Cuando mi madre falleció hace muchos años, yo estaba desconsolada, especialmente porque vivía en otro país y no podía asistir a su funeral. Aunque visité a mis familiares poco después, seguí teniendo sentimientos de vacío, dolor y distancia de los cuales no pude liberarme durante varios meses.
Un día estaba leyendo la lección bíblica de esa semana, que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, y se destacaron algunas palabras de la epístola a los Hebreos. El pasaje dice: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (12:1).
A menudo me había preguntado qué quería decir realmente en ese pasaje la mención del pecado que “nos asedia”. De repente me quedó claro que el pecado que abarca a todos los demás pecados y, por lo tanto, con tanta frecuencia “nos asedia”, es la creencia de que estamos separados de Dios.
La pérdida de un ser querido puede provocar sentimientos de separación. Una vez que vi qué necesitaba tratar en mi pensamiento, comprendí por qué no había podido sanar del dolor. Me propuse buscar ideas que pudieran ayudarme aún más a abordar la creencia de que estaba separada de Dios. El capítulo titulado “La expiación y la eucaristía” en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy fue muy útil. Pude comprender que en realidad siempre somos uno con Dios, y ese es el verdadero significado de la expiación (unificación). Obtener una mejor comprensión de la expiación me ayudó a perdonarme a mí misma por lo que percibía como una de mis faltas por no haber tenido una relación maravillosa con mi madre.
El diccionario define expiación, en parte, como reparación por el pecado, y al profundizar mi estudio no solo de ese útil capítulo, sino también de todo Ciencia y Salud, me di cuenta de que las veces que había sido rebelde nunca había sido mi verdadera identidad espiritual ni como Dios me conocía o veía. El Espíritu, Dios, y yo éramos uno, y también lo era mi madre, quien había sido siempre y únicamente el reflejo del Amor divino y no una madre mortal, inflexible o fría. Fue así como pude perdonarme a mí misma y a mi madre. Al comprender que cada una de nosotras es uno con Dios, no solo la tristeza por su muerte, sino también los sentimientos de culpa, distancia y resentimiento se disolvieron.
Luego me pregunté si había alguna interpretación o uso positivo del concepto de separación. Seguí estudiando la Biblia y Ciencia y Salud, y la parábola de la cizaña y el trigo de Cristo Jesús se destacó claramente para mí (véase Mateo 13:24–30). La parábola termina con esta línea: “Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero” (versículo 30).
En el libro fundamental de la Sra. Eddy, Ciencia y Salud, ella dice: “La creencia mortal (el sentido material de la vida) y la Verdad inmortal (el sentido espiritual) son la cizaña y el trigo, que no son unidas por el progreso, sino separadas” (pág. 72). También en Ciencia y Salud, en un contexto donde lo temporal e irreal se contrastan con lo eterno y real, dice: “Estas cualidades opuestas son la cizaña y el trigo, que jamás se mezclan realmente, aunque (a la vista mortal) crezcan lado a lado hasta la cosecha; entonces, la Ciencia separa el trigo de la cizaña, mediante la comprensión de Dios como siempre presente y del hombre como reflejando la semejanza divina” (pág. 300).
Armada con estas poderosas verdades, me propuse corregir mi pensamiento y abandonar la cizaña, y aferrarme mentalmente a los pensamientos semejantes al trigo. Cada vez que mi pensamiento descendía a los niveles más bajos de rumiar con nostalgia, aferrarme a la persona o a la autocompasión, que veía como cizaña, me apartaba de esos pensamientos y afirmaba con comprensión que mi madre, que siempre había amado a Dios, estaba con Él, y yo también.
Nadie está separado del Amor divino. En cambio, debemos separar y dejar a un lado los pensamientos depresivos y materiales que tratan de echarnos abajo, y reconocer la verdadera realidad espiritual de nuestra unidad con Dios, el Amor. Entonces experimentaremos la libertad de la cosecha, el crecimiento espiritual que nos eleva por encima de los dolores y las tristezas del mundo. En ese momento, me liberé de la tristeza después de meses de lucha, y pude estar agradecida por el bien que expresó mi madre y que ella y yo habíamos compartido.
Estoy muy agradecida a la Ciencia Cristiana por darme la comprensión de que no podemos estar separados de Dios y, por lo tanto, debido a que Él está siempre presente, no tenemos que luchar solos con los desafíos. Esa ha sido una verdad fundamental para mí, no solo respecto al fallecimiento de mi madre, sino que, a través de los años, también me ha dado continuamente fortaleza espiritual para “correr con paciencia la carrera que tengo por delante”.
Mela Martorano
Miami, Florida, EE.UU.