A principios de noviembre de 2016, mi esposa y yo acordamos comprar una póliza de seguros en particular que incluía un examen médico inicial. Lamentablemente, no me di cuenta de lo que esto entrañaría. Nos hicieron los exámenes en casa. Cuando recibimos los resultados, los mismos indicaban que yo estaba físicamente apto, pero también señalaba ciertos problemas potencialmente serios: hipertensión y enfermedad de las arterias coronarias. Me dijeron que un doctor me tendría que hacer un examen exhaustivo de salud y de bienestar para confirmar lo que habían encontrado y diagnosticar oficialmente el problema.
Durante esa época, había estado cumpliendo la tarea de sustituir al Primer Lector de mi Iglesia de Cristo, Científico, local, durante casi todo el otoño.
Yo apreciaba conocer y cumplir con las exigencias que se les impone a los Lectores. Según el Manual de La Iglesia Madre por Mary Baker Eddy, “Será deber de los Primeros Lectores conducir la parte principal de los cultos dominicales y las reuniones vespertinas de los miércoles” (pág. 31). Y, “Los lectores de La Iglesia Madre y los de todas sus iglesias filiales deben dedicar una parte adecuada de su tiempo a la preparación de la lectura de la lección del domingo, —lección de la que depende grandemente la prosperidad de la Ciencia Cristiana. Deben guardarse sin mancha del mundo —incontaminados del mal— a fin de que la atmósfera mental que exhalen pueda promover la salud y la santidad, o sea ese ánimo espiritual que tanta falta hace universalmente” (pág. 31). Además, “El Lector de una iglesia no será un guía, pero hará cumplir los Artículos de Fe, los Estatutos, y la disciplina de la Iglesia” (pág. 33).
El esforzarme por cumplir con estas exigencias me hizo fuerte, centrado en la tarea a realizar y más afectuoso; espiritualmente apto y saludable. Me acerqué más a Dios y estaba aprendiendo a prestar atención a Sus indicaciones.
En esa época, también estaba estudiando para dar los exámenes de ingreso a fin de inscribirme en un programa de licenciatura de enseñanza de dos años. Estaba empleado como maestro sustituto a largo plazo, enseñaba sexto grado como maestro de intervención de inglés en una escuela pública de enseñanza media, y también era el dedicado papá de un preadolescente.
Estaba sumamente ocupado. Sin embargo, descubrí que, al esforzarme por adherirme a los deberes de un Lector, estaba aprendiendo y demostrando que Dios es Todo, está en todas partes, siempre presente y es el único poder e inteligencia que eternamente me guarda, me gobierna y me guía. Me di cuenta de que tenía tiempo para hacer todo. De hecho, al apoyarme en Dios, todo fluía tan armoniosamente que yo no podía creer los resultados discordantes del examen de salud.
Muy pronto, encontré un médico que estuvo de acuerdo en examinarme. Revisó los resultados del examen inicial y me hizo sacar radiografías. Después de recibirlas, me dijo muy preocupado que mi corazón estaba agrandado. Redactó un diagnóstico oficial, me prescribió un medicamento, e hizo una cita para que me realizaran un ecocardiograma en uno de los principales institutos médicos de mi ciudad.
Recuerdo haber entrado en mi auto después de recibir el diagnóstico, y sentir que no podía creer lo que me habían dicho. No podía aceptarlo. No parecía real. Recordé que cuando me mostraron las radiografías pensé que lo que estaba viendo no me representaba a mí. Entonces pensé en la alegría y la bondad que sentía en mi aula, y la santidad que experimentaba al estudiar la Ciencia Cristiana y desempeñarme como Lector. Estas eran evidencias de Dios, y me aseguraban que Él es realmente Amor y nos ama a mí y a todos, y que todo estaría bien.
Más tarde aquella noche, le conté a mi esposa, que no es Científica Cristiana, las novedades sobre el diagnóstico y la cita para el ecocardiograma. Le dije que el médico me había prescrito cierta medicación, pero yo quería apoyarme en mi práctica de la Ciencia Cristiana para sanar. Ella estuvo de acuerdo en que confiara en la Ciencia porque había sido testigo de las curaciones que yo había tenido, y le aseguré que le pediría ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana si fuera necesario.
Durante las semanas antes de la cita, no recuerdo haber orado específicamente por mi corazón. Sí recuerdo haberlo hecho para sentir más profundamente lo que significa ser un hijo del Alma divina, la expresión misma del Principio y la Mente divinas. Cuando pienso en el Principio, un sinónimo de Dios, pienso en las reglas y leyes espirituales. Cuando pienso en la Mente, pienso en la inteligencia, la inteligencia misma del universo. Estas verdades espirituales me guían a considerar el Alma: la absoluta perfección y armonía.
Al orar de esta manera, me di cuenta de que no necesitaba de un examen que me dijera que yo estaba bien, sino que yo demostraba este bienestar en el amor que manifestaba a los estudiantes en la escuela. También sentía profundamente el amor que se predicaba cada semana de la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Estos versos de un himno galés adaptado en el Himnario de la Ciencia Cristiana rebosan la certeza y la solidez de mi oración:
El amor de Dios nos salva;
Nuestro es el bien.
Su favor es muy constante,
¡Todo está bien!
El Amor es quien nos sana
Y perfecta es Su gracia,
Poderoso es quien nos cuida,
¡Todo está bien!
(Mary Peters, N° 350, trad. y adapt. © CSBD)
Un mes después de ir al médico, fui a hacerme el ecocardiograma. Los resultados determinaron que el tamaño de mi corazón era normal así como todas sus funciones. El doctor me preguntó si había tomado el medicamento que me había prescrito y le dije que no, que me estaba apoyando en la oración. En un momento dado él señaló que estaba feliz con los resultados porque eran concluyentes.
Una de las cosas que se destacan para mí, al relatar esta curación, es que yo no tenía temor. Atribuyo esa falta de temor que manifesté a la devoción con que respondía a los deberes de un Lector. Ponerlos en práctica me afianzó verdaderamente en la totalidad de Dios y en el hecho de que mi ser es armonioso.
Si bien soy físicamente activo —participo en carreras, nado y disfruto de las clases de ejercicio en grupo— esta curación me demostró que la aptitud física y la salud son y siempre han sido espirituales y provienen de Dios. Aprendí que una forma maravillosa de mantener verdadera aptitud física y buena salud es servir con consagración a la iglesia.
Kwadjo Boaitey
Little Rock, Arkansas, EE.UU.
