Muchos aprecian la Navidad, cada año, como un tesoro escondido de amor de familia, comida tradicional y alegre diversión.
No obstante, hay un elemento fundamental de la Navidad que consiste en algo muy diferente. Se trata de reconocer y rectificar aspectos de nuestra vida que no son tan placenteros, entre ellos algunos, como el egoísmo, la indulgencia excesiva, los celos o el mal genio, que pueden estropear nuestras celebraciones navideñas. La Biblia dice acerca de María y el nacimiento virginal tan esenciales en la historia de Navidad: “Dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).
La promesa de salvarnos del pecado es la garantía de que finalmente nos liberaremos de todos los pensamientos y acciones que oscurecen nuestro reconocimiento de que somos el alegre linaje de la Deidad, completamente satisfechos por el amor de Dios. Esta promesa de libertad fue el regalo de Navidad original de Dios a toda la humanidad, envuelto en las palabras y los hechos de Jesús. Él sanó a la gente de enfermedades y pecados al saber y demostrarles que el verdadero ser de todos ellos era el linaje puro de un creador perfecto. Esta naturaleza verdadera está bellamente descrita en palabras bíblicas que se aplican a todos y cada uno de nosotros: “El Espíritu de Dios me ha hecho, y el aliento del Todopoderoso me da vida… Yo soy limpio, sin transgresión; soy inocente y en mí no hay culpa” (Job 33: 4, 9, LBLA).
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!