El versículo bíblico que tantos aman, incluso yo, es este: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Este Hijo, Cristo Jesús, nos enseñó acerca del amor más grande que cualquiera de nosotros pueda expresar: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Jesús ciertamente vivió ese amor literalmente cuando murió en la cruz para que, a través de su resurrección, él pudiera probar que la Vida, Dios, es eterna; y tenemos que estar infinitamente agradecidos por eso. También es importante honrar a aquellos que perdieron la vida en defensa de nuestras libertades o a quienes eligen desinteresadamente ayudar a otros mientras ponen su propia existencia en peligro.
Pero también hay un significado más profundo en las palabras de Jesús que todos podemos practicar a cada momento. Es la disposición de “abandonar” desinteresadamente un sentido de vida basado en la materia lleno de una temible incertidumbre, reemplazándolo con una vida no solo plena de más amor y cuidado hacia los demás, sino también fundamentada en una comprensión de que la verdadera fuente de nuestra “vida eterna”, incluido nuestro sustento, es Dios.
He comprobado esto de muchas formas. Un ejemplo fue cuando perdí mi trabajo hace 16 años. Si bien hubo ciertas justificaciones detrás de la decisión, no muy diferente de la posición en la que muchos lamentablemente se encuentran hoy debido a la pandemia, desde mi perspectiva, la situación parecía sumamente injusta.
Pero entendí que tenía que tomar una decisión. Podía dejar que la indignación, la ira o el desaliento se apoderaran de mi pensamiento, o podía optar por “abandonar” las formas inútiles de pensar y mantener mi pensamiento alineado con Dios, el Amor divino.
Por ejemplo, estuve muy tentada a odiar a algunas de las personas involucradas, pero a través de mis oraciones experimenté un sentido más profundo de Dios como Amor, reflejando un amor ilimitado en toda la creación. Y descubrí que podía comenzar a amar sinceramente a esas personas como hijos de Dios.
Al principio también sentí mucho miedo por el bienestar financiero de mi familia. Pero pronto nuestras oraciones llevaron a que tuviéramos una mayor confianza en que el amor de Dios nos sostenía y nunca nos abandonaría. Y la evidencia de que esto era cierto llegó a su debido tiempo, cuando conseguí un puesto nuevo e incluso mejor en el lugar donde todavía tengo un empleo productivo en la actualidad.
Hay un significado más profundo en las palabras de Jesús que todos podemos practicar a cada momento.
Al final, esta experiencia me enseñó cómo podemos superar los sentimientos de odio y temor al obtener una mayor comprensión del Amor divino, y lo que significa no solo conocer y sentir este Amor eterno, sino ser una mejor expresión del amor de Dios en este mundo.
La Biblia describe un sentido material de la vida, con sus vicios y limitaciones, como el “viejo hombre”. La fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, escribió una vez: “¡Qué pensamiento iluminado de fe es éste! que los mortales pueden despojarse del “viejo hombre”, hasta que se halle que el hombre es la imagen del bien infinito que llamamos Dios, y aparezca la plenitud de la estatura del hombre en Cristo” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 15).
Esta disposición de abandonar el concepto del hombre como un mortal pecador, odioso, lleno de errores, egoísta, temeroso y vulnerable nos permite vislumbrar al “hombre en Cristo”, que es el verdadero hombre y mujer creado por Dios. Esta es nuestra verdadera identidad, enteramente espiritual, incapaz de odiar o temer, impecable y pura, eternamente hecha a imagen de Dios, quien es la Vida eterna misma.
Esto nos lleva de nuevo a la última parte del versículo bíblico con el que comencé, donde habla acerca de tener vida eterna. Esa es la comprensión de que nuestra vida es verdaderamente eterna, sin principio ni fin, sin mortalidad ni límites de ningún tipo.
Entonces, cuando estamos dispuestos a abandonar el odio, la condenación e incluso el temor y, en cambio, expresar el amor que Dios ha puesto en nuestros corazones, —amar a nuestro prójimo en todo el mundo como a nosotros mismos, verlo como Dios lo ve— estamos viviendo nuestra verdadera naturaleza, nuestra vida espiritual y eterna en Dios.
Para hacer el círculo completo y volver a la primera parte de ese versículo bíblico, sí, Dios amó mucho al mundo. Y todavía lo hace. Este Amor infinito, divino y perfecto nunca puede ser abrumado, detenido o separado de nosotros de ninguna manera.
Reconocer esto nos da poder para amar al mundo como enseñó Cristo Jesús y para ayudar a sanarlo también.
