Con frecuencia expreso una alegría pura en mi vida, especialmente en la época de Navidad, porque amo a Dios y amo la Vida. Tengo el propósito de elevar a los que me rodean por medio de mi alegría.
Una Navidad, cuando mi familia comenzó a realizar las tradicionales actividades de la época, me di cuenta de que me faltaba la alegría, me sentía triste. Parecía que esa tristeza se debía a que no estaba sintiendo el verdadero significado espiritual de la Navidad a mi alrededor ese día en particular. Cuanto más creía que me faltaba mi alegría acostumbrada, tanto más sentía que no podría encontrarla y finalmente desperdiciaría el Día de Navidad.
Recordé una charla que había tenido con unos amigos cuando estábamos leyendo el libro del profeta Joel en la Biblia, y habíamos hablado detenidamente sobre este versículo: “Se secaron las vides y se marchitaron las higueras. …Y la alegría de la gente se marchitó con ellos” (Joel 1:12, NTV). Yo no quería pasar por alto los “frutos” —los verdaderos regalos espirituales de la Navidad— por no sentir alegría, pero no sabía cómo recuperarla al no comprender la razón espiritual de la felicidad que expresamos.
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