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Original Web

Desenvuelve el regalo de la verdadera libertad de Dios

Del número de diciembre de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 24 de septiembre de 2020 como original para la Web.


Muchos aprecian la Navidad, cada año, como un tesoro escondido de amor de familia, comida tradicional y alegre diversión.

No obstante, hay un elemento fundamental de la Navidad que consiste en algo muy diferente. Se trata de reconocer y rectificar aspectos de nuestra vida que no son tan placenteros, entre ellos algunos, como el egoísmo, la indulgencia excesiva, los celos o el mal genio, que pueden estropear nuestras celebraciones navideñas. La Biblia dice acerca de María y el nacimiento virginal tan esenciales en la historia de Navidad: “Dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21). 

La promesa de salvarnos del pecado es la garantía de que finalmente nos liberaremos de todos los pensamientos y acciones que oscurecen nuestro reconocimiento de que somos el alegre linaje de la Deidad, completamente satisfechos por el amor de Dios. Esta promesa de libertad fue el regalo de Navidad original de Dios a toda la humanidad, envuelto en las palabras y los hechos de Jesús. Él sanó a la gente de enfermedades y pecados al saber y demostrarles que el verdadero ser de todos ellos era el linaje puro de un creador perfecto. Esta naturaleza verdadera está bellamente descrita en palabras bíblicas que se aplican a todos y cada uno de nosotros: “El Espíritu de Dios me ha hecho, y el aliento del Todopoderoso me da vida… Yo soy limpio, sin transgresión; soy inocente y en mí no hay culpa” (Job 33: 4, 9, LBLA).

Entonces, no existe ninguna susceptibilidad a la enfermedad o el pecado en nuestra naturaleza hecha por el Espíritu. No obstante, a veces estar familiarizado con esta idea puede convertirse en una especie de debilidad si nos sentimos tentados a descartar con demasiada facilidad el pecado como simplemente una mentira acerca de nosotros.

Eso es precisamente lo que la Ciencia divina revela que es el pecado, una mentira de que somos materiales. Pero al creer la mentira en particular de que estamos gobernados por algún rasgo de carácter adverso, es importante admitirlo para nosotros mismos, como señalan los escritos de Mary Baker Eddy, quien descubrió esta Ciencia. Su texto principal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, hace una distinción entre los caminos para probar la irrealidad de la enfermedad y la del pecado. Si bien la destrucción de la enfermedad requiere que no admitamos para nosotros mismos ninguna realidad en ella, “para comprobar científicamente el error o irrealidad del pecado, tienes que ver primero la pretensión del pecado, y entonces destruirla” (pág. 461)

“Comprobar científicamente” significa sacar a luz en nuestra experiencia lo que es divinamente verdadero. Y este es el gran regalo que la Navidad celebra cada año: la llegada del Mesías cuya vida y curaciones pondrían al descubierto la luz eterna del Cristo, la verdadera idea de lo que somos todos como linaje eternamente amado de Dios. Desde su nacimiento único, su incomparable legado de curaciones, hasta su resurrección y ascensión, Jesús iluminó este orden verdadero de la creación, revelando que cada uno de nosotros es el objeto incesante del amor inagotable de Dios.

Pero como el hijo pródigo en una de las parábolas más conocidas de Jesús, podemos perder de vista este amor al tomar decisiones insensatas y egocéntricas, y luego necesitamos despertar humildemente y reconocer las formas en que hemos errado. Tomar consciencia de uno mismo con mansedumbre abre nuestros corazones al poder transformador del amor espiritual que impulsó las curaciones de Jesús, permitiendo que entre “el amado Cristo”, como dice el muy amado villancico de Phillips Brooks “Te vemos, pueblo de Belén” (Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 222, según versión en inglés). Entonces, como el hijo pródigo, también aprenderemos que el amor de nuestro Padre-Madre celestial no se detiene ni por un momento. 

Dejar entrar a este Cristo querido y transformador es un regalo que aceptamos para nosotros mismos porque es un escalón clave para liberarnos de los rasgos de carácter que entorpecen nuestra consciencia del gran amor de Dios por nosotros. Este cambio en el pensamiento nos despierta de la falsa consciencia de que estamos hechos de materia sin moral en lugar de Espíritu. También es un regalo glorioso que damos a otras personas que se sienten tocadas por nuestras vidas porque expresamos más claramente nuestra vida verdadera y espiritual que radiantemente refleja el amor de Dios por todos.

Puede que tengamos una lucha increíble con un sentido material de nuestra naturaleza para liberarnos y aceptar nuestra innata impecabilidad espiritual como reflejos de Dios. Pero desde el momento en que admitimos para nosotros mismos que algo en nosotros necesita ser redimido, podemos atesorar la promesa navideña de que dicha redención prevalecerá, porque así es cuánto ama Dios al mundo hoy, tal como lo hizo la Deidad cuando Su amor trajo de regalo a Jesús.

Tony Lobl
Redactor Adjunto

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