El versículo bíblico que tantos aman, incluso yo, es este: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Este Hijo, Cristo Jesús, nos enseñó acerca del amor más grande que cualquiera de nosotros pueda expresar: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Jesús ciertamente vivió ese amor literalmente cuando murió en la cruz para que, a través de su resurrección, él pudiera probar que la Vida, Dios, es eterna; y tenemos que estar infinitamente agradecidos por eso. También es importante honrar a aquellos que perdieron la vida en defensa de nuestras libertades o a quienes eligen desinteresadamente ayudar a otros mientras ponen su propia existencia en peligro.
Pero también hay un significado más profundo en las palabras de Jesús que todos podemos practicar a cada momento. Es la disposición de “abandonar” desinteresadamente un sentido de vida basado en la materia lleno de una temible incertidumbre, reemplazándolo con una vida no solo plena de más amor y cuidado hacia los demás, sino también fundamentada en una comprensión de que la verdadera fuente de nuestra “vida eterna”, incluido nuestro sustento, es Dios.
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