Me sentía enferma, con síntomas de gripe y no veía el momento de llegar a casa y acostarme. De camino, decidí orar, volverme a Dios. Para mí es muy útil y sanador hacer esto cuando tengo miedo, no me siento bien o necesito orientación.
Mi oración no comenzó muy bien. Empecé diciéndole a Dios que me sentía tan enferma que no iba a poder pensar en nada muy inspirador. En otras palabras, que mi oración sería, posiblemente, bastante pobre.
Me sorprendí cuando escuché este mensaje en mi pensamiento: “¿Por qué no dejas de repetirte a ti misma lo mal que te sientes?”.
Me pareció que eso era algo que podía hacer, así que dejé de hablarme a mí misma –y a Dios– del problema. Para cuando llegué a casa 15 minutos después, estaba completamente sana. No me acosté hasta la medianoche, porque no necesité hacerlo. Estaba completamente libre.
Esta curación me recordó algo que dice Mary Baker Eddy, la descubridora de la Ciencia Cristiana, en su obra principal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Toda enfermedad es el resultado de la educación, y la enfermedad no puede llevar sus nocivos efectos más allá del camino trazado por la mente mortal” (pág. 176).
“Mente mortal” es otro nombre para la mente carnal, a la que Pablo en la Biblia llama “enemistad contra Dios” (Romanos 8:7, KJV). Es la falsificación de la única Mente verdadera, Dios. Cuando dejé de concentrarme en lo mal que me sentía, pude ver que la mente carnal no tiene poder legítimo para trazar el curso de la enfermedad. Yo podía, en cambio, negarme a aceptarla y dejar que la Mente divina, la cual es enteramente buena, guiara mis pensamientos. En mi caso se trataba de no pensar una y otra vez en el problema.
La base para negarme a aceptar que la enfermedad era el curso que inevitablemente debían tomar las cosas era la convicción de que el amor de Dios por mí, y por todos nosotros, incluye el derecho a ser libres, a ser saludables. En el libro del Génesis en la Biblia, dice que Dios hizo a todos a Su imagen (véase 1:26, 27). Por ser hijos de Dios, o expresiones espirituales, reflejamos la fortaleza y el poder del Divino. Somos lo opuesto de vulnerables.
Esta realidad espiritual significa que no tenemos que aceptar mentalmente la enfermedad, sino reclamar, en cambio, la libertad que Dios nos ha otorgado. Esto no se hace por medio de la fuerza de voluntad, sino apoyándonos en Su presencia y poder.
La Sra. Eddy era una devota seguidora de Jesús. Él jamás aceptó que la enfermedad tuviera validez o poder. No importaba cuál fuera la situación, bien un hombre con una mano seca, un paralítico o una mujer con fiebre. En cada ocasión, Jesús se opuso a las injustas sentencias de enfermedades y lesiones de la mente mortal, y demostró que el poder sanador de Dios podía sentirse tangiblemente. Como consecuencia, los enfermos fueron sanados.
El siguiente pasaje de Ciencia y Salud describe cómo sanaba Jesús: “No es ni la Ciencia ni la Verdad lo que obra mediante la creencia ciega, ni es la comprensión humana del Principio divino sanador como era manifestado en Jesús, cuyas oraciones humildes eran declaraciones profundas y concienzudas de la Verdad, de la semejanza del hombre con Dios y de la unidad del hombre con la Verdad y el Amor” (pág. 12).
Si bien yo ciertamente no sano en la misma medida que Jesús, tomo sus enseñanzas muy en serio y trato de seguirlo. ¡Todos podemos hacerlo! Él prometió que, si creíamos en él, haríamos las mismas obras que él hizo (véase Juan 14:12). Podemos esperar que se produzcan más curaciones a medida que ponemos en práctica sus enseñanzas con toda honestidad.
Nuestras propias “declaraciones profundas y concienzudas de la Verdad” pueden tomar muchas formas diferentes. Nuestras oraciones no tienen que ser complejas. No obstante, estar dispuestos a dejar que la Mente divina nos inspire, que reemplace los sombríos pensamientos de enfermedad con la luz de la Verdad, puede marcar una diferencia sanadora. Nuestras profundas declaraciones a favor de Dios, el bien, vencen las tinieblas.