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Original Web

La luz del Cristo no se puede ocultar

Del número de diciembre de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 16 de diciembre de 2019 como original para la Web.


El 25 de diciembre de 1945, un grupo de dedicados Científicos Cristianos se reunieron para celebrar la Navidad en la casa de Miyo Matsukata y su familia en Kamakura, Japón. El término de la Segunda Guerra Mundial marcó el fin de la práctica clandestina de la Ciencia Cristiana después de cuatro años, la cual había sido introducida en Japón hacía tan solo dos décadas. Aquella Navidad fue una época llena de júbilo para todos los que se reunieron, entre ellos, capellanes militares, miembros de las fuerzas de ocupación, corresponsales del Christian Science Monitor y trabajadores voluntarios. En lugar de un pino, ellos celebraron debajo de un árbol de bambú decorado, y disfrutaron del tradicional pavo asado que habían traído los invitados estadounidenses. Fue realmente una mezcla de corazones y culturas.

Muchos de nosotros seremos invitados a participar de las festividades navideñas esta temporada, aunque tal vez no marquen un tiempo tan trascendental en la historia. En su mayoría, los Científicos Cristianos alrededor del mundo han tenido el privilegio de practicar su fe “abiertamente” durante muchos años. ¡Ese es un gran regalo!

Durante aquellos años de guerra, cuando la Ciencia Cristiana era todavía un movimiento incipiente en Japón, la Sociedad en Tokio se disolvió, y los seguidores se vieron forzados a mantener su práctica oculta de la posible regulación del gobierno. Matsukata incluso celebró servicios religiosos secretos en su casa hasta el bombardeo de Tokio en abril de 1942. (Véase The Mary Baker Eddy Library blog “Women of History: Miyo Matsukata” and A Precious Legacy: Christian Science Comes to Japan by Emi Abiko.)

La persecución de la idea-Cristo ha venido en alguna forma en cada época, representada por la crítica e incluso el odio declarado, al cual el apóstol Pablo se refirió como la “mente carnal” en su carta a los Romanos: “La mente carnal es enemistad contra Dios: porque no se somete a la ley de Dios, ni tampoco puede hacerlo” (Romanos 8:7, KJV).

María y José encontraron esta enemistad después del nacimiento de Jesús. Ellos sabiamente ocultaron a su recién nacido de la ira del rey Herodes el Grande, ávido de poder, y lograron escapar de su edicto de matar a todos los niños varones de hasta dos años en los alrededores de Belén. No obstante, Jesús sería perseguido durante toda su carrera sanadora, y probó la naturaleza impotente del mal por medio de sus enseñanzas y resurrección. 

Jesús advirtió a sus discípulos contra la levadura de los fariseos y de Herodes Antipas (véase Marcos 8:15). En otras palabras, él advirtió que no debían permitir que el mal y la hipocresía se arraigaran secretamente en su pensamiento con el propósito de destruir la idea-Cristo desde adentro. Él sabía que lo que se atesora en la consciencia humana determina la experiencia humana. También ilustró, por medio de su parábola de la mujer que ocultó la levadura en tres medidas de harina (véase Lucas 13:20, 21), que el reino de Dios —el gobierno supremo de la Verdad— opera en la consciencia humana. 

En su capítulo en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras titulado “La ciencia, la teología, la medicina”, Mary Baker Eddy comenta acerca del significado de esta parábola de la mujer con la levadura. Ella escribe: “¿No indicaba esta parábola una enseñanza moral con una profecía, prediciendo el segundo advenimiento del Cristo, la Verdad, a la carne, escondido en sagrado secreto del mundo visible? 

“Los siglos pasan, pero esta levadura de la Verdad está siempre activa. Tiene que destruir la masa entera del error, y ser así eternamente glorificada en la libertad espiritual del hombre” (pág. 118).

Aunque a veces puede ser sabio resguardar la verdad para protegerla de una persecución como la de Herodes —la cual busca negar y destruir al Cristo— nosotros, no obstante, siempre podemos reconocer que el Cristo, la Verdad, está disponible y libre para que todos lo encontremos, percibamos y reconozcamos en nuestra vida. El Cristo es el regalo de Dios que cada uno de nosotros puede recibir a diario, no solo durante la época navideña. Y la levadura, la Ciencia del Cristo, está operando en las tres áreas del pensamiento del mundo que más la requiere: la ciencia, la teología y la medicina.

