Cuando mi madre falleció hace muchos años, yo estaba desconsolada, especialmente porque vivía en otro país y no podía asistir a su funeral. Aunque visité a mis familiares poco después, seguí teniendo sentimientos de vacío, dolor y distancia de los cuales no pude liberarme durante varios meses.
Un día estaba leyendo la lección bíblica de esa semana, que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, y se destacaron algunas palabras de la epístola a los Hebreos. El pasaje dice: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (12:1).
A menudo me había preguntado qué quería decir realmente en ese pasaje la mención del pecado que “nos asedia”. De repente me quedó claro que el pecado que abarca a todos los demás pecados y, por lo tanto, con tanta frecuencia “nos asedia”, es la creencia de que estamos separados de Dios.
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