En su ensayo sobre el contagio, Mary Baker Eddy dice que todos seríamos más saludables si aumentáramos nuestra “fe en el poder de Dios para sanar y salvar a la humanidad” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 229). Merriam-Webster.com define en parte la palabra poder como “la capacidad para actuar o producir un efecto”. Entonces, el poder de Dios para sanar significa que Dios puede producir el efecto sanador aquí y ahora en nuestra vida.
Hace trece años, experimenté este poder cuando una situación física grave sanó mediante la oración. Un fuerte resfriado se había convertido en una condición mucho peor que incluía dificultad para respirar y otros síntomas alarmantes. Incluso había alquilado una silla de ruedas porque no podía mover mis piernas hinchadas. ¡Para el pensamiento humano yo estaba realmente discapacitada! Pero como siempre me había apoyado en Dios y obtenido buenos resultados, llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle ayuda.
La practicista me dijo con convicción: “Esto no va a llevar tiempo. La demora no forma parte de lo que Dios ya ha completado: tu perfección. Lo humano debe ajustarse a lo divino”. Ella mencionó una línea de un himno, “Dios reina en nosotros, / nos muestra el dulce control del amor" (Margaret Glenn Matters, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 221, según versión en inglés). En lugar de que el físico ejerciera poder sobre mí, el Amor divino, que hablaba a mi consciencia, estaba influyendo el curso de los acontecimientos. La practicista me instó a no creer que estaba realmente “pasando por algo”. Como yo era el reflejo de la Mente divina, nunca había pensado en nada desemejante a la verdad del ser. Y si realmente nunca había albergado el concepto de enfermedad, este no podía plasmarse en mi cuerpo.
Sabía que no necesitaba especular sobre el problema ni darle un nombre. Nombrar una condición le da un poder o influencia que en realidad no tiene. Su nombre era nada: ninguna cosa. Eddy dice: “Si la Mente, Dios, es todo poder y toda presencia, no existe otro poder ni presencia que pueda oponerse al hombre, y que —al entorpecer su inteligencia— lo atormente, encadene, y engañe” (Escritos Misceláneos, pág. 173).
La practicista me pidió que reflexionara sobre la conexión entre la inspiración y la respiración. La inspiración (captar ideas) no puede restringirse, por lo que su aparente contraparte física, la respiración, no puede ser restringida. Percibí que las funciones corporales pueden evidenciar las funciones armoniosas de la Mente divina.
El poder de la oración —su “capacidad para… producir un efecto”— se hizo evidente de inmediato. Mi respiración se volvió menos dificultosa y dormí en la cama toda la noche; una alegría después de haber estado una semana en un sillón. Pude mover mis piernas en diferentes posiciones para mayor comodidad.
Mi esposo y yo estábamos planeando irnos de vacaciones en cinco días. Confiando en el poder de Dios en acción, decidimos seguir con el plan. La practicista señaló que el mandato de Jesús, “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48), no es solo una demanda, sino una promesa y un hecho. Es una orden del Principio divino de expresar la perfección que Dios nos ha dado. Es una promesa de que veré mi perfección derivada de Dios, y es un hecho que en realidad ya soy perfecta.
Un día, la practicista se refirió a la procesión fúnebre en Naín que relata la Biblia. Cristo Jesús la detuvo y resucitó al muchacho muerto. ¡Qué señal de poder tan impresionante! Ella me aconsejó que vigilara lo que pensaba y que detuviera cualquier proceso de pensamiento negativo (la procesión), reflexionando solo acerca de los pensamientos que vienen de Dios y conducen a la Vida, el bien.
Es muy útil saber que el Cristo, la Verdad divina que Jesús representó, está en el lugar de los hechos haciendo que la presencia de Dios sea tangible para nosotros. Este agente divino de cambio nos da poder para discernir la naturaleza de Dios con mayor claridad y vernos a nosotros mismos y a los demás como Su perfecta creación. El Cristo tiene la función de revelarnos el carácter de Dios como un Padre-Madre amoroso, y asegurarnos Su tierno cuidado a través de las pruebas de nuestro bienestar en el Espíritu. Yo estaba mejorando y sintiendo el poder sanador de Dios.
¡Qué interesante que se pueda sentir el poder de la Palabra cuando es expresada por teléfono por una practicista que vive a miles de kilómetros de distancia! La presencia del Cristo, no una persona, efectúa la curación.
Al quinto día de recibir el tratamiento de la Ciencia Cristiana, pude dar ocho o nueve pasos. Compramos un andador y, junto con la silla de ruedas y nuestras maletas, lo metimos en el baúl del auto y nos fuimos de vacaciones. Se estaba restaurando la normalidad. Después de tres días de camino para encontrarnos con un amigo, pude caminar sin ningún apoyo y la congestión había desaparecido.
Mi esposo, nuestro amigo y yo pasamos unas excelentes vacaciones. Me sentí muy animada. Cuando regresamos a casa, fue maravilloso volver a mis actividades normales de caminar, nadar y asistir a clases de aprendizaje de toda la vida. Me regocijé con gratitud por otra demostración más del poder de Dios para sanar.
Kent Garland MacKay
Grand Rapids, Michigan, Estados Unidos