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Original Web

Decisiones, opiniones y la prueba de Gamaliel

Del número de febrero de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 7 de noviembre de 2019 como original para la Web.


Una hija anuncia que va a dejar la universidad para dedicarse a su carrera de actriz. Un hijo informa a sus padres que va a pedirle a su novia que se case con él, aunque hace tan solo un mes que sale con ella. Un joven recién graduado quiere pasar más tiempo construyendo un robot que buscando un buen trabajo.

Cuando lidiamos con hijos adultos en momentos como esos, puede que nos sintamos tentados a exaltarnos, a tomar partido e insistir en que se haga nuestra voluntad en el asunto. Pero nuestras opiniones, por mejor intencionadas que sean, no aportan necesariamente algo bueno a la situación. Esto lo sé muy bien.

Hace un tiempo, mis dos hijas adultas tomaron decisiones muy importantes en sus vidas que se apartaban demasiado de lo que para mí era lógico que hicieran. Mi hija mayor, que tenía una buena educación y un empleo, decidió casarse con un joven que no tenía trabajo ni estudios universitarios. Aunque él tenía grandes aspiraciones y una sonrisa encantadora, parecía tener muy magras perspectivas de sostener a una futura familia. Al mismo tiempo, mi hija menor decidió enseñar música a niños refugiados en una zona en conflicto del Oriente Medio.

Yo tenía una decisión difícil de hacer: ¿Iba a apoyar las decisiones de mis hijas, o a pelear con ellas por lo que yo consideraba eran razones justificadas para que no hicieran lo que cada una de ellas había decidido?

De mi estudio de la Ciencia Cristiana sabía que Dios, el creador de todo, era su verdadero Progenitor, pero al mismo tiempo me costaba confiar en que Él tenía el control y las guiaría en sus travesías. No pude resistir el impulso de cuestionarlas, dudar de sus deseos e incluso discutir con ellas. Esto llevó a que nuestros encuentros estuvieran llenos de ira y que los sentimientos de separación fueran cada vez mayores, mientras ellas se apartaban de su mamá por ser tan crítica y no apoyarlas.

 Honestamente, al evaluar mis pensamientos y acciones, recordé que en anteriores ocasiones me había involucrado en los asuntos de otras personas y había criticado e incluso condenado sus decisiones. Me di cuenta de cuán importante era apartarme del camino y permitir que Dios estuviera a cargo. Sin embargo, cuando esas personas eran miembros de la familia, yo me sentía personalmente responsable de su bienestar, así que no me resultaba fácil dejar de hacerlo. ¿Cómo podía encontrar paz y permitir que mis hijas adultas tomaran sus propias decisiones?

Comencé a orar con la ayuda de un hombre de la Biblia llamado Gamaliel.

Gamaliel era un maestro muy respetado de la ley judía y miembro del Sanedrín. Después de que los apóstoles fueron arrestados y puestos en prisión en Jerusalén por sanar y predicar el evangelio de Cristo, el Sanedrín, o tribunal supremo judío, celebró un concilio para decidir qué hacer con ellos. Gamaliel le dio una importante recomendación al tribunal. Él dijo: “Mi consejo es que dejen a esos hombres en paz. Pónganlos en libertad. Si ellos están planeando y actuando por sí solos, pronto su movimiento caerá; pero si es de Dios, ustedes no podrán detenerlos. ¡Tal vez hasta se encuentren peleando contra Dios!” (Hechos 5:38, 39, NTV).

Este consejo sensato me ayudó a dejar de lado mis opiniones personales y recurrir a Dios para que se hiciera Su voluntad. Oré sabiendo simplemente que si las decisiones de mis hijas estaban divinamente inspiradas, por supuesto que yo no quería encontrarme luchando contra Dios. Y si sus decisiones no eran Su voluntad, podía confiar en que nada resultaría de ellas.

Mientras me preparaba para la boda de una hija y la despedida de otra rumbo al Oriente Medio, me aferré a la sabiduría de Gamaliel y oré para tener humildad.

Jesús, el maestro cristiano, nos da una oración sencilla y poderosa que atraviesa la maraña de ambivalencias sobre cómo responder a las decisiones con las cuales tal vez no estemos de acuerdo. En el jardín de Getsemaní, al enfrentar su desafío más grande y sabiendo que su destino era la cruz, él recurrió a Dios y dijo: “Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mateo 26:42).

