Una hija anuncia que va a dejar la universidad para dedicarse a su carrera de actriz. Un hijo informa a sus padres que va a pedirle a su novia que se case con él, aunque hace tan solo un mes que sale con ella. Un joven recién graduado quiere pasar más tiempo construyendo un robot que buscando un buen trabajo.
Cuando lidiamos con hijos adultos en momentos como esos, puede que nos sintamos tentados a exaltarnos, a tomar partido e insistir en que se haga nuestra voluntad en el asunto. Pero nuestras opiniones, por mejor intencionadas que sean, no aportan necesariamente algo bueno a la situación. Esto lo sé muy bien.
Hace un tiempo, mis dos hijas adultas tomaron decisiones muy importantes en sus vidas que se apartaban demasiado de lo que para mí era lógico que hicieran. Mi hija mayor, que tenía una buena educación y un empleo, decidió casarse con un joven que no tenía trabajo ni estudios universitarios. Aunque él tenía grandes aspiraciones y una sonrisa encantadora, parecía tener muy magras perspectivas de sostener a una futura familia. Al mismo tiempo, mi hija menor decidió enseñar música a niños refugiados en una zona en conflicto del Oriente Medio.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!