Noviembre para mí se ha transformado desde que las enseñanzas de la Ciencia Cristiana me llevaron a amar la Biblia. Este solía ser el mes en el que comenzaba el invierno, la estación que menos me gustaba. Ahora es un mes en el que tienen lugar el cálido resplandor de la gratitud a Dios (Día de Acción de Gracias) y específicamente el aprecio por la Biblia (Semana Nacional de la Biblia en los Estados Unidos y el Día Internacional de la Biblia).
Reflexionar sobre la Biblia fortalece un enfoque tan renovado y edificante acerca de todo en nuestras vidas, especialmente cuando se discierne su esencia, el mensaje espiritual y sanador que la lente de la Ciencia Cristiana magnifica. A mí me produjo un cambio muy simple: ¡He aprendido a amar el invierno!
Sin embargo, a través de la Biblia surgen renovadas perspectivas de un alcance mucho más amplio. Nos ayuda a discernir nuestra forma de pensar y compararla con la norma atemporal del pensamiento cristiano que se expone en sus páginas. Una carta de San Pablo dice: “Tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16), la que destaca un punto clave en las enseñanzas de la Ciencia Cristiana: La verdadera fuente de nuestros pensamientos es la Mente divina, Dios, como lo ejemplificó tan claramente Jesús. Otra carta atribuida a Pablo señala la naturaleza de esa forma de pensar derivada de la Mente: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
¡Qué promesa! Nuestra verdadera consciencia es la Mente que estaba en Cristo Jesús: valiente, poderosa, amorosa y con dominio propio. Este hermoso ideal espiritual se vuelve práctico a medida que entendemos y aceptamos al Cristo, la verdadera idea de nuestra unidad espiritual con Dios, como Jesús claramente lo hizo. Él vivía la vida tan consciente de esta verdadera unidad con el Divino que los oscuros diagnósticos y pronósticos de temor, que se manifestaban en las mentes y cuerpos enfermos de aquellos que encontraba, daban lugar a la verdadera mentalidad del hombre como reflejo divino de la Mente inmortal. A la luz de esta percepción espiritual de sus semejantes, la mentalidad mortal opuesta entregaba su supuesto dominio, y los males que abarcaba —entre ellos fiebre, ceguera, cojera, demencia y lepra— eran sanados.
Nosotros también podemos desafiar el concepto erróneo de que nuestra mentalidad es menos que la manifestación valiente de una Mente valiente al obtener una percepción como la del Cristo de nuestra identidad espiritual. Como reflejos del “amor perfecto” que “echa fuera el temor” (1 Juan 4:18) verdaderamente somos valientes. Cuando vemos y aceptamos esta verdad espiritual, el miedo pierde el dominio sobre nuestra consciencia humana, aunque la razón para ello parezca ser tan racional que el temor se sienta tan sólido como el concreto.
Así lo sentí hace algún tiempo, cuando me embargó el temor por un enfrentamiento que tenía pendiente. Estaba paralizado por lo que consideraba que era un altercado inevitable y sus consecuencias. Sin embargo, la Biblia ofrece un poderoso ejemplo de cómo liberarse del temor cuando enfrentamos un conflicto.
Uno de los patriarcas hebreos, Jacob, enfrentó un desafío mucho más difícil que el mío cuando su hermano Esaú se dirigió a su encuentro con cuatrocientos hombres. Jacob se había apoderado de la primogenitura y la bendición de Esaú años antes y estaba intimidado por lo que le esperaba. Como dice el comentario sobre Génesis 32 dentro de la traducción de la Biblia The Voice: “Con Esaú en camino, mañana a esta hora él bien podría estar muerto y su familia asesinada o capturada. Necesita desesperadamente la bendición y la protección de Dios, por lo que se siente afligido y agoniza toda la noche”.
Al esforzarme por aprender de esas historias, me ha ayudado enormemente Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, pues saca a la luz el significado espiritual de estos relatos bíblicos. En este caso, destaca cómo Jacob percibió y superó la percepción errónea de que somos materiales en lugar de espirituales.
Al comentar sobre la noche de angustia y transformación de Jacob, que la Biblia describe como si Jacob luchara con un hombre, Ciencia y Salud lo describe luchando con un falso sentido material de la hombría. Dice: “Jacob estaba solo, luchando con el error —contendiendo con un sentido mortal de que la vida, la sustancia y la inteligencia existen en la materia con sus falsos placeres y dolores— cuando un ángel, un mensaje de la Verdad y el Amor, se le apareció y descoyuntó el tendón, o fuerza, de su error, hasta que él vio su irrealidad; y la Verdad, al ser de tal modo comprendida, le dio fuerza espiritual en este Peniel de la Ciencia divina” (pág. 308). Esta visión interior de lo que era real y lo que no lo era le dio a Jacob una paz incondicional. A continuación, tuvo lugar una gloriosa y feliz reconciliación con Esaú.
Esta historia me animó a reconocer que, aunque la confrontación que temía me parecía externa, también necesitaba luchar internamente con la pregunta de qué es real y determinante: el Espíritu o la materia. Mientras lo hacía, la densa niebla del temor comenzó a disiparse. Me di cuenta de que, aunque el miedo parecía completamente racional, su naturaleza subyacente era la aceptación de que Dios no tenía el control. En cambio, vi que podía confiar en que el gobierno de Dios era supremo “tanto en el así llamado reino físico como en el espiritual”, como dice Ciencia y Salud (pág. 427).
Al alcanzar esta convicción, encontré la libertad para refutar la aparente legitimidad del miedo. Una paz santa y profunda arraigada en un sentido espiritual de la realidad y autoridad de Dios se hizo cargo. En ese espacio mental tranquilo, se me ocurrió una nueva forma de abordar el tema que causaba el conflicto, y me sentí impulsado a llamar al otro hombre de inmediato en lugar de esperar el encuentro pendiente. Para mi alegría, lo que había surgido como una cuestión tan conflictiva era realmente algo ilógico, y tuvimos una conversación muy amable y armoniosa.
Ya sea que estemos enfrentando dificultades en las relaciones, enfermedades o carencias, la Biblia nos muestra cómo obtenemos valor y encontramos curación apoyándonos en Dios como nuestra fuente siempre presente de pensamientos poderosos, amorosos y de dominio propio. A veces esa curación ocurre rápidamente, otras, requiere perseverancia. Pero no importa cuán lógico y concreto pueda parecer un temor, el Cristo puede elevarnos por encima de él. Nunca es realmente nuestro propio pensamiento, porque la Mente, Dios, es valiente, y de ahí es de donde realmente vienen nuestros pensamientos.
Tony Lobl
Redactor Adjunto