En mi trabajo como Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana para mi estado, tuve la oportunidad de ver esta levadura de la Verdad en operación cuando me alertaron que se enseñaría una clase sobre Mary Baker Eddy, para ex-alumnos, en una universidad local. ¡Hasta el título del curso necesitaba una respuesta correctiva! No me sorprendió cuando me enteré de la fuente limitada de donde provenía el material que usarían en la clase, el cual estaba compuesto mayormente de relatos falsos e imprecisos de la vida y enseñanzas de Mary Baker Eddy. Pero también sabía que nada podía ocultarles la verdad a los estudiantes.

En su mayoría, los Científicos Cristianos alrededor del mundo han tenido el privilegio de practicar su fe “abiertamente” durante muchos años. ¡Ese es un gran regalo!

Es interesante señalar que, el mismo día que fui notificada acerca de esa clase, yo había estado orando sinceramente por mi trabajo para el Comité de Publicación, sabiendo que nada podía impedirme cumplir mi deber de “corregir de una manera cristiana las falsas informaciones que se difundan al público con referencia a la Ciencia Cristiana, y las injusticias de que sea objeto la Sra. Eddy o los miembros de esta Iglesia por parte de la prensa diaria, las publicaciones periódicas o cualquier clase de literatura puesta en circulación” (Mary Baker Eddy, Manual de La Iglesia Madre, pág. 97). Si bien yo estaba muy dispuesta a hacer este trabajo, había orado para saber que lo que es necesario corregir en el público no puede eludir la verdad. La luz del Cristo naturalmente pondría al descubierto y con amor corregiría cualquier error. Vi claramente que esta oportunidad correctiva estaba alineada con mi preparación mental, lo cual probó para mí una vez más que es el Cristo el que nos acerca a nuestro trabajo y nos da el valor y la convicción necesarias para hacerlo bien.

Me comuniqué con el profesor, y él de inmediato me envió una amable respuesta, invitándome a hablar en su clase. También me pidió si me podía reunir con él y algunos de sus estudiantes y sus cónyuges en la reunión vespertina de testimonios del miércoles en La Iglesia Madre, una semana antes de que visitara la clase. Esta era la primera vez que asistían a una iglesia de la Ciencia Cristiana. Después del servicio, cuando los estudiantes dejaron sus asientos y caminaron por el pasillo de La Iglesia Madre, el cambio en su pensamiento era obvio en sus expresiones, y muchos se detuvieron junto a mi asiento para expresar su aprecio por lo que habían escuchado.

Cuando llegó el día de visitar la clase, el profesor comenzó pidiendo a los estudiantes que compartieran sus impresiones de aquel servicio en La Iglesia Madre. Sin excepción, comenzando con el profesor, aquellos que comentaron expresaron su aprecio genuino. El profesor se sorprendió de que asistiera tanta gente joven al servicio, y que los testimonios relataran curaciones sumamente importantes y la congregación los recibiera y apoyara de tal manera. Los estudiantes comentaron sobre el hermoso edificio, y algunos dijeron que no se habían dado cuenta de que los servicios religiosos estaban abiertos al público en general, cualquiera fuera su afiliación religiosa. También notaron el énfasis que ponían las lecturas en la Biblia.

La clase después hizo preguntas difíciles pero genuinas, entre ellas acerca de la práctica de la curación en la Ciencia Cristiana. Después de hablar alrededor de una hora, una estudiante levantó la mano y comentó: “Siento que no sabemos realmente quién era la Sra. Eddy, menos aún la Ciencia Cristiana. ¿Con cuánta frecuencia habla usted con la gente que tiene conceptos equivocados acerca de ella y acerca de su religión y se han dado cuenta de que estaban equivocados?” Bueno, ¡eso me hizo sonreír, porque ella prácticamente había descrito el trabajo de un Comité de Publicación! Como estos estudiantes eran un grupo de hombres y mujeres bien educados, los insté a conocer mejor a la Sra. Eddy a través de sus escritos publicados, y a preguntarse si su aprendizaje era unilateral. Además, insistí en la importancia de no dar por sentado la vida de una mujer que había dejado una marca tan significativa en la historia de la religión y las mujeres estadounidenses, para no mencionar las vidas individuales de alrededor del mundo durante más de un siglo y medio.

