Los recuerdos de Navidad de mi niñez en Inglaterra están llenos de luces titilantes, villancicos melodiosos, muñecos de nieve y regalos brillantemente envueltos bajo un árbol espléndidamente decorado. Ya de adulta, al vivir en Nigeria, he descubierto que la temporada navideña continúa siendo un ajetreo de festividades y benevolencia, lo que incluye ver a mis seres queridos y cantar himnos llenos de inspiración. Durante toda esta época, el mensaje de Navidad tan bellamente relatado en la Santa Biblia resuena desde los púlpitos de las iglesias y las representaciones en la escuela hasta los artículos en los medios de comunicación.
Pero para algunos, la Navidad no es “la temporada para estar alegres”, como señala el cántico navideño compuesto por Scotsman Thomas Oliphant. A los que recuerdan tiempos más felices tal vez algo de nostalgia empañe su mirada; los que luchan con una enfermedad puede que sientan temor.
No obstante, más allá de conmemorar el nacimiento de Jesús, la Navidad conmemora el mensaje práctico y universal del Cristo incorpóreo, la manifestación sanadora del Amor que Jesús ejemplificó, y la cual dijo existía antes de Abraham (véase Juan 8:58). ¿No puede este Cristo sanador venir a aquellos que luchan hoy con la tristeza y la enfermedad?
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