Era mi primer trabajo de consultoría, y había trabajado muy duro durante seis meses. Sin embargo, cuando llegó el momento de presentar mis conclusiones, estaba aterrorizada. La mayor parte de mis análisis identificaban áreas del negocio que necesitaban mejorar, y yo había visto las furiosas reacciones del jefe al oír información que no quería escuchar. Una evaluación negativa de su parte frustraría mi capacidad para continuar en esta línea de trabajo.
Cuando hice los arreglos para obtener este trabajo, que era en un tren de lujo, pareció ser un sueño hecho realidad. A cambio de una propuesta para la potenciación de la marca, me permitían observar todos los aspectos del negocio y viajar con mi familia gratis. La oportunidad parecía ser una hermosa respuesta de Dios, quien yo sabía gracias a mi estudio de la Ciencia Cristiana que era totalmente bueno, omnipotente y universalmente amoroso.
Al principio, el trabajo fue vigorizante. Me dediqué a aplicar todo lo que acababa de aprender en la facultad de administración de empresas para identificar formas en que la compañía podía operar mejor. Sin embargo, después de unos meses, el trabajo ya no me pareció tan bueno. No solo sentía que había problemas con el negocio, sino que era casi tangible que la atmósfera de trabajo estaba llena de temor; los empleados sospechaban unos de otros y le tenían miedo al jefe.
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