este nuevo arreglo, sentí por primera vez que necesitaba orar por el concepto de hogar. Somos una familia militar y habíamos vivido en muchos lugares diferentes, y siempre nos habíamos sentido cómodos dondequiera que estuviéramos. No obstante, en ese momento me di cuenta de que había dado el hogar por sentado. Comencé a ver que necesitaba orar específicamente para obtener un sentido más claro de lo que es el verdadero hogar, un sentido más espiritual. 

La Biblia dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). Lo acepté plenamente como la verdad sobre la creación de Dios. Sabía que significaba el bien para todos, porque Dios, que es infinitamente bueno, bendice a todos Sus hijos de manera imparcial. Al orar, reconocí que el reino de Dios está presente ahora, por lo que no hay lugar para nada desemejante a Dios. Por ende, podía abandonar todo pensamiento respecto a estar agobiada o abrumada. Me di cuenta de que eran sugestiones falsas que no provenían de Dios, quien satisface todas las necesidades abundantemente. 

El Salmo noventa y uno también fue una gran fuente de fortaleza para mí. Un miércoles por la noche, en una reunión de testimonios de nuestra filial de la Iglesia de Cristo, Científico, una visitante contó la experiencia de su familia cuando algunos vecinos problemáticos se mudaron a la casa de al lado. Ella dijo que oraba con este versículo: “No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada” (Salmos 91:10). Resultó que hubo una transferencia en el trabajo y fueron liberados de esa situación angustiosa.

Aunque ciertamente yo no sentía que una plaga hubiera tocado mi morada, no estaba contenta con nuestra situación incómoda e inestable. Sin embargo, estaba segura de que la solución de esa mujer no sería la nuestra. No estábamos por mudarnos. Mi esposo se había retirado de las fuerzas armadas, y finalmente nos habíamos instalado donde queríamos estar. Estábamos en nuestro “hogar eterno”, por así decirlo. Era una casa que amábamos y que habíamos mantenido incluso mientras vivíamos en otro estado. Y nuestra iglesia estaba a poca distancia a pie, lo cual fue una de las razones por las que habíamos comprado la casa. No había duda al respecto, ciertamente no nos mudaríamos. Tendría que haber otra respuesta para nosotros.

Comencé a ver que necesitaba orar específicamente para tener un sentido más claro de lo que es el verdadero hogar, un sentido más espiritual.

Durante este tiempo tan ocupado, recibí una llamada de mi asociación de estudiantes de la Ciencia Cristiana preguntándome si podía asumir el cargo de secretaria-tesorera. Era un trabajo para el que me sentía calificada y quería hacer, pero en ese momento no veía cómo podría manejar otra tarea adicional. Entonces, con cierta desilusión, dije que no. Más tarde, sin embargo, tuve la poderosa intuición de que era correcto para mí aceptar este nombramiento, a pesar del poco tiempo libre que tenía.

En la Ciencia Cristiana, aprendemos que siempre estamos lidiando con pensamientos e ideas, y que una idea correcta proviene de Dios y lleva dentro de sí todo lo necesario para que se cumpla. En Escritos Misceláneos 1883-1896, Mary Baker Eddy escribe: “Dios os da Sus ideas espirituales, y ellas, a su vez, os dan vuestra provisión diaria” (pág. 307).

Devolví la llamada para decir que aceptaba el puesto. Ocupé ese cargo durante 19 años, hasta que la asociación se disolvió. Fue una gran alegría y un privilegio servir en ese cargo, y no puedo imaginar no haberlo hecho.

Pocos meses después, apareció un anuncio en el Christian Science Monitor de un trabajo que parecía estar hecho a medida para mi esposo. Se me ocurrió que esta era la respuesta a nuestras oraciones y que sería una bendición para todos. El trabajo requería que nos mudáramos, pero en ese momento ya no sentíamos que necesitábamos o siquiera deseábamos quedarnos donde estábamos. Solo nos alegramos de saber que esto era una respuesta a nuestras oraciones.

Mi esposo estaba muy satisfecho con el trabajo que ya tenía. Pero cuando vio ese anuncio, pensó que al menos debía ir a una entrevista. Ambos estuvimos presentes en la misma, y cuando terminó, supimos de inmediato que lo correcto para él era aceptar el trabajo.

Fue contratado y, en el plazo de dos meses, nos habíamos mudado a otro estado e instalado en lo que resultó ser una experiencia maravillosa durante siete años que yo nunca hubiera creído posible. Conocí gente e hice cosas que no me hubiera querido perder. Pasé de sentirme limitada y abrumada a vivir en una mansión: era un apartamento en esa mansión, pero muy amplio. Y el exterior también era espacioso: ocho acres dentro de los límites de la ciudad.

Esta mudanza fue mucho más que un cambio de lugar físico. A lo largo del camino, aprendí muchas lecciones que fomentaron una comprensión cada vez mayor de Dios, el bien, que es Todo-en-todo y satisface cada necesidad.

En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Sra. Eddy dice: “... aunque te aferres a un sentido de gozos personales, el Amor espiritual te forzará a aceptar lo que mejor promueva tu crecimiento” (pág. 266). Eso fue lo que sucedió en mi caso. Antes de que llegaran mi hija y mis nietos, me había acostumbrado a una rutina cómoda, conforme con la situación, casi como si reposara en una especie de estancamiento. Entonces, lo que al principio parecía difícil se convirtió en el impulso para obtener un sentido más abundante de hogar, de saber que realmente “vivimos, nos movemos y existimos” en Dios, como nos dice Hechos 17:28 LBLA. Esta comprensión de Dios es nuestro verdadero “hogar eterno”.

Después de que mi esposo y yo nos mudamos, nuestra hija y los niños continuaron viviendo en nuestra casa, donde permanecieron hasta que regresamos siete años después. Durante ese tiempo, nuestra hija conoció y se casó con un hombre que estaba ansioso por adoptar a los niños, y ha sido un devoto esposo y padre todos estos años desde entonces.

Hace poco más de un año, recibí la bendición más inesperada de esta experiencia. Mi nieto más joven, quien tenía cinco o seis años cuando comenzó esta experiencia, me dio un regalo de Navidad muy generoso. Cuando protesté porque era demasiado, me sorprendió al responder: “No; recuerdo cuánto hicieron tú y el abuelo por nuestra familia”. Fue muy conmovedor escuchar que estaba consciente de aquel período y agradecido por ello. Fue un regalo de Navidad muy precioso para mí, quizás el mejor que haya recibido jamás.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / octubre de 2020

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.