Sin el apoyo del servicio religioso y el miembro de la iglesia que me alertó de esta oportunidad en el salón de clase, esta importante actividad correctiva no hubiera ocurrido. 

La mente carnal trataría de minimizar, restringir y destruir la actividad del Cristo y nuestra participación en ella. Esto es simplemente una estratagema ignorante y malvada para distraer el pensamiento y la atención de nuestro verdadero trabajo. En el proceso podemos ser sabios e impertérritos, y el camino se abrirá para que se realice el trabajo. Después de todo, es la obra de Dios, y Él nos trae a la misma. Como dijo Cristo Jesús cuando envió a sus discípulos a predicar el evangelio: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas” (Mateo 10:16).

La Sra. Eddy escribió: “El antagónico espíritu del mal aún anda por doquiera; mas el espíritu de Cristo, que es mayor, también anda por doquiera —resucitado de las mortajas de la tradición y de la cueva de la ignorancia. Dejad que los centinelas de las atalayas de Sion clamen de nuevo: ‘Un niño nos es nacido; hijo nos es dado’. 

“En distintas épocas la idea divina toma diferentes formas, según las necesidades de la humanidad. En esta época toma, más inteligentemente que nunca, la forma de la curación cristiana. Éste es el niño que hemos de atesorar. Éste es el niño que rodea con brazos amorosos el cuello de la omnipotencia, e invoca el infinito cuidado del amoroso corazón de Dios” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 370).

Atesorar al niño de la curación cristiana requiere que los estudiantes de la Ciencia Cristiana abran el pensamiento para compartirlo con inteligencia con los “millones de mentes sin prejuicios” (Ciencia y Salud, pág. 570) que están genuinamente buscando la verdad. La luz de la Iglesia, practicada colectivamente, dispersa la oscuridad de la ignorancia, el odio y las impresiones falsas.  

Cristo Jesús nos dijo: “Ustedes son la luz del mundo, como una ciudad en lo alto de una colina que no puede esconderse. Nadie enciende una lámpara y luego la pone debajo de una canasta. En cambio, la coloca en un lugar alto donde ilumina a todos los que están en la casa. De la misma manera, dejen que sus buenas acciones brillen a la vista de todos, para que todos alaben a su Padre celestial” (Mateo 5:14–16, NTV).

He aquí otra manera de decirlo, como Eugene Peterson lo interpreta en estos versículos de The Message: “Ustedes están aquí para ser luz, y hacer resaltar los colores de Dios en el mundo. Dios no es un secreto que debemos guardar. Lo declaramos en público, tan público como una ciudad en una colina. Si los hago portadores de la luz, ustedes no pensarán que los voy a ocultar debajo de un cubo, ¿no es cierto? Los pongo sobre un portalámpara. Ahora que los he puesto en la cima de la colina, en un portalámpara, ¡resplandezcan! Mantengan su casa abierta; sean generosos con sus vidas. Al abrirse a los demás, impulsarán a la gente a abrirse con Dios, este Padre generoso que está en los cielos”.

Una Nochebuena, hace varios años, nuestra familia decidió asistir a un servicio a la luz de las velas de una Iglesia Congregacional de los Peregrinos cercana. Esto se transformó en nuestra tradición anual. Había algo muy especial al sentarse en aquella histórica iglesia con las luces apagadas y cada persona sosteniendo una vela encendida por su prójimo. Gradualmente toda la iglesia era iluminada con las llamas individuales. Cada año el pastor nos recordaba la importancia de compartir nuestra luz colectiva hasta que resplandeciera en el mundo.

 Así como aquellos miembros pioneros en Tokio celebraron el hecho de poder declarar abiertamente la curación mediante el Cristo en sus vidas, y la practicaban con valentía, nosotros también podemos atesorar con confianza el obsequio de la curación mediante el Cristo que se nos ha dado y compartirla abiertamente.

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