Los recuerdos de Navidad de mi niñez en Inglaterra están llenos de luces titilantes, villancicos melodiosos, muñecos de nieve y regalos brillantemente envueltos bajo un árbol espléndidamente decorado. Ya de adulta, al vivir en Nigeria, he descubierto que la temporada navideña continúa siendo un ajetreo de festividades y benevolencia, lo que incluye ver a mis seres queridos y cantar himnos llenos de inspiración. Durante toda esta época, el mensaje de Navidad tan bellamente relatado en la Santa Biblia resuena desde los púlpitos de las iglesias y las representaciones en la escuela hasta los artículos en los medios de comunicación.
Pero para algunos, la Navidad no es “la temporada para estar alegres”, como señala el cántico navideño compuesto por Scotsman Thomas Oliphant. A los que recuerdan tiempos más felices tal vez algo de nostalgia empañe su mirada; los que luchan con una enfermedad puede que sientan temor.
No obstante, más allá de conmemorar el nacimiento de Jesús, la Navidad conmemora el mensaje práctico y universal del Cristo incorpóreo, la manifestación sanadora del Amor que Jesús ejemplificó, y la cual dijo existía antes de Abraham (véase Juan 8:58). ¿No puede este Cristo sanador venir a aquellos que luchan hoy con la tristeza y la enfermedad?
Hace muchos años, en Navidad, una experiencia me mostró que el Cristo es realmente “Emanuel”, al cual Mary Baker Eddy explica en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, como “‘Dios con nosotros’, una influencia divina siempre presente en la consciencia humana” (pág. xi). Mi pequeño hijo no podía retener los alimentos y se estaba debilitando. Estábamos solos en casa, a altas horas de la noche, sin teléfono o auto para buscar ayuda externa.
En la universidad, me había hecho miembro de la Iglesia de Cristo, Científico, y mi estudio cristiano diario me había traído una comprensión más profunda del Cristo como el regalo de Dios para la humanidad (véase Juan 3:16). Jesús dio pruebas del poder práctico del amor de Dios a lo largo de su vida, haciendo el bien a todos y sanando a las multitudes. Él prometió que cualquiera en todas las épocas puede experimentar la bondad y la curación que provienen de una comprensión más clara del Cristo omnipresente y de Dios, cuya propia naturaleza es el Amor mismo. Para mí, el Cristo es el mejor regalo de todos, que se continúa dando no solo en Navidad, sino cada día del año.
Así que no es de sorprender que, en ese momento aterrador, yo recurriera de todo corazón a Dios en oración. Casi de inmediato me vino este pensamiento: “¿Envía Dios la enfermedad, dando a la madre un hijo por el breve espacio de unos pocos años, y luego quitándoselo por medio de la muerte?”. Reconocí que era un pasaje de Ciencia y Salud (pág. 206), el cual expresa con claridad el mensaje universal del Cristo que sana conforme a la ley de Dios.
Fue una idea que me liberó del temor, porque en ese momento supe y sentí la verdad de la respuesta: ¡No! La naturaleza de Dios manifiesta un amor inefable por todos Sus hijos; por cada uno de nosotros por ser la expresión espiritual de Su bondad.
Mi hijo se durmió tranquilamente a mi lado. Por la mañana se despertó perfectamente bien y con mucha hambre. Fue una Navidad llena de alegría. Lo único que podía pensar al prepararnos para ir a la iglesia aquel domingo de Navidad era: “¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Corintios 9:15).
El Cristo, la Verdad, es la prueba práctica de que estamos siempre con Dios. El mensaje del Cristo habla a todo corazón anhelante que escucha atentamente, y llega tanto a los contentos como a los dolientes. Trae curación, consuelo y alegría perdurables cualquiera sea la circunstancia humana. En la Biblia, en la época del nacimiento de Jesús, vino como un mensaje angelical a algunos pastores que cuidaban de sus rebaños aquella noche, y como una estrella brillante a los Reyes Magos, quienes fielmente la siguieron hasta donde acababa de nacer el niño Jesús.
Mary Baker Eddy escribe: “Me gusta celebrar la Navidad en quietud, humildad, benevolencia, amor, dejando que la buena voluntad para con los hombres, el silencio elocuente, la oración y la alabanza expresen mi concepto del surgimiento de la Verdad” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 262).
Esta Navidad, mientras las calles se llenan de brillantes decoraciones, las luces titilan alegremente en los hogares y nos preparamos para entregar o recibir obsequios, podemos dar un regalo diferente: Ya sea que nos encontremos en la calidez del sol del ecuador o en la nieve de los climas más fríos, podemos guardar un momento para estar en tranquila soledad, y orar por los enfermos y los melancólicos, reconociendo que el regalo de Dios del mensaje de paz, consuelo, alegría y curación del Cristo llega a todo corazón hambriento. Esta es la sustancia subyacente y primordial de la Navidad.