Jesús comprendía que Dios, el bien, está siempre gobernando a toda Su creación, incluso Su idea espiritual, el hombre, en perfecta armonía. Reconocer sin reservas esa verdad nos capacita también a nosotros para dejar atrás los temores de la mente humana y confiar en que la autoridad de Dios está vigente.

 Puesto que Dios es bueno, podemos esperar que el camino sea bueno para todos. Apartarnos de nuestras opiniones personales para concentrarnos en aumentar nuestra comprensión espiritual impide que nos involucremos en los asuntos de otras personas. Entonces podemos respetar a los demás, amarlos y confiar en su propia capacidad para escuchar y responder a la dirección de Dios.

Mary Baker Eddy, la Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribió: “Las opiniones humanas no son espirituales. Proceden de lo que oyen los oídos, de la corporalidad en lugar del Principio, y de lo mortal en lugar de lo inmortal” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 192). Y en el Manual de la Iglesia Madre, ella incluyó “Una regla para móviles y actos”: “Ni la animadversión ni el mero afecto personal deben impulsar los móviles o actos de los miembros de La Iglesia Madre. En la Ciencia, sólo el Amor divino gobierna al hombre, y el Científico Cristiano refleja la dulce amenidad del Amor al reprender el pecado, al expresar verdadera confraternidad, caridad y perdón. Los miembros de esta Iglesia deben velar y orar diariamente para ser liberados de todo mal, de profetizar, juzgar, condenar, aconsejar, influir o ser influidos erróneamente” (pág. 40).

Es obvio que la Sra. Eddy valoraba e insistía en la santidad del hogar mental de una persona y en el derecho que tiene a elegir un camino libre de las opiniones o influencia personal de los demás. La mencionada regla exige que estemos conscientes de nuestros propios pensamientos, metas y móviles, y nos sirve de referencia cuando evaluamos nuestras interacciones con otras personas. Lo que ahora considero que es “la prueba de Gamaliel” se ha transformado en mi amable recordatorio de que Dios tiene verdaderamente el control de toda acción, decisión y resultado.

Mi hija mayor se casó con el excelente joven con quien estaba comprometida, y ellos han prosperado como pareja mucho más allá de lo que yo había esperado inicialmente. Mi otra hija me invitó a visitarla en el Oriente Medio, lo que me abrió los ojos y me hizo apreciar a un pueblo maravilloso y su cultura a los que yo anteriormente había temido y malinterpretado.  

Estoy agradecida porque las consecuencias de las decisiones de mis hijas fueron positivas, pero ¿qué hacer si un hijo adulto toma decisiones malas basadas en motivos cuestionables? ¿Es que puede aplicarse, no obstante, la prueba de Gamaliel?

Por cierto que queremos lo mejor para nuestros hijos, y podemos orar para que se nos indique qué debemos decir en ocasiones cuando nuestra guía parece ser necesaria. Pero incluso si nuestras sabias palabras no son atendidas, y las decisiones de un ser querido tienen inquietantes consecuencias, persiste la verdad espiritual de que Dios, la Mente única, siempre está gobernando a Sus hijos. Podemos acudir a Él en busca de ayuda en esas épocas de inquietud y dificultades, sabiendo que no depende de nosotros corregir a los demás. Ciencia y Salud dice: “La intercomunicación es siempre de Dios hacia Su idea, el hombre” (pág. 284). Y las lecciones que se aprenden de las equivocaciones pueden transformarse en componentes fundamentales para el progreso. 

He sido inmensamente bendecida en mi búsqueda de paz respecto a las decisiones que mis hijas han tomado. He alcanzado una comprensión más profunda de la humilde oración de Jesús, “hágase tu voluntad”, de la sabiduría de Gamaliel de no interferir con el plan de Dios, y de los requisitos éticos de la Sra. Eddy sobre la pureza y la moderación al interactuar con los demás. Estas herramientas espirituales, junto con el resto de la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, nos preparan para vencer el impulso de apoyarnos en las opiniones que deliberadamente tratan de controlar a otros. Entonces, podemos orar con la convicción de que, realmente, “todo está bajo el control de la Mente única, o sea, Dios” (Ciencia y Salud, pág. 544).

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