“Es la época del drama, la-la-la-la-la…”, canté irónicamente.
El suelo helado crujía bajo mis botas, mientras que mi actitud, debo admitir, era igualmente helada. Estaba demasiado ocupada sintiéndome frustrada e inquieta acerca de una amistad como para sentir siquiera una pizca del espíritu navideño.
Indudablemente no estaba de humor como para leer la historia de Navidad. Pero tenía que prepararme para una clase de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, así que cuando llegué a casa, saqué mi Biblia. No esperaba que esta historia se convirtiera en una guía para lidiar con las relaciones difíciles.
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