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Original Web

Sana de síntomas de enfermedad contagiosa

Del número de diciembre de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 14 de septiembre de 2020 como original para la Web.


Me gustaría compartir una curación que tuve hace muchos años. Hace tiempo que debería haber dado este testimonio, pero espero que mi experiencia dé esperanza a cualquiera que esté lidiando con el contagio.

A mediados de la década de 1960, poco después de cumplir dieciocho años, yo era un nuevo recluta en la Marina de los Estados Unidos y asistía al entrenamiento básico en el Centro de Entrenamiento Naval de los Grandes Lagos en North Chicago, Illinois. Por primera vez en mi vida, estaba separado de mi familia y solo.

En nuestra sexta o séptima semana de un programa de entrenamiento de 12 semanas, algunos reclutas de mi compañía comenzaron a enfermarse. Al principio, solo había uno o dos casos, pero rápidamente se convirtieron en dos o tres por día. Estos hombres fueron trasladados al hospital de la base, donde los pusieron en cuarentena. Cuando se recuperaron por completo, no fueron devueltos a nuestra compañía, sino que los incorporaron a otra más nueva para recibir la instrucción que habían perdido mientras estaban enfermos. Esto agregó una o dos semanas adicionales a su tiempo de entrenamiento.

Aunque no había experimentado síntomas de esta enfermedad, esto me molestaba. Si me enfermaba, no quería que me separaran de todos los amigos que había hecho y tener que empezar de nuevo en otra compañía donde no conocía a nadie. Además, quería estar en casa para Navidad.

Tenía conmigo mis pequeños ejemplares de bolsillo de la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, pero con todo el entrenamiento me resultaba difícil encontrar un momento tranquilo para leer y estudiar estos libros. En los momentos que tenía para mí mismo, oraba lo mejor que podía con la comprensión espiritual que había obtenido de mis clases de la Escuela Dominical de Ciencia Cristiana. Pero un día, comencé a tener todos los síntomas de la enfermedad contagiosa, los que incluían fiebre y sarpullido.

Esa noche, después de la cena, pude llamar a mis padres y les pedí que oraran por mí, como habían aprendido a hacerlo en la Ciencia Cristiana. Dijeron que lo harían; me recordaron que Dios estaba conmigo y que yo era el hijo amado, perfecto e inmortal de Dios y no un mortal enfermo, lejos de casa y solo. También se ofrecieron a comunicarse con un practicista de la Ciencia Cristiana para que me diera un tratamiento específico en esta Ciencia, por lo cual estaba agradecido, ya que no tenía el nombre de un practicista conmigo ni podía hacer otra llamada fácilmente; esto ocurrió mucho antes de que existieran los teléfonos celulares.

Cuando me fui a la cama esa noche, oré hasta quedarme dormido. Pensé en mi salmo favorito de la Biblia, el Salmo veintitrés, el cual habla del amor y la protección de Dios por Sus hijos. Cuando abrí los ojos a la mañana siguiente, me di cuenta de que estaba bien. Sin fiebre, sin sarpullido, sin efectos prolongados.

No recuerdo que hubiera habido otro caso de esta enfermedad contagiosa en mi compañía. Terminamos el resto de nuestro entrenamiento sin perder a nadie más por la cuarentena, y también ganamos el título de “Compañía de Honor”, ​​la mejor compañía de unas doce que se graduaron esa semana.

Siempre he estado agradecido por esta curación y su prueba de la protección de Dios.

Steve Zatko
Milford, Pensilvania, Estados Unidos

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