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Buenas noticias

La armonía del Cristo, en el trabajo

Del número de diciembre de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 16 de diciembre de 2019 como original para la Web.


Era mi primer trabajo de consultoría, y había trabajado muy duro durante seis meses. Sin embargo, cuando llegó el momento de presentar mis conclusiones, estaba aterrorizada. La mayor parte de mis análisis identificaban áreas del negocio que necesitaban mejorar, y yo había visto las furiosas reacciones del jefe al oír información que no quería escuchar. Una evaluación negativa de su parte frustraría mi capacidad para continuar en esta línea de trabajo.

Cuando hice los arreglos para obtener este trabajo, que era en un tren de lujo, pareció ser un sueño hecho realidad. A cambio de una propuesta para la potenciación de la marca, me permitían observar todos los aspectos del negocio y viajar con mi familia gratis. La oportunidad parecía ser una hermosa respuesta de Dios, quien yo sabía gracias a mi estudio de la Ciencia Cristiana que era totalmente bueno, omnipotente y universalmente amoroso.

Al principio, el trabajo fue vigorizante. Me dediqué a aplicar todo lo que acababa de aprender en la facultad de administración de empresas para identificar formas en que la compañía podía operar mejor. Sin embargo, después de unos meses, el trabajo ya no me pareció tan bueno. No solo sentía que había problemas con el negocio, sino que era casi tangible que la atmósfera de trabajo estaba llena de temor; los empleados sospechaban unos de otros y le tenían miedo al jefe.

A medida que se acercaba el momento de presentar mis resultados, recurrí humildemente a Dios en oración para que me guiara. Él respondió esas oraciones de una forma muy concreta; rápidamente sentí de tal manera la proximidad y cercanía de Dios, que el temor que me había parecido tan paralizante simplemente se disolvió. Sabía que el amor y el cuidado de Dios por mí eran más poderosos que el miedo, y este conocimiento me dio fortaleza y paz.

 Una vez que alcancé esa sensación de paz, pude escuchar la dirección inspirada por Dios respecto a una nueva idea sobre cómo presentar mis hallazgos. Al obedecer y dar los pasos para hacerlo, vi claramente que este era el tono, la cantidad de información y el enfoque correctos para la situación. Hablando desde un punto de vista práctico, yo estaba lista.

No obstante, la mañana de la presentación, de pronto me sentí abrumaba por un temor casi paralizante al pensar en la reacción del jefe. Al no poder pensar con claridad, me fui a mi auto para sentarme en silencio y orar. Tenía en mi coche un ejemplar del Christian Science Sentinel (una publicación hermana del Journal y El Heraldo), y lo abrí. No recuerdo el artículo que leí, pero se refería a este poema, que Mary Baker Eddy cita en su libro Retrospección e Introspección (pág. 95). El mismo lee: 

Pide de Dios destreza en el arte de consolar: 
que puedas consagrarte y apartarte a una vida de comprensión. 
Pues grande es el peso del infortunio en todo corazón; 
y muy necesitados son consoladores que posean de Cristo el don. 
—A. E. Hamilton

Este poema me tocó el corazón y respondió mi oración. En un momento, pasé de sentirme como una víctima potencial atemorizada, a ser un representante del Cristo, la Verdad, con la capacidad de hacer lo que fuera necesario. Pensé en Jesús, a quien Mary Baker Eddy llamó en su obra principal el “mejor hombre que jamás pisó la tierra” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 52). Qué ejemplo fue y es de compasión, bondad, divulgación y gracia.

Con esto firmemente en el pensamiento, de pronto me di cuenta de que mi labor consistía en ser un consolador en el lugar de trabajo al expresar paz, claridad, aplomo y fortaleza. Puesto que la perspectiva en los negocios que estaba presentando era motivada por el sincero deseo de ayudar, solo podía ser una bendición para todas las personas envueltas. Sentí el “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” al que se refiere la carta a los Colosenses (1:27).

Reconocer activamente la presencia y el poder del Cristo sanó el temor que sentía, y me dio una fuerte sensación de dominio espiritual. También afirmé que este Cristo sanador nos habla a todos, incluso a mi público aquel día. Sabía que esto resultaría en una armonía que cada uno de nosotros podría sentir. Ciencia y Salud explica: “El Cristo presenta al hombre indestructible, a quien el Espíritu crea, constituye y gobierna. El Cristo ilustra esa fusión con Dios, su Principio divino, que da al hombre señorío sobre toda la tierra” (pág. 316).

Sintiéndome sumamente fortalecida por la directiva de “muy necesitados son consoladores / que posean de Cristo el don”, regresé a la oficina y di una exitosa y armoniosa presentación que fue bien recibida. Y si bien mi carrera tomó otro rumbo después de este trabajo, las lecciones que aprendí sobre el dominio del Cristo han permanecido muy cerca de mí desde entonces.